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06/07/2006 | México: El mensaje

Sara Sefchovich

Hay en el ambiente una tristeza pesada. No hay nadie que no se sienta perturbado, inquieto. Y lo contrario también: no hay nadie que se sienta triunfador. Es como si estuviéramos en un callejón sin salida en el que cualquier cosa que se haga sólo va a servir para ratificar la desconfianza.

 

Pero tiene razón Ciro Gómez Leyva: este escenario es el que los mexicanos elegimos. No es un error, no es un accidente, es nuestra voluntad que las cosas sean así.

¿Cómo vamos a vivir después, una vez que mal que bien se resuelva y parche esta situación? Si nuestro(s) gobernante(s) está(n) dispuesto(s) a escuchar lo que dijeron los ciudadanos, deberíamos seguir viviendo igual que hasta ahora. Porque el mensaje de las urnas fue ése: que la mayoría no queremos ningún cambio.

El resultado de la votación fue mayoritario para las tres opciones políticas que apuestan por la continuidad: PAN, PRI y el abstencionismo. Este último fue el ganador absoluto, con más de 40%, y muy por arriba de lo que obtuvo ningún candidato.

AMLO tiene que hacer una autocrítica en serio. Y digo que él porque fue quien hizo la propuesta del cambio que la mayoría de los mexicanos rechazó de manera tajante. El primer punto de esa autocrítica tendría que consistir en reconocer que desconoce lo que realmente somos los mexicanos. Porque en un país en el que la mayoría la conforman los pobres (según datos que dio el Canal Once el pasado 2 de julio, 60% de los votos en la elección del año 2000 correspondió a personas con ingresos inferiores a los 5 mil pesos), es claro que éstos no votaron masivamente por el candidato cuyo proyecto, iba dirigido a ellos.

Porque si esa mayoría de pobres hubiera realmente salido a sufragar por AMLO, no habría forma de que éste no hubiera ganado.

Entonces, el empate técnico significa o que no creyeron en los ofrecimientos de ese proyecto que supuestamente les debería gustar porque les favorecía, o que de plano prefirieron que las cosas sigan como son.

Dicho de otro modo, que a muchos ciudadanos no les molestó tanto, como suponía el PRD que debería molestarles, la existencia de los Hildebrando (de hecho, según desplegados publicados por grupos empresariales "debería haber muchos más de esos en el país porque se trata de empresarios creativos y dinámicos") y prefieren que siga el funcionamiento ya conocido del sistema. Esto habla de una forma de ser y de pensar muy enraizada, que no quiere que le muevan nada.

Otros elementos de la autocrítica deberían ser el haber basado el triunfalismo en las encuestas. Porque una y otra vez en nuestra historia (y no sólo en cuestiones electorales) se ha visto que a la hora de la hora la gente no necesariamente votó como dijo que lo haría. Y es que vivimos en una cultura en la que no se dice lo que se piensa ni se hace lo que se dice.

O haber construido las expectativas consultando principalmente al DF (que tan diferente es del resto del país, situación que los analistas nunca quieren reconocer) y escuchando demasiado a los intelectuales y políticos que dicen lo que saben y desean, pero sin ir más allá, hasta escuchar a otros fuera de sus círculos.

O echarle la culpa de la insuficiencia de votos a las campañas mediáticas, como si los ciudadanos fuéramos títeres a los que es fácil convencer de cualquier cosa a través de la publicidad.

O haber ignorado la fuerza del abstencionismo. La semana pasada en este espacio hablé de que, a pesar de todo el gasto en publicidad y de todas las promesas, muchos estaban confundidos con el modo de funcionamiento del proceso electoral y muchos de plano permanecían indiferentes ante él. Y hablé también de aquellos que habían decidido no votar porque no les gustaba ninguno de los candidatos.

O considerar lo mucho que disgustó y amenazó a los ciudadanos el haber construido las campañas con el lodo, el insulto y la burla, siendo la nuestra una cultura acostumbrada al respeto extremo a las formas y a las investiduras. Andrés Manuel aseguraba todavía una semana antes de los comicios que ganaría con 10 puntos de ventaja y eso no sucedió. De hecho no tiene ninguna ventaja, porque unos cuantos miles de votos no significan nada.

Si yo fuera perredista, lo que más me deprimiría sería haberme equivocado tanto en los pronósticos. Así que se quede o no con la Presidencia, AMLO debería tomar en consideración la dolorosa verdad de que su ofrecimiento no es lo que quiere la mayoría de los mexicanos y actuar en consecuencia.

Lo contrario también es válido, porque si a fin de cuentas Calderón se queda con la silla, su fuerza radicará precisamente en saber que los mexicanos no quisieron cambiar.

sara.sefchovich@asu.edu

Escritora, investigadora en la UNAM

El Universal (Mexico)

 


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