La responsabilidad de la Iglesia es enorme en este tiempo tan incierto. Amenazas ciertas se multiplican contra los principios generales del Estado democrático.
Cualquier proceso basado en interpretaciones trasnochadas y caprichosas del socialismo, como el castro-comunismo cubano, conduce a serias confrontaciones en las actividades de los ciudadanos y de sus relaciones con el Estado. No pueden, ni deben evitarse.
La sola reivindicación de la trasnochada tesis del Estado docente sobre el derecho de la familia a orientar la educación de los hijos, así como las cre cientes limitaciones a la enseñanza religiosa, no dejan margen para vacilaciones.
Benedicto XVI, al recibir a los obispos polacos, hizo un llamado a la Iglesia a ayudar a que los políticos "actúen con integridad y sabiduría contra la injusticia y la opresión, el dominio arbitrario y la intolerancia de un solo hombre y de un solo partido político". Por su parte, Juan XXIII nos enseñó sabiamente que "La paz no se puede establecer ni asegurar sino se guarda integralmente el orden establecido por Dios".
Esto incluye, por supuesto, el orden legal y legítimo existente en cualquier país y obliga a enfrentar a un régimen cuyo vicio mayor es la concepción materialista de la vida y de la historia, empeñado en imponer de manera arbitraria y hasta violenta, una forma de vida contraria a nuestros valores fundamentales. Restringe la libertad y los derechos personales, para someternos a un Estado todopoderoso dueño y señor de vidas y haciendas.
Este es el tiempo del cardenal Urosa, de impecable trayectoria como ciudadano y sacerdote. Fiel servidor desde elevadas responsabilidades en la jerarquía eclesiástica y adornado de extraordinarias condiciones personales. Carácter, firmeza en las convicciones y tendencia al diálogo en busca de entendimientos útiles.
Sin embargo, la situación es tan grave que existe enorme expectativa escrutadora sobre lo por venir. Estará a la altura de sus ilustres antecesores.