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22/06/2014 | Japón - La 'maldición' de la dinastía reinante más antigua del planeta

Eduardo Alvarez

Los legisladores nipones y los altos funcionarios de Palacio estudian cambios sobre el estatus de las mujeres de la familia imperial, ya que la preocupante falta de varones amenaza con extinguirla.

 

Fue en torno al año 660 antes de Cristo cuando Jimmu, descendiente nada menos que de Amaterasu -la diosa del Sol-, ascendió al Trono del Crisantemo, convirtiéndose en el primer emperador de Japón. Éste es el origen mítico de la dinastía reinante más antigua del planeta, puesto que a pesar de que los historiadores coinciden en que los primeros 14 soberanos fueron personajes más legendarios que reales, el Imperio del Sol Naciente ha estado regido de forma ininterrumpida hasta nuestros días por la misma familia real. El actual emperador, Akihito, es el eslabón número 125 de una cadena de monarcas unidos por un imaginario cordón umbilical a la radiante diosa.

La familia imperial nipona perdió su carácter divino oficial tras la Segunda Guerra Mundial. Pero sus miembros son custodios de tradiciones milenarias que conforman la argamasa social de uno de los países, paradójicamente, más modernos del mundo en lo tecnológico. Por ello, preocupa, y mucho, el riesgo de extinción de la dinastía... por falta de miembros varones.

Sólo cinco miembros con derecho al Trono

Como si de una maldición se tratara, en las últimas décadas apenas han nacido niños en Palacio y ya son sólo cinco los miembros con derecho a la sucesión al trono. Pero descontados el príncipe heredero, Naruhito, su hermano y el hijo de éste, que hoy por hoy garantizan la continuidad dinástica, los otros dos no cuentan, ya que se trata del príncipe Hitachi -de 78 años, hermano del emperador- y del príncipe Mikasa -de 98, tío del soberano-. La Ley Sálica imperante en Japón excluye tajantemente a las mujeres de ceñir la corona.

La alarma se ha vuelto a disparar tras la reciente muerte del príncipe Katsura -hijo del citado nonagenario Mikasa-. Tenía 66 años y ha fallecido sin hijos. Dado que, por parte de hermanos, sólo hay descendencia femenina, y su padre es ya tan anciano, está a punto de extinguirse su rama de la familia imperial, formada en total ya sólo por 21 miembros. Y si nada lo remedia, y por los mismos motivos -vejez y falta de varones- otras ramas se extinguirán igualmente, dejando en una situación de grave peligro a la monarquía nipona.

La preocupación es tal que las autoridades políticas y religiosas de Japón se han puesto manos a la obra para buscar soluciones.

Princesas en una ceremonia exclusiva para hombres

Así, a mediados de este mes la Agencia de la Casa Imperial rompió una tradición centenaria al permitir por primera vez a las princesas participar en la ceremonia del 'Oharai no gi', un ritual sagrado de purificación que se celebra dos veces al año en Palacio, vedado hasta ahora a las mujeres de la familia real. Es uno de los ritos más importantes de las 500 ofrendas sintoístas que protagonizan el emperador y sus familiares a lo largo del año, y la escasez de miembros masculinos para realizarlo había generado una gran crisis en la Corte.

Mayor pesadumbre provoca este asunto por sus consecuencias políticas. Desde hace una década, Japón debate sobre la conveniencia de modificar las arcaicas reglas de la familia imperial para que las mujeres dejen de estar en una posición tan subordinada, aunque sea por mera supervivencia de la institución. La falta de un hijo varón del príncipe heredero y de su esposa, la eternamente deprimida Masako, que sólo pudieron engendrar una niña, llevó al Gobierno y a los parlamentarios a plantearse la abolición de la Ley Sálica para que la dinastía no se extinguiera. Ocurrió hace siete años, pero cuando la Dieta nipona -Cámara Baja- estaba a punto de dar su brazo a torcer, nació Hisaíto, sobrino del actual heredero, y se esfumó toda intención de abolir la machista Ley.

