Desde que Fidel Castro y el Che Guevara pusieron un pie en La Habana, la historia de esta parte del mundo se partió en dos. La revolución cubana impactó política y culturalmente en el continente, así como las reacciones que disparó tuvieron, a su vez, profundas consecuencias. Desde esa perspectiva, el acuerdo entre EE.UU. y Cuba para restablecer relaciones es el comienzo del fin de esa era.
Y el entierro tardío de la Guerra Fría, aunque la inercia cultural todavía impregne a políticos e intelectuales latinoamericanos.
La decisión de Obama y Raúl Castro, con el paraguas y el auspicio del papa Francisco, es también la constatación de que los métodos de presión dirigidos a doblegar a los cubanos no lograron su objetivo, tal como lo reconoció el jefe de la Casa Blanca. Persiste todavía el bloqueo dirigido a derribar al régimen: el damnificado fue el pueblo cubano que, hay que destacarlo, se sobrepuso a las sanciones y pudo supervivir con grandes dificultades. No es menos importante, también, que Cuba tampoco haya podido –ni tuvo autonomía–para intentar construir otra base económica en su larga alianza con la ex Unión Soviética.
Hay que señalar, también, que el camino que se abre para Cuba es el de la reconstrucción del capitalismo que habían prometido erradicar de la isla. Cualquiera sea el modelo que los cubanos elijan –el chino o el vietnamita– con un desarrollo económico bajo un férreo control político, lo cierto es que el capitalismo de Estado irá virando hacia formas más liberales del capitalismo clásico, lo que implica una derrota de la apuesta ideológica más radical.
Castro y Obama dan este paso en un momento crucial:
1) Venezuela, con Maduro inepto para enfrentar la crisis, se hunde por el precio del petróleo, la inflación y el desabastecimiento. Fue Chávez (o Fidel con Chávez) el que le dio a Cuba oxígeno al final. 2) Obama está de salida, y ésta era la oportunidad de cerrar con Cuba. El embargo se ha convertido desde hace tiempo en una cuestión doméstica americana y, sólo bajo esa óptica, será o no removido. 3) El avance de China y de Rusia en la región es un dato crucial para la diplomacia americana. 4) El restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana no significa un replanteo automático de la política de EE.UU. para América latina, pero el impacto es tan grande desde lo simbólico que abre perspectivas de cambio.
Los modelos stalinistas de baja intensidad debieran tomar nota de lo que está ocurriendo.
