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24/03/2006 | Cameo académico

David Horowitz

Al igual que muchos medios locales, el Seattle Times publicó recientemente una noticia acerca del tratamiento a uno de sus académicos de la ciudad que aparecía fichado en mi libro, Los profesores.

 

Al igual que la mayor parte de los periódicos locales, el Times también decantó su noticia fuertemente en favor del profesor que yo había criticado. Para hacer plausible su defensa de lo indefendible, el Times suprimió el tema del caso que yo había establecido tanto en mi libro como en mi entrevista con su periodista. El académico bajo escrutinio es David Barash, profesor de psicología de la Universidad de Washington y coautor de un libro de texto estándar utilizado en los cursos de "estudios de paz". En el relato del Times, el profesor Barash se reía ante la idea de que debiera ser incluido en mi libro y por tanto, en la práctica el propio Times. Sin ninguna información aparte que la proporcionada por el Times, probablemente yo también me reiría.

 

Pero con esta información, la noticia tiene un aspecto realmente muy distinto. La primera idea que establecí tanto en mi libro como en mi entrevista - no mencionada por el Times -- fue que como psicólogo de etología, Barash carece de cualificaciones académicas para escribir un texto académico acerca de temas complejos de la geopolítica y, y en particular de las causas sociales, culturales y económicas de la guerra y la paz. En otras palabras, el texto firmado por Barash como coautor no es un trabajo académico, y no debería ser presentado a los estudiantes como tal. Era, por tanto, un ejemplo perfecto de la extendida corrupción intelectual en la universidad que Los profesores fue escrito para denunciar.

 

Los académicos como Barash ganan más de 100.000 dólares al año por entre seis y 9 horas de trabajo a la semana en el aula; tienen cuatro meses de vacaciones apagadas y empleos de por vida. La carga laboral mínima de los profesores es justificada por la necesidad de investigar. Pero un psicólogo animal no está cualificado para hacer investigación en el terreno de la guerra y la paz. La concesión de espacio lectivo, por otra parte, se fundamenta en el hecho de que los profesores tienen credenciales como expertos en el terreno, y en el hecho mismo de que su experiencia significa que los comunes no están cualificados para juzgar su trabajo. Ese es el motivo por el que necesitan el amparo en el mandato académico. Pero si los profesores van a predicar como amateurs en áreas en las que todos son sus propios expertos, ¿por qué deberían tener alguna protección más que los políticos o los presentadores de programas de debate? En otras palabras, el libro de texto de Barash y los cursos académicos que se basan en ellos son una especie de fraude al consumidor, y deberíamos tener la misma actitud hacia ellos que la que tenemos hacia los funcionarios de Enron o hacia los miembros de otras instituciones que violan leyes y procedimientos. Ésa era mi idea - no mencionada por ninguna parte en el Seattle Times.

También argumenté que el libro de Barash es un tomo de defensa política, y que por tanto, incluso si el autor estuviera académicamente cualificado para escribirlo, que no lo está, no es un libro apropiado a asignarse como libro de texto básico en un curso académico. En otras palabras, es una forma de adoctrinamiento, no de educación. Una parte de esta idea final sí que llega al relato del Times.

En el artículo del Times, el reportero también concede espacio a Barash para hacer cierta difamación académica de mí. "Barash, biólogo de formación, ha dado clase en la UW durante 33 años. Así como Estudios de Paz, enseña comportamiento animal y psicología evolutiva. Dice sentirse honrado de ser mencionado junto a académicos notables como Noam Chomsky, Paul Ehrlich, Michael Eric Dyson o Howard Zinn….Barash dice que su perfil en el libro está lleno de mal representaciones e inexactitudes. Por ejemplo, afirma que culpa de la crisis de los misiles cubanos a la psicología del Presidente Kennedy - cuando de hecho su libro menciona muchos factores, incluyendo el armamento de misiles de la Unión Soviética. Simplemente es una mentira. O no leyó el libro o no lo abrió´, dice Barash. ´Todo el asunto es simplemente una parodia´".

Incluso sin los hechos reales en fila, es obvio que este comentario viene de la escuela de corrección política del "Bush miente, la gente muere"[1]. Aparentemente, para los radicales como Barish, no es posible que un conservador pase por alto una sentencia o un párrafo en un libro de 570 páginas, que no está organizado en ningún orden cronológico o narrativo. En lugar de eso, el conservador tiene que estar mintiendo (porque eso es lo que hacen los conservadores, puesto que ningún ser humano moral o racional podría sostener opiniones conservadoras).

