La interminable lista de mandatarios extranjeros que arroparán al rey en su gran dÃa confirma hasta qué punto la MonarquÃa es hoy el principal valor polÃtico del Reino Unido.
Los politólogos usan el concepto de poder blando para
referirse a esa capacidad tan importante en las relaciones internacional que
tienen algunos actores políticos para influir en la sociedad de naciones por
medio de instrumentos culturales, ideológicos y, naturalmente, diplomáticos con
el fin de conseguir determinados efectos en terceros países. Las Monarquías en
las naciones democráticas que mantienen en el siglo XXI esta forma política del
Estado son agentes con evidentes ventajas comparativas para desplegar ese poder
blando. Y, por encima de todas, qué duda cabe de que la Corona británica está a
la cabeza por influencia, proyección global, liderazgo, privilegiada facultad
de interlocución internacional e imagen de marca.
La coronación del rey Carlos III es una oportunidad sin
igual de exaltación monárquica. Es un momento único de reafirmación y
exhibición de todos los atributos inherentes a una institución de carácter
simbólico que ha experimentado una metamorfosis extraordinaria a lo largo de la
Historia hasta el actual estadio, el que corresponde a la era del
parlamentarismo pleno. Los reyes -los de naciones democráticas, se entiende- ya
no gobiernan, pero reinan, lo cual es casi más difícil. No ha disminuido el
peso de la corona sobre sus cabezas, al contrario, ya que hoy cada uno de sus
pasos es escrutado por opiniones públicas necesariamente exigentes que ya no
aceptan que la Monarquía sea sinónimo de privilegio sino que debe estar ligada
a la máxima ejemplaridad y el servicio permanente a la ciudadanía. Pero la
coronación, no se olvide, es también un acto de naturaleza política -dejemos
las consideraciones de tipo religioso, que haberlas haylas, para otro momento-.
La grandeza de la coronación le sirve, una vez más, al Reino Unido para escapar
de su aislacionismo, alimentar siquiera por un fin de semana el orgullo de su
pasado imperial y seguir empujando para no perder su hueco entre las naciones
que se disputan el liderazgo mundial.
No es fácil imaginar qué papel tendría en esta sociedad
cada vez más globalizada, pero al mismo tiempo tan zarandeada por los
populismos ultranacionalistas, un Reino Unido que no fuera ya un reino. Lo que
sí es indiscutible es que, en medio de la travesía aislacionista y de la
pérdida de identidad a las que ha condenado al país el Brexit, y con las
crecientes tensiones territoriales en un Reino Unido cada vez más desunido, con
varias de las naciones que lo componen -léase Escocia o Irlanda del Norte-
coqueteando con la idea de la ruptura, si no fuera por la Monarquía cuesta
creer que Londres siguiera teniendo tal protagonismo internacional.
Se comprobó en septiembre con la histórica asistencia de
mandatarios extranjeros al funeral por Isabel II la grande. Y se comprobará de
nuevo este sábado en Westminster, donde se van a reunir casi un centenar de
jefes de Estado o primeros ministros de los cinco continentes para respaldar al
soberano británico. El poder blando de la Monarquía, insistimos.
2.200 INVITADOS
Frente a los casi 8.000 invitados presentes en 1953 en la
coronación de Isabel II, su hijo ha querido reducir la cifra a unos 2.200. Y,
como signo de esa renovación de la institución en la que Carlos III está
empeñado, alrededor de 850 de esos asistentes a la Abadía serán representantes
de ONGs, colectivos ciudadanos y toda clase de organizaciones benéficas tanto
del Reino Unido como de la Commonwealth.
