Cuando fue jefe de Gobierno del Distrito Federal, AMLO logró convertirse en quien definía la agenda pública gracias a sus conferencias de prensa mañaneras, que no sólo ocurrían antes de que la mayoría de los políticos despertaran, sino que se fueron convirtiendo en un mecanismo de propaganda gracias al trato que dispensaba a los reporteros, muchos de los cuáles se convirtieron en seguidores suyos. Cuando la Suprema Corte de Justicia Nacional (SCJN) lo declaró en desacato (en mi opinión, correctamente), supo convertirse en mártir y hacer del desafuero una campaña de lanzamiento extraordinaria. Su derrota en 2006 me parece que debe atribuirse a la soberbia que le ganó al sentirse ganador varios meses antes de tiempo.

Pero también supo aprovechar la derrota para eliminar cualquier posibilidad de cambios estructurales durante el sexenio de Calderón. Aunque los legisladores que lo apoyaban no sumaban un tercio del Congreso (y por lo mismo, no podrían detener reformas constitucionales), su rebelión pública hizo imposible cualquier negociación entre partidos. Sigo pensando que la toma de Reforma no fue un berrinche cualquiera, sino una respuesta estratégica a la debilidad con que terminó 2006. De hecho, eso le permitió mantenerse como figura relevante todo el sexenio y con ello ser nuevamente candidato presidencial, aunque en una situación menos atractiva que en 2006.

Después de la segunda derrota, López Obrador decidió formar su propio partido. Ya había visitado todo el país en al menos dos ocasiones, y contaba con la mitad del PRD. Así creó Morena, que en las elecciones de 2015 logró cerca de 15 por ciento de los votos (la mayor parte de los cuales provino del PRI, y