 

En la práctica, Barash y su coautor sí atribuyen la crisis de los misiles cubanos al envalentonamiento de Kennedy, como muestra el pasaje de su texto que cito textualmente en Los profesores. Sin embargo, el armamento soviético de misiles en Cuba también es mencionado en el libro de Barash en un párrafo acerca de la crisis, que está separado por centenares de páginas del que yo cito - que es por lo que lo pasé por alto. Por una parte, pues, Barash está en lo cierto en que sí pase por alto el segundo pasaje. Por la otra, este pasaje sólo refuerza los comentarios que hice acerca del texto de Barash. Al discutir el emplazamiento de los misiles (en una frase o dos), Barash y su coautor minimizan su significado como factor de la crisis con el fin de, 1) presentar la confrontación desde la perspectiva de la dictadura soviética, y 2) adoptar una postura de equivalencia moral que desacredita las políticas y la posición de Estados Unidos.

 

En este segundo relato, la crisis de los misiles cubanos en el texto de Barash es despreciativamente etiquetada como "un juego de gallitos". Barash y su coautor explican el significado de este término remitiendo a los estudiantes a la película de James Dean Rebelde sin causa, en la que los adolescentes conducen coches hasta un acantilado para batirse en duelo. En este teatro del absurdo, el presidente americano aparece como un adolescente inseguro que habiendo sido humillado por los soviéticos el año anterior, lo compensaba "jugando al gallito" con la dictadura soviética con la excusa del emplazamiento de los misiles.

 

El emplazamiento de los misiles por el dictador Nikita Khrushchev fue un acto que los historiadores serios han calificado como una provocación sin escrúpulos. De hecho, los propios soviéticos la describieron como tal cuando derrocaron a Khrushchev algunos años después. Pero Barash y su coautor califican el emplazamiento de los misiles como perfectamente razonable. Explican: "El ejemplo más dramático de gallito nuclear tuvo lugar durante la crisis de los misiles cubanos en 1962, cuando la Unión Soviética intentó instalar misiles de alcance medio en Cuba esperando disuadir a Estados Unidos de invadir Cuba y ´equilibrar´ el despliegue americano de misiles con cabeza nuclear en Turquía (bordeando a la antigua Unión Soviética) y Gran Bretaña". Esta explicación, por supuesto, es, palabra por palabra, la propaganda soviética de la época.

Contrariamente a Barash y a los propagandistas del Kremlin, el emplazamiento de los misiles norteamericanos en Turquía y Gran Bretaña no fue provocativo, sino defensivo. Fueron colocados en esas ubicaciones porque la Unión Soviética era una dictadura agresiva que había asesinado a entre 20 y 40 millones de su propio pueblo y porque el Ejército Rojo ocupaba Europa del Este y estaba posicionado para desbordar Europa Occidental. El Ejército Rojo había realizado previamente una incursión en Irán (nada de esto es mencionado en el texto de Barash). Los misiles que América puso en Europa y Turquía estaban diseñados para disuadir la invasión soviética porque el Ejército Rojo disponía de una ventaja de más de un millón de tropas sobre el lado occidental del Telón de Acero. Para compensar el déficit de efectivos, los Estados Unidos desplegaron misiles nucleares (todo esto también está ausente del texto de Barash). En contraste, el emplazamiento de los misiles en Cuba sí alteró el equilibrio de poder y estuvo diseñado agresivamente para hacerlo. Eso es por lo que la Unión Soviética colocó los misiles en Cuba secretamente, y por lo que el embajador soviético mintió a Kennedy y negó que los misiles se estuvieran desplegando.

 

De modo que, ¿hasta qué punto es engañoso mi relato del tratamiento de Barash a la crisis de los misiles cubanos en Los profesores? He aquí lo que dice Los profesores acerca de su texto: "A lo largo de los estudios de conflicto y paz, los autores justifican las políticas y las acciones comunistas y colocan bajo una perspectiva negativa las de América y las de las democracias occidentales. Este desequilibrio parcial en favor de los enemigos totalitarios de América es evidente en su tratamiento de la crisis de los misiles cubanos, por ejemplo".

 

El libro de Barash no nombra al Ejército Rojo, afirma falsamente que no hubo guerra civil en Rusia asociada con la revolución (la hubo y costó millones de vidas), menciona solamente el "Estalinismo" como pretexto utilizado por Estados Unidos para justificar su propia carrera militar y (y sin dejar saber a los estudiantes qué era el Estalinismo) no proporciona justificación crítica que introduzca los estudiantes en una opinión que no consista en la apología patética del Comunismo, comenzando por su capítulo acerca de "la pobreza como causa de guerra" que recupera la opinión marxista del mundo y sigue con nada que la contradiga. Es un libro tan atroz en sus distorsiones de la historia en favor de la opinión mundial "progresista" que compara la masacre calculada a sangre fría de la Plaza de Tianamen a manos de soldados y tanques de la policía estatal China con la muerte de cuatro estudiantes por guardias nacionales de Ohio que fueron presas del pánico bajo el asalto de radicales que tiraban piedras en la Kent State.

Si hay un embustero en esta sala, es seguro que no soy yo.


David Horowitz es un conocido autor norteamericano y activista de los derechos civiles.

Diario Exterior (España)

 



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