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10/04/2006 | Una reactivación sorprendente

Mario Teijeiro

En el 2006 Argentina puede crecer por cuarto año consecutivo a tasas chinas, lo que sorprende a simpatizantes y detractores. La recuperación acumulada desde el 2002 es ya mayor que la recuperación ocurrida desde comienzos de la Convertibilidad hasta el Tequila.

 

Esta recuperación ocurre al mismo tiempo que la economía se ha manejado con un elevado grado de discrecionalidad y el poder se ha concentrado aceleradamente en la persona de Kirchner. ¿Por qué se ha recuperado tanto la economía con políticas económicas intervencionistas?. ¿Cuáles son las lecciones de política económica?

La recuperación sigue

Frente a una expectativa generalizada de que el crecimiento se desaceleraría en el 2005, Argentina volvió a crecer al 9% y el consenso para el 2006 es que podemos crecer 7.5%. Si estas expectativas se cumplieran, a fines del 2006 el PBI argentino superará el de 1998 en 20%. Esta recuperación ha permitido un aumento sustancial del empleo, una reducción significativa de los indicadores de pobreza e indigencia y todo esto se ha producido con una inflación creciente pero aún moderada para estándares argentinos.

La recuperación de los trimestres recientes está empujada por la demanda de construcción, inversión y consumo durable (principalmente automóviles), sectores en los que todavía existe capacidad instalada para responder a la mayor demanda. Esta característica de la recuperación reciente es un indicador que las expectativas positivas del sector privado se están consolidando: los individuos continúan desatesorando dólares para cambiar el automóvil o comprar una vivienda y los empresarios deciden reinvertir sus utilidades en vez de fugarlas al exterior. La sorpresa positiva ha sido que la inversión creció en el 2005 hasta el 21% del PBI, nivel todavía bajo pero más consistente con la continuidad de un crecimiento moderado, una vez que se alcance el pleno empleo.

La rapidez de la recuperación sorprende a simpatizantes y detractores. Lo ocurrido es un desafío intelectual serio para la ortodoxia financiera, que no creyó posible evitar la hiperinflación tras la devaluación del 200%. Tampoco creyó que la economía se podía recuperar fuertemente con una intermediación financiera famélica (consecuencia del congelamiento de depósitos), sin crédito internacional (consecuencia del default) y sin un tipo de cambio flexible y apreciado.

Las causas de la recuperación

¿Cómo explicar entonces esta recuperación?. La capacidad ociosa existente fue una condición necesaria, pero no suficiente. El crecimiento de la demanda debe explicar el fenómeno y en este sentido las condiciones externas favorables para nuestras exportaciones fueron un elemento fortuito importante. Pero el empuje más importante fue la reversión de los capitales privados, que pasaron de fugar $ 12,500 millones de dólares en 2002, a ingresar $ 3,000 millones de dólares en el 2005. Este comportamiento ha estado sin duda favorecido por las bajas tasas de interés internacionales, pero no hubiera ocurrido sin la confianza que despertó la consolidación de la estabilidad cambiaria post devaluación.

La pregunta relevante entonces es qué política permitió la estabilización cambiaria y la respuesta es clara: una política fiscal ortodoxa que transformó déficits fiscales de 5% del PBI en superávits del orden de 2% del PBI. El gran mérito de esta izquierda aggiornada fue adoptar la prudencia fiscal y al hacerlo empezó el círculo virtuoso de la estabilidad cambiaria, la confianza progresiva y el retorno de los capitales que fugaban al colchón y al exterior. Al gobierno le ha bastado con superávit fiscales y un tipo de cambio estable y competitivo para recuperar la actividad económica. No es una fórmula inédita, Chile también la implementó con éxito entre 1984 y 1990. La novedad es que ha funcionado también en la Argentina, a pesar de estar acompañada por un elevado grado de discrecionalidad que no contribuyó al “clima de negocios”. Lo que en nuestro caso jugó a favor es la enorme masa de ahorros que los argentinos atesoran aquí y en el exterior y revierten rápidamente con un mínimo de confianza, aún sin un sistema financiero que merezca su confianza.

Las lecciones de la experiencia

El mayor acierto del gobierno de Kirchner ha sido reemplazar la irresponsabilidad financiera por la prudencia fiscal. El endeudamiento externo y la intermediación financiera contribuyen al crecimiento sólo cuando financian inversiones rentables a tasas bajas, pero son nefastos e insostenibles cuando financian consumo privado o gasto público improductivo a tasas altas. La imprudencia fiscal fue la socia estratégica de los intereses financieros durante la Convertibilidad, ya que el déficit fue la contracara del endeudamiento externo y el financiamiento bancario al sector público.

