Las reglas de juego de este nue vo mercantilismo/socialismo emergen del Estado similar al socialismo soviético-cubano y al corporativismo nacional-socialista alemán e italiano de los treinta impone sobre el ciudadano la administración de sus libertades económicas y políticas y la mediatización de los incentivos económicos basados no en la racionalidad económica del individuo y sus empresas, sino en los parámetros de redistribución de la renta petrolera en manos de la nomenclatura que rápidamente deviene en una especie de nueva clase, ya descrita en la Nueva Clase de M. Djilas en los 50 en su severo juicio al socialismo.

De esta forma, el Gobierno, conformado por esa estructura/nomenclatura sufraga enormes privilegios por el control de los resortes institucionales establecidos en la acción de gobierno y en las estructuras e instituciones creadas para la administración de esas reglas y del marco jurídico que promueve el socialismo. Acotamos que este desarrollo emerge como consecuencia no intencionada; es decir, sin que se encuentre en la agenda de la revolución, el poder ejercido sin controlabilidad ni contrapesos democráticos, establece reglas totalitarias que inhiben el proceso de creación de riqueza propio de las libertades individuales y destruye el capital social acumulado en décadas.

Así, sin mercado que distribuya el esfuerzo individual, y con un Estado/Gobierno que disponga de la riqueza de cada quien administrándole ganancias y beneficios a través de controles de precios y ganancias, es decir, debilitando los derechos de propiedad vía un establecido régimen de inseguridad jurídica, crea mecanismos de empobrecimiento secular como los que caracterizaron el socialismo soviético ayer, y el socialismo cubano y venezolano hoy. Bien lo decía Adam Smith, "...los gobiernos ni los estados crean riqueza, ciertamente la destruyen" cuando redistribuyen totalitariamente el esfuerzo del individuo al mediatizar los mecanismos que protegen los derechos de propiedad.