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26/06/2011 | Argentina - Cristina Kirchner, ¿es democrática o monárquica?

Mariano Grondona

Las designaciones de Amado Boudou como candidato a vicepresidente y de Gabriel Mariotto como postulante a vicegobernador de la provincia de Buenos Aires siguieron un mismo camino: la Presidenta los escogió dentro de su círculo íntimo, sin consultas públicas ni primarias previas y, en el caso del distrito bonaerense, sin un proceso federal. ¿Qué clase de gobernante es, entonces, Cristina Kirchner? ¿Una presidenta republicana o una reina absoluta?

 

En la monarquía (del griego mon, "uno", y arkhé, "poder") el poder se concentra en una sola persona y circula, a partir de ella, de arriba hacia abajo. En la democracia (del griego demos , "pueblo", y cratos , también "poder") el poder nace en el seno del pueblo y circula, a partir de él, de abajo hacia arriba. El rey Luis XIV destacó la forma absoluta de la monarquía cuando pronunció su célebre frase "el Estado soy yo".

La monarquía y la democracia parecen encarnar los dos polos antagónicos de la vida política. Si esto es así en el plano de los principios, la realidad ha admitido diversos matices a través de la historia. Ha habido, por lo pronto, monarquías hereditarias y electivas . A las primeras también podríamos llamarlas dinásticas porque el poder no se asienta tanto en una persona cuanto en una familia ligada por la herencia. Así fueron las monarquías europeas tradicionales, hasta que la "Gloriosa Revolución" inglesa de 1688 y la Revolución Francesa de 1789 abrieron el camino que, finalmente, llevaría a la democracia contemporánea. Las monarquías "electivas", por su parte, tampoco han sido infrecuentes. El Imperio Romano nunca fue hereditario porque al emperador no lo sucedía su hijo, sino aquel a quien designaba el Senado. El emperador, pese a su inmenso poder, no podía cambiar las reglas de su propia sucesión.

Ha habido, entonces, monarquías "absolutas", como la de Luis XIV, y monarquías "moderadas", no despóticas, porque no sólo obedecían a reglas de sucesión que las excedían, sino que debían encuadrarse en el marco institucional de una venerable tradición. Del mismo modo, también hay democracias auténticas a las que llamamos republicanas porque al elegido por el pueblo para ejercer el Poder Ejecutivo lo limitan otros poderes independientes, como el Poder Legislativo y el Poder Judicial y, sobre todo, un plazo acotado de poder, sin que pueda desbordarlo a través del reeleccionismo, mediante el cual algunos gobernantes elegidos por el pueblo aspiran a comportarse cual si fueran reyes. Como lo ha demostrado en nuestra América Hugo Chávez, también el gobernante elegido democráticamente puede desviarse en dirección del despotismo , que es un poder sin contrapesos y sin plazos. El politólogo Guillermo O'Donnell le ha dado a este tipo de regímenes degenerativos el nombre de democracias delegativas , ya que en ellas el gobernante, una vez elegido democráticamente, sale en busca de un poder ilimitado. No todas las monarquías han sido despóticas, pues, ni todas las democracias son democráticas. ¿Qué clase de poder ejerce entre nosotros, entonces, Cristina Kirchner?

Si uno se pone a inventariar los rasgos del poder que hoy ejerce Cristina Kirchner, se encuentra con que, mientras varios de estos rasgos corresponden al despotismo de las monarquías absolutas, algún otro encaja todavía en la democracia. Podría decirse en este sentido que la decisión que ha tomado Cristina de digitar todas y cada una de las candidaturas oficialistas para las próximas elecciones refleja una voluntad absoluta de poder. Es un caso en que el poder discurre de arriba hacia abajo, como en el despotismo, y no como en la democracia republicana. En ayuda de esa práctica acude la tradición verticalista del peronismo. Cuando Perón fundó su movimiento, le puso un principio en el fondo militar: que, habiendo un jefe, nadie podría discutirlo. El principio "verticalista" ha demostrado ser muy efectivo porque, en su nombre, los dirigentes kirchneristas han podido traicionar al jefe anterior, caído en desgracia, sin cargo de conciencia. ¿Por qué, si no, los dirigentes justicialistas, salvo contadas excepciones, han podido pasar tan fácilmente de Menem a Duhalde y de éste a Néstor y Cristina sin que esa noche los desvelara su conciencia? Porque el principio verticalista los eximió de toda sensación de culpa.