Sin embargo, aunque este niño llamado a ser en unas décadas el emperador garantice de momento la sucesión, los políticos han tenido que seguir buscando fórmulas para adecuar el estatus de las princesas imperiales por el alarmante envejecimiento de la familia. Hace apenas unos días, volvió a reunirse el grupo multipartidista de diputados y senadores que estudia desde hace años todas las posibilidades. Y la vía que podría aprobarse finalmente es la de permitir que las mujeres de la realeza mantengan su rol aunque se casen con plebeyos, o, como remedio menor, que aunque dejen de tener consideración imperial, puedan seguir participando en los actos y ritos de la primera familia del país.

Hay prisas por desempolvar el proyecto legal que lleva años en fase de estudio y enmiendas.

Anuncio de boda de la princesa Noriko

El reciente anuncio de boda para otoño de la princesa Noriko -hija de un primo del emperador-, con un sacerdote sintoísta plebeyo, ha avivado las urgencias. En cuanto contraiga matrimonio, Noriko dejará de ser princesa. Igual que le ocurrió en 2005 a Sayako, hija de los actuales soberanos, que se casó con un funcionario y automáticamente perdió su estatus imperial y todo su rastro de la familia real fue borrado de un plumazo.

Pero volviendo a la casadera Noriko. Cuando pierda su condición, la dinastía ya sólo tendrá 20 miembros. Muchos, como hemos señalado, son ancianos y, por ley de vida, no tardarán en fallecer. La cifra seguirá disminuyendo. Y dado que hay varias princesas en edad de matrimoniar..., se comprende que lo de que la dinastía más antigua se extingue no es sólo un titular sensacionalista.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, la familia imperial, además de consideración sagrada, estaba formada por una extensa red de casi un centenar de miembros. Pero la Carta Magna impuesta en 1947 a Japón por EEUU -la 'Constitución de la Paz'-, redujo la dinastía a sólo los hijos varones y sus descendientes del emperador Taisho -padre del funesto Hiroito que lanzó a su pueblo a la Guerra Mundial-. Así, de un día para otro, decenas de príncipes de 11 líneas imperiales perdieron su estatus y pasaron a ser simples plebeyos. Hoy, ante la falta de hombres en la Corte, varios legisladores plantean que se devuelva su rol dinástico a aquellos ex príncipes y a sus hijos.

El emperador, una figura reverencial

Aunque el emperador japonés sólo tiene funciones simbólicas y de representación como jefe de Estado, su aura inviolable sigue concitando un respeto reverencial en su pueblo y una ley no escrita de silencio impide cualquier crítica pública a su persona y a sus familiares. Pero esto, en la práctica política, se traduce en que casi ningún dirigente se atreve a pedir cambios en la milenaria Corte y cuando se inicia algún debate, como es el caso, se eterniza. A ello contribuye también que los sectores nipones más inmovilistas boicotean cualquier iniciativa que suponga modernizar una institución que en su funcionamiento interno recuerda más a los tiempos corteses de los samuráis que a la era del smartphone.

Ese opresivo, ceremonial y arcaico ambiente tras los muros de Palacio nunca lo ha soportado la mujer del príncipe heredero, la triste Masako, que desde hace más de una década permanece prácticamente recluida en su alcoba por una melancólica enfermedad de la que la Corte nipona no ofrece detalles. Aunque es sabido que el origen de sus males está en el hecho de que no diera a luz a un varón. No es para menos su estado depresivo, ya que hasta miembros de la familia imperial, como el fallecido príncipe Tomohito, llegaron a pedir a Naruhito que la repudiara y que se volviera a instalar el viejo sistema de concubinas reales para engendrar al heredero. Incluso no faltaron voces que pidieron a Masako que se suicidara a modo de antiguo harakiri de honor, como servicio al Estado.

En una monarquía que nació con la leyenda, cabría concluir que la maldición no es sino una señal de la diosa Amaterasu de que desea ver ya a una emperatriz rigiendo los destinos del Imperio del Sol.

El Mundo (España)

 



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