No es nada fácil comprender cual es la situación que padece Oriente Próximo y para ello es necesario tener en cuenta varias premisas. La principal de todas ellas, es tomar conciencia de que estamos ante una región, totalmente opuesta al resto del mundo, donde la libertad y la democracia no han ido ganando terreno durante las dos últimas décadas en detrimento de otros regímenes opresivos y dictatoriales. Un dato esclarecedor es que de los veintidós países miembros de la Liga Árabe, ni uno solo es una democracia electiva, mientras que si lo son el 63 por ciento de los Estados del mundo. La historia reciente de las últimas tres décadas en la región ha venido marcada por enormes masas aclamando a un dictador tras otro como su salvador.

En la actualidad, el mundo árabe está configurado por un contexto nada propicio para el desarrollo de la democracia liberal. Destacan, principalmente, los Estados autocráticos y sociedades no liberales. Los lazos inherentes a ambos modelos han dado lugar a un clima político donde lo predominante es el extremismo exacerbado y la violencia. Estamos, pues, ante una ausencia enorme de verdaderos partidos políticos, no existe la libertad de expresión y son inexistentes, o escasas, las vías para la protesta. El idioma de la oposición se ha convertido en de la religión y esa combinación ha venido demostrado sus más horribles consecuencias. Conforme el Estado es más represivo, la oposición social molesta mucho más y como respuesta el Estado aumenta su represión. Es justo el fenómeno contrario al proceso histórico que atravesó el mundo occidental, donde el liberalismo trajo la democracia y esta impulso el liberalismo. En su lugar, el modelo árabe ha engendrado terroristas. Pero el terrorismo no solo es la manifestación más clara de esta relación disfuncional entre la sociedad y el Estado, también existen unas buenas dosis de estancamiento económico y social, y hundimiento intelectual.

Sobre esta penúltima crisis que nos ha tocado vivir, sería conveniente señalar varias ideas que ayuden a esclarecer que ha originado o desencadenado esta nueva situación geopolítica en Oriente Próximo. Por un lado, Irán ocupa una posición estratégica con importantes repercusiones para la región en su conjunto así como para los intereses norteamericanos, con el agravante de la cuestión nuclear todavía no resuelta. Por otro lado, Israel es foco de tensión y punto de mira de la mayoría de los Estados que lo rodean por muchos motivos, el más celebre su conflicto con los palestinos y su incondicional alianza con los EEUU. Tomando como referencia a Washington, Tel Aviv y Teherán, el pequeño Estado del Líbano se ha convertido en un estupendo banco de pruebas para Irán de cara a analizar las posibles respuestas de los países vecinos y de la comunidad internacional. Ha sido un pulso encubierto a Washington que tiene tintes dramáticos ya que son civiles los que finalmente han pagando el juego estratégico de Hizbulá e Irán. Más allá de soldados israelíes secuestrados es una guerra que ha terminado de romper una cuerda que ya estaba raída, incluso algunos autores hablan y especulan de guerra preconcebida por parte de EEUU e Israel y para ello habría que preguntarle también, como hemos señalado, a Ahmadineyad.

De entre todas las comunidades que componen el Líbano, los chiíes representan el 35% de su población. Hizbulá es una influyente formación libanesa radical chií (debemos aclarar que no todos los chiíes son miembros de Hizbulá) que posee un brazo político y otro armado (Resistencia Islámica) y que fue fundada en Líbano en 1982 tras la invasión israelí. Su origen tiene como principal objetivo la creación de una república islámica y su "ideología" se centra en un fuerte sentimiento anti-israelí y anti-occidental. Son aliados incondicionales de Irán que le proporciona respaldo económico y político, y con estrechos vínculos con Siria. Además, ha establecido una alianza auspiciada por Irán con las dos organizaciones integristas palestinas más radicales, Hamás y Yihad Islámica. El líder es el jeque Hasán Nasralá y hoy es mucho más que una guerrilla anti-israelí puesto que ha llegado a constituirse en un grupo político sólidamente implantado en la sociedad y la vida política libanesa, donde incluso tiene una representación parlamentaria tan activa (cuenta con un ministro, Mohamad Fneich, que desempeña la cartera de Recursos Hidroeléctricos) como asesina con matanzas terroristas que ha llevado a cabo desde uno de sus primeros atentados que costó la vida a 241 marines estadounidenses y 58 paracaidistas franceses en Beirut en 1983.

Por otro lado, además de su labor política y armada, ya que cuenta libremente con un ejército armado propio dentro del Líbano, Hizbulá lleva a cabo una importante labor social, que le reporta un gran apoyo popular. Una de las estrategias de las organizaciones y los partidos islamistas, como ocurre en otros lugares como Marruecos o Argelia, es la islamización de los individuos para lograr el poder. Mediante la caridad y la vuelta a la pureza están ahondando en un pueblo arraigado en costumbres ancestrales y que en muchos casos roza la más extrema pobreza. Una de sus principales consignas ha sido la creación de hospitales, colegios, centros comunitarios, organizaciones benéficas, y puntos de distribución de alimentos, a los que tienen libre acceso todos los individuos, ya sean libaneses, musulmanes o cristianos. Prueba de todo ello es su intención de indemnizar por su cuenta a los afectados por los bombardeos.

Hizbulá, Teherán y el resto de los países occidentales no se han enterado todavía que con Israel no se juega, no se especula. Tel Aviv tiene su manera de entender la lucha contra el terrorismo, mejor o peor, respetable o no, se defienden contra cualquier grupo terrorista armado que suponga una amenaza para la integridad y la seguridad de su nación. Es un país donde sus ciudadanos pasan libremente por las urnas periódicamente, pero si es igualmente justo apuntar que la violación sistemática de los derechos humanos y la desobediencia a muchas de las recomendaciones y resoluciones se ha ejercido impunemente por todas las partes.

Son muchas las dudas que asaltan con relación a la solución que ha creído encontrar la comunidad internacional a este conflicto: un nuevo despliegue de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en el sur del Líbano (FPNUL) al amparo de la incompleta resolución 1701 del Consejo de Seguridad. Los más de treinta días de bombardeos en el Líbano no han servido para nada. Presuntamente Israel lo único que ha hecho es una demostración de fuerza al mundo entero, en especial a los países árabes, y sencillamente Hizbulá ha salido indemne.

Hoy, al igual que hace un mes, sigue una organización terrorista con enorme influencia dentro del Líbano. Con total seguridad, no es una medida definitiva o alentadora el reforzamiento, con un aumento de hasta 15.000 efectivos, de una misión de Naciones Unidas que desde 1978 ha sido la más sangrienta de todas las desplegadas en la historia de la organización con la friolera cifra de 257 bajas. Probablemente, Israel actuará en función de sus necesidades y Hizbulá hará lo propio al servicio del mejor postor, en este caso Irán y el terrorismo islámico radical. ¿Realmente las tropas de la misión de Naciones Unidas desarmarán a Hizbulá si no han logrado sus objetivos en 28 años? ¿Se quedará Israel cruzado de brazos ante cualquier otra provocación? Es muy difícil predecir bajo estas circunstancias ya que mientras tanto Rusia y China siguen vendiendo armas. Posiblemente serán las negociaciones que lleven a cabo EEUU e Irán sobre la cuestión nuclear las que determinarán casi con toda certeza el rumbo de los acontecimientos.