Pero el problema es que Kirchner sólo asumió la prudencia fiscal y tiró por la borda la ortodoxia tradicional, que ha probado mundialmente que para crecer a tasas altas y sostenidas dentro de este capitalismo global, es necesario tener una estrategia basada en el comercio libre con acceso a los mercados desarrollados, impuestos bajos, gasto público austero y eficiente, regulaciones que favorezcan la iniciativa privada y la competencia, respeto por los derechos de propiedad, estabilidad de las reglas de juego y calidad educativa.

Los errores en materia de políticas de largo plazo son interminables. Continuamos cerrando la economía, protegiendo a sectores ineficientes que nunca serán competitivos. Gravamos las exportaciones tradicionales y hasta prohibimos las exportaciones de carne, sin reparar en el daño de largo plazo a nuestros mercados de exportación. Aumentamos el gasto público primario hasta niveles de fines de la Convertibilidad. Aumentamos la presión tributaria cinco puntos del PBI y no hay intención de eliminar los impuestos distorsivos que se impusieron en la emergencia. En lugar de renegociar los contratos de empresas privatizadas dentro de reglas competitivas, estatizamos nuevamente, postergamos ajustes tarifarios y acumulamos problemas por falta de inversión. La legislación laboral va en camino de endurecerse, todo lo contrario de lo que se necesita para superar el desempleo y competir en la economia globalizada. La discrecionalidad y los aprietes son cada vez mayores en materia de política de precios.

¿Es esto un capitalismo serio?. Lo único que tiene de serio es la política de superávit fiscal. Todo lo demás es puro intervencionismo, discrecionalidad y populismo al servicio de un proyecto industrialista en lo económico y hegemónico en lo político. Pero acaso, ¿está mal reindustrializar?. Por supuesto que no, en la medida que no sea a costa de los demás sectores. El problema son siempre los excesos pendulares. Así como estuvieron mal los excesos de la corporación financiera, que identificó el desarrollo financiero con el crecimiento nacional y así nos endeudamos hasta el tuétano, también están mal los excesos de este corporativismo industrial que identifica la reindustrialización del país con el crecimiento nacional y con esa visión apoya el proteccionismo y la regulación discrecional de la rentabilidad agropecuaria y de los servicios.

A diferencia de lo que opinan muchos simpatizantes de la Convertibilidad, lo que está mal de este modelo no es el tipo de cambio competitivo, sino todas las politicas intervencionistas y discrecionales que lo acompañan. En buena medida el tipo de cambio competitivo es la contracara del (necesario) superávit fiscal y del desempleo que todavía condiciona la existencia de salarios bajos. Pero además, antes que dejar apreciar el tipo de cambio, sería mucho mejor bajar los aranceles y eliminar restricciones a las importaciones, así como frenar el aumento del gasto público y los aumentos de salarios por decreto. Así no solamente bajaríamos la inflación sino también abriríamos la economía y reduciríamos el peso del Estado sobre la competitividad.

No hay un proyecto con chances de éxito a largo plazo

La economía seguirá creciendo fuerte en el 2006 y podemos crecer a tasas menores pero aceptables en los próximos años si la bonanza internacional continúa, si el gobierno persevera con el superávit fiscal y si el aumento de la tasa de inversión se consolida. Pero no nos entusiasmemos, porque no estamos frente a un proyecto de crecimiento de largo plazo con chances de éxito. La esencia de nuestras politicas de largo plazo son el nacionalismo proteccionista, el distribucionismo y la discrecionalidad populista, recetas con las que ningún país se ha destacado por su crecimiento económico.

La discrecionalidad populista no sirve para crecer sostenidamente, pues favorece al ineficiente, disminuye la inversión y la orienta hacia los sectores informales, menos expuestos a la discreción imperante. No podemos construir un país con quienes perseveran en dividirnos entre quienes están del lado de los represores o del lado de los guerrilleros. O dividirnos entre industrialistas que (supuestamente) dan empleo al pueblo y oligarcas o financistas que (supuestamente) lo hambrean. La única manera de construir un país es unir a todos bajo reglas de juego objetivas y competitivas, que no pueden ser otras que las que surjan de una inserción internacional plena y de un gobierno que deja de intervenir discrecionalmente.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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