A este rasgo kirchnerista habría que sumar otro igualmente "monárquico": el protocolo que rodea a los discursos presidenciales. Casi todos ellos se propalan por cadena nacional, delante de una corte de aplaudidores cuya misión es celebrar cada frase de la Presidenta, sin que a ella puedan perturbarla ni la conferencia de prensa ni los debates pluralistas ni los reportajes independientes que acompañan a las auténticas democracias. Tampoco es republicana la costumbre de la señora de Kirchner de aprobar mediante decretos de necesidad y urgencia (DNU), aquellas iniciativas del Ejecutivo que debería discutir el Congreso, ni la de bloquear la acción de los organismos del control nacidos para vigilar su desempeño, ni el caso reciente, pero no por cierto único, de la corrupción de los hermanos Schoklender ante la distraída mirada de su hasta ayer mentora Hebe de Bonafini y de los ministros y secretarios de Planeamiento que incumplieron su misión de canalizar según la ley los cuantiosos fondos estatales. Es que no hay "presupuesto" sino "caja": miles de millones en manos del Ejecutivo, sin que nadie pueda pedirle cuentas.

A estos rasgos despóticos, típicos de las "democracias delegativas", debiera sumarse el rasgo "dinástico" en función del cual Cristina sucedió a Néstor como su esposa y heredera. Pero al lado de los rasgos despóticos y dinásticos subsisten otros rasgos democráticos, el principal de los cuales es que el pueblo, pese a todo, igual podrá pronunciar su palabra en la sucesión escalonada de elecciones que nos acompañarán a partir del 10 de julio.

Ante tantos rasgos despóticos, pero ante la subsistencia de un fuerte residuo democrático, ¿cuál es la forma de gobierno que podríamos atribuirle a Cristina? ¿Diríamos que es "mixta", con algunos componentes democráticos y otros autoritarios? Pareciera que no, porque que la mezcla de los dos tipos contradictorios de atributos que hoy exhibe el gobierno de Cristina, más que responder a un diseño instituicional deliberado, reflejan una pugna necesariamente dinámica entre el despotismo y la democracia en el interior de un régimen político que sólo es por ahora "mixto", democrático y autoritario a la vez, porque se halla en transición .

La Argentina enfrenta un profundo dilema institucional. Si de aquí a octubre gana la democracia, el despotismo kirchnerista se desvanecerá. En caso contrario, enfermo o no, Chávez nos visitará. Este dilema confiere a las próximas elecciones un doble carácter. De un lado, se elegirá a los funcionarios que habrán de gobernarnos. Este es el aspecto supuestamente "normal" de lo que ocurrirá en los próximos meses. Del otro lado, empero, el pueblo decidirá cuál de los dos principios que están en pugna, la democracia y el despotismo, prevalecerá porque, en tanto la derrota de Cristina traería consigo la plena restauración de la república democrática, su victoria reabriría de inmediato la propuesta, que adelantó el gobernador Gioja en San Juan, de una "Cristina eterna" mediante plebiscito, tal como la definió en su momento, adelantándose afanosa a todos sus correligionarios, la diputada Diana Conti. ¿Qué tendremos, entonces, por delante? Una "presidenta Cristina", en el tramo final de su ciclo republicano, o una "reina Cristina", dinástica y sin plazos?

La Nación (AR) (Argentina)

 


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