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El Universal (Mexico)

 

02/02/2007 | México - Desastre educativo

Sara Sefchovich

La semana pasada presenté en este espacio un panorama a vuelo de pájaro de la desastrosa situación de la educación en México. Intentaré ahora entender algunas de las razones que la explican.

 

Los estudiosos dan una diversidad de respuestas a este que es uno de los más importantes problemas nacionales, pero una que me parece sugestiva es la de Eduardo Andere. Él rompe con la idea tradicional que sostienen por igual académicos que secrerarios de Estado y sindicatos, según la cual la única forma de mejorar la educación es asignándole mayores presupuestos.

De acuerdo con sus datos, en México se destina a la educación 25% del total del gasto del gobierno federal, cifra altísima que además crece continuamente. Y sin embargo, ello no ha incidido en que alcance para cubrir todo lo necesario (que sea suficiente) ni tampoco en una mejora en la calidad, mientras que países que gastan mucho menos tienen mejor desempeño, como Japón.

¿Por qué el gasto no se traduce en resultados?

La respuesta es simple: porque se usan mal los dineros. El esquema funciona como si la educación fuera solamente un problema administrativo de conseguir y repartir dinero. Y no es así. Es necesario cambiar las prioridades y ver las cosas de manera más amplia e integral.

Hasta hoy, la mayor parte de los recursos se destina al pago de burocracia y maestros. Según Andere, el lugar común que pone a estos últimos como mal pagados es falso, pues en términos comparativos con otros asalariados, su ingreso promedio está por encima. En cambio, se destina muy poco a la capacitación.

Según Bernard Hugonnier, subsecretario para Educación de la OCDE, ello incide de manera grave en la calidad de la enseñanza, y se destina poco al mantenimiento y construcción de infraestructura escolar (que de por sí está subutilizada, pues las escuelas se usan para un solo turno, sin aprovechar el resto del tiempo) y no se destina prácticamente nada a la investigación sobre contenidos, metodologías, pedagogías y didácticas de la enseñanza y el aprendizaje. Tampoco se evalúan resultados para corregir errores o rumbos.

El sistema educativo en general y los maestros en particular, no aceptan cambios, una y otra vez se oponen a nuevos libros de texto, a diferentes contenidos, a alteraciones en los programas o en las formas pedagógicas y didácticas. Cuanto organismo internacional nos evalúa, afirma que el sindicato y la burocracia son el principal obstáculo para la mejora de la educación en el país.

Las anteriores características derivan, según Adrián Acosta Silva, de la forma en que fue concebida la educación en México, que tuvo que ver con un sistema político y económico específico, con un cierto modelo de Estado, crecimiento e industrialización y con una sociedad conformada en consecuencia. Los contenidos y las pedagogías están hechos a partir de una visión homogeneizadora de la población y sin tomar en cuenta las diferencias de necesidades educativas, contextos socioeconómicos y especificidades culturales y regionales y a ello se suman los comportamientos corporativistas con objetivos ajenos a la educación. De allí que cuando los cambios que produjo el neoliberalismo plantearon exigencias nuevas a la educación, ésta no pudo responder “dada su arquitectura institucional y sus condiciones básicas de existencia”.

El resultado es que el sistema educativo mexicano no ha podido cambiar a la velocidad y de la manera que requiere una nueva forma de inserción en el mundo y se quedó rezagado. Por eso, según Andere, deambulamos como barcos sin rumbo por culpa de nuestras políticas públicas sustentadas en mitos y mentiras y no dispuestas a cambiar para adaptarse a un mundo globalizado y competitivo como el que vivimos. Y lo peor, dice, es que no hay evidencia alguna de que haya conciencia de la situación y urgencia por rectificar el camino.

Los argumentos anteriores son sin duda ciertos, pero sólo en parte, y eso es algo que nuestros estudiosos no quieren ver. Como se concentran sólo en el aspecto educativo y lo miden según criterios neoliberales de mercado y de competencia tecnológica, creen que bastaría con que camináramos por el mismo camino que los países ricos para terminar con el desastre, y no consideran siquiera que eso es imposible no solamente porque estamos muchos años atrás, sino porque tampoco es esa nuestra cultura.

En sus planteamientos nunca aparecen como elementos para el análisis los modos de pensar y funcionar específicos de nuestra sociedad, ya no se diga algún criterio o valor humanista. Y mientras esto siga así, no podremos encontrar la salida.

sara.sefchovich@asu.edu

Escritora e investigadora en la UNAM


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