El Foreign Office cursó las oportunas invitaciones a la
práctica totalidad de gobiernos del mundo -sólo hay tres países a los que se ha
ignorado: Rusia, Bielorrusia y la República Islámica de Irán; a Corea del Norte
y Nicaragua se les ofreció estar presentes en la ceremonia sólo a través de sus
embajadores-. Y ya se ha confirmado la asistencia de representantes de altísimo
rango de los 54 países de la Mancomunidad de Naciones, de la que Carlos III es
líder, lo que incluye a numerosos presidentes y jefes de Gobierno -sorprende, y
todo es política, que desde la India finalmente sólo acuda su vicepresidente
Jagdeep Dhankhar; en la de Isabel II sí estuvo presente el primer ministro
Jawaharlal Nehru-. Los mandatarios de los 14 países que, además del Reino
Unido, tienen a Carlos III como jefe de Estado, incluidos el canadiense Justin
Trudeau, o los premieres de Canadá o Nueva Zelanda, se encontraban ya ayer en
Londres. Y Europa, esa Europa de la que hoy Gran Bretaña está algo más lejos,
estará representadísima en Westminster. Empezando por la presidenta de la
Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo, Charles
Michel, y siguiendo por los jefes de Estado de Francia, Italia, Alemania o
Polonia.
Ferdinand Marcos Jr., el presidente de Filipinas,
Emmerson Mnangagwa, su homólogo de Zimbabue... La lista de mandatarios es
interminable, e incluye al secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin,
en representación del Papa -el primer cardenal católico que asistirá a la
coronación de un rey británico desde el cisma en la Iglesia, en tiempos de
Enrique VIII-. Tampoco faltarán invitados más incómodos como el vicepresidente
chino, Han Zheng, que ha indignado a parlamentarios británicos por su papel en
la represión contra su antigua colonia Hong Kong. Dirigentes domésticos también
resultan algo fastidiosos, como la líder del Sin Féin en el Ulster, Michelle
O'Neill. Sin embargo, su presencia en Westminster avala el papel aglutinante de
la Corona y su naturaleza totalmente apolítica.
Entre tantos dirigentes, se echará en falta al presidente
de EEUU, Joe Biden, quien ha delegado su representación en su mujer, Jill. Ha
sido necesario que el inquilino de la Casa Blanca anunciara que pronto
realizará un viaje de Estado al Reino Unido para que se calmaran las aguas por
lo que algunos consideraron un desplante al tratarse de dos aliados históricos
que comparten lo que llaman "una relación especial".
UN CÓNCLAVE REAL HISTÓRICO
Y, por supuesto, en el gran día para la Monarquía global,
representantes de casi todas las dinastías reinantes -y muchas no reinantes-
del globo acompañarán a Carlos III. De nuevo en su afán renovador, ha roto esa
tradición no escrita según la cual a la coronación de un monarca británico no
asistían nunca reyes extranjeros, rebajándose la invitación a sus herederos. No
será así el sábado. Desde España, viajan Felipe VI y Doña Letizia, que
compartirán un lugar privilegiado en Westminster con los reyes de Países Bajos,
los grandes duques de Luxemburgo, Alberto y Charlene de Mónaco, los herederos
de Noruega y Dinamarca, el rey Carlos Gustavo de Suecia y su primogénita, Victoria,
los príncipes regentes Alois y Sofía de Liechtenstein... No faltarán tampoco la
reina viuda Ana María de Grecia y su hijo Pablo, el destronado zar Simeón de
Bulgaria, Margarita y Radu de Rumanía, Alejandro de Serbia junto a su mujer,
príncipes de varias Casas Reales alemanas...
Va a ser éste uno de los mayores cónclaves de la realeza
de todos los tiempos, que incluye a muchos otros representantes como los
príncipes herederos de Japón, el sultán de Brunei, los reyes de Malasia, los
monarcas de Bután y los de Jordania, el rey de Lesotho, el polémico Maha
Vajiralongkorn de Tailandia junto a su favorita, el no menos polémico Mswati de
Eswatini, la princesa Lalla de Marruecos -a su hermano, el rey Mohamed VI, no
se le espera nunca en sitio alguno-, el emir de Qatar o el príncipe heredero de
Omán... Todas las monarquías absolutas del Golfo van a estar presentes, aunque,
probablemente para alivio de Londres, el polémico heredero de Arabia Saudí,
gobernante de facto, Mohamed bin Salman, va a delegar la representación en otro
familiar. La Monarquía de Carlos III quiere caracterizarse por su carácter
multicultural e inclusivo. Y no pasará, en ese sentido, desapercibida la
asistencia de otras cabezas coronadas, en este caso de las llamadas Monarquías
tradicionales, como el rey de los maoríes (Nueva Zelanda) o el de la comunidad
Ashanti (Ghana).