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16/05/2006 | La irrealidad de la revolución chavista

Asdrúbal Aguiar

Leía a Jorge Luis Borges cuando al transcribir a mano uno de sus tantos giros célebres y decidores en El Inmortal "fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real" de pronto recordé que algunos amigos me recriminan por pesimista, a propósito de mi cotidiana revisión del acontecer venezolano.

 

Es probable que así sea y no lo descarto como hipótesis. Pero no encuentro, por lo pronto, otra opción razonable y éticamente satisfactoria, es decir, responsable, que no sea incidir hasta el cansancio sobre aquellos elementos que describen objetivamente nuestro tránsito nacional hacia el abismo. Y lo afirmo sin dramas.

No puedo morigerar o desdibujar una tragedia que, como la veo, corre hoy sobre la alfombra del escapismo colectivo; ese que padece una parte importante de los venezolanos: quienes no creen aún y a quienes les resulta inverosímil todo cuanto nos acontece. La verdad sería que nada es verdad y todo obra de la hipérbole.

Quienes escribimos en la prensa así lo creo tenemos el deber del escrutinio de lo público sin concesiones y de repetir su balance hasta el tedio: hasta que la memoria nacional si ello ocurre registre en la conciencia su estado de salud. No existe otra forma para que descubramos, sobre la certidumbre de los peligros que nos acechan, que la opción puede ser distinta a la mera fatalidad del rumbo corriente, por escabroso que se nos anuncie.

De nada sirve alimentar la esperanza, si con ello se acrecienta la convicción y hasta la frivolidad de quienes creen que podrán sobrevivir como lo han hecho hasta ahora, sin riesgos, en el marco prometido del socialismo del siglo XXI.

El país, como cuerpo viviente, no será capaz de dar un vuelco si acaso no repara en su circunstancia actual y en la crudeza de un deterioro social, político y económico tal que resulta impropio su disimulo. La experiencia de los alcohólicos anónimos es, al respecto, aleccionadora: Ninguno supera el alcoholismo sino a partir del reconocimiento expreso de la enfermedad. Así de simple.

En una de mis últimas columnas: "Venezuela, sin política ni dolientes", recordé que el régimen gasta 20 billones de dólares en las tareas de exportación revolucionaria, en tanto que de los 30 billones de dólares restantes sólo 5 billones los destina al gasto social. De allí la pobreza creciente y grosera de nuestras mayorías, así la mayoría no quiera verla o pretenda imaginarla distinta de como es, porque algunos hayan mejorado sus beneficios crematísticos arrimados a la ubre del Estado.

No por azar un 23 y tantos por ciento de los venezolanos que integraban los estratos A, B y C de la población se han reducido a un 4%, en tanto que los pobres in extremis han crecido sin solución de continuidad durante los últimos 7 años.

No pude obviar repetir, entonces, que hace siete años el país sufría de una sangría en vidas humanas segadas por la violencia y la disolución social, hasta un punto en que se contabilizaban en 4.500 los homicidios de cada año. Pero que hoy, luego de siete años de revolución, la cifra de homicidios supera el número macabro de 14.000. Y ello es así, aun cuando amplios sectores no quieran ver a la muerte que nos ronda y seduce o pretendan imaginar que su rostro no es tan macabro: sería sólo el producto de una pesadilla, y nada más.

De modo que, podrán ir y venir los líderes y los aspirantes a líderes de un pretendido movimiento que intente confrontar al régimen y prometa revertir los nocivos efectos de la experiencia "bolivariana". Pero todo será en vano si la gente todavía cree que nada pasa o que, si algo pasa, al fin y al cabo nada es distinto a como ha sido siempre para todos.

En fin, de nada servirán los esfuerzos si la gente no modifica sus percepciones acerca del país y continúa medrando sobre sus atavismos seculares y si cada venezolano no asume ser, individualmente, tan responsable de nuestro destino como cualquier político de ocasión.

Ningún Mesías aparecerá como por obra del azar y si aparece, su palabra, por lo pronto, caerá sobre terreno infecundo: porque nada puede fecundar en el espíritu de quienes aceptan la realidad desgarradora de la Venezuela del presente como inevitable y quienes a fuerza de prestidigitación la despachan "borgianamente" hacia la irrealidad de lo real.

Hugo Chávez ha dicho que cambiará el curso de la humanidad, aun cuando en siete años no ha hecho otra cosa que sumar a Venezuela y su propia vida personal a la obra de su destrucción sistemática. Así que, pensando en la realidad de lo irreal, algunos se consolarán con el silogismo: Si en Venezuela no pasa nada y si a pesar de su declinación seguimos respirando, nada le pasará al resto del mundo y podrán respirar tranquilos los gobiernos extranjeros, a pesar de los pesares. Nada más.

El Universal (Ve) (Venezuela)

 


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