El diagnóstico está claro. Venezuela se desmorona como república democrática. Todas las instituciones están disminuidas, alteradas y sustituidas progresivamente por jerarquías distintas al margen del derecho, en beneficio exclusivo de quien preside el actual régimen.
Pero al no tener claro el desenlace definitivo, ni la verdadera naturaleza de la lucha para enfrentar y derrotar la realidad, la angustia se vuelve causa común. El miedo abre camino a la aceptación resignada de injusticias y desmanes. El ciudadano común sabe que nada positivo puede esperar del régimen.
El sentimiento es mayor entre los más pobres y desamparados. Fueron ellos quienes más confianza depositaron. Hoy sienten la fe perdida, las esperanzas traicionadas y sólo pueden aferrarse a sus principios y a lo poco material que tienen. Están a la deriva, sin acceso a los poderosos del sector público, ni a un sector privado en vías de liquidación. Busca, sin encontrarlos todavía, líderes a los cuales seguir por su claridad de objetivos, entrega desinteresada y suficiente coraje para la confrontación definitiva e inevitable.
Elites
El pueblo es sabio. El problema se ubica a nivel de elites. Arriba nacen y se desarrollan todas las maniobras, juegos de intereses creados, traiciones y confusiones desconcertantes para la mayoría. Es inaceptable que por hastío, desinterés, miedo u oportunismo exista tanta indiferencia en quienes tendrían las mayores responsabilidades en la defensa de la integridad republicana. Las acciones tiránicas inundan todos los espacios de la vida nacional ¿o no?, pero por el camino que vamos este país pronto alcanzará la cima de la hipocresía individual y colectiva, reino de la mentira y del disimulo.
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