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29/11/2012 | Una Organización Nada Útil (ONU)

David Jimenez

No resuelve ni acuerda. Es ineficiente. Nada representativa o democrática. Si no puede reformarse, y décadas de intentos fallidos demuestran que no es capaz, Naciones Unidas debería cejar en su pretendido papel de garante de la paz mundial.

 

Las crisis siria y palestina, con sus masacres impunes y sus conspiraciones geopolíticas entre bastidores, han vuelto a poner en evidencia lo que desde hace tiempo ha sido reducido a una Organización Nada Útil (ONU). Que no barata: su presupuesto para este año ronda los 4.000 millones de euros, muchos de ellos  malgastados en burocracia y naderías como esa Asamblea General utilizada una vez al año por los líderes mundiales para pavonearse.  

La sede de la organización en Nueva York se ha convertido en el cementerio dorado de políticos premiados por partidos de Estados miembros. Su estructura, con cinco asientos permanentes con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, deja sin representación real a más de la mitad de la población del mundo.

Lo que queda es un elitista club en el que sus miembros se intercambian resoluciones, declaraciones sobre Derechos Humanos o intervenciones internacionales como si fueran cromos en un patio escolar. Tú me apoyas en esto, yo te doy aquello

Los principales culpables de la decadencia de la organización son, contradictoriamente, los países que más públicamente defienden su papel. Los mismos que, tras vetar cualquier iniciativa contraria a sus intereses, negocian a sus espaldas en reuniones como el G-20 o el G-8, cuando no en un improvisado G-3 como el que llevó a Bush, Blair y Aznar a decidir la invasión de Irak en 2003. Solo cuando sirve a unos intereses predeterminados pasa la ONU a ser "una organización vital para el mantenimiento de la paz".

Nada demuestra mejor ese fariseo interesado que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. ¿Quiénes forman el organismo encargado de velar por los valores universales? La lista incluye al país que más ejecuta en el mundo (China), el principal valedor de la desigualdad de género (Arabia Saudí), un estado que simboliza la manipulación de la justicia al servicio del poder (Rusia) o una dictadura conocida por reprimir a manifestantes desarmados en las calles (Bahréin).

"Siempre nos quedará la postura íntegra de las grandes democracias occidentales", dirán los valedores de la organización en Londres, París o Nueva York. Pero tampoco. EEUU anunció el año pasado que dejaba de financiar la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) porque una mayoría había votado a favor de otorgar a la Autoridad Nacional Palestina la condición de miembro pleno. Es decir: porque el resultado no era de su agrado.

Hoy tiene lugar una votación similar, en este caso sobre la solicitud palestina de elevar su estatus al de Estado observador en la ONU. La probable victoria diplomática palestina no es una prueba de la eficacia de la organización, sino de su irrelevancia: sólo será posible porque todo el mundo sabe que no tendrá ningún efecto sobre el terreno. Las decisiones que realmente podrían influir en éste y otros conflictos quedan en manos del Club de los Cinco, cuyos principios democráticos incluyen la reiterada negativa a aceptar a un país como la India, con una sexta parte de la población mundial. No digamos ya a representantes de Latinoamérica o África.

Una institución que mantiene el mensaje de que unos ciudadanos deben tener más voz que otros en función del lugar donde vivan o las armas que tengan sus gobiernos -los cinco miembros permanentes disponen de bombas nucleares-, carece de credibilidad. Hay funcionarios de la ONU haciendo esfuerzos meritorios en conflictos que van desde Somalia a Timor Oriental, pero su trabajo es a menudo la primera víctima del sistema de prebendas, intereses y conspiraciones en el que ha degenerado la ONU.

Naciones Unidas tuvo su función tras II Guerra Mundial, representando los equilibrios geopolíticos salidos del conflicto y convirtiéndose en una plataforma para que bloques enfrentados mantuvieran el contacto mínimo que evitara su mutua destrucción. Los tiempos han cambiado, pero la estructura permanece intacta desde su fundación en 1945.

Mientras no se reforme en base a los principios que dice defender, la organización debería limitarse a operar las agencias que se dedican a luchar contra problemas globales, desde UNICEF a la FAO, pasando por la OMS o UNESCO. Todas ellas están necesitadas de modernización, recorte de gastos innecesarios y despolitización, pero al menos ejercen funciones que tienen un impacto real y positivo sobre millones de personas. Merece la pena mantenerlas y mejorarlas.

El Mundo (España)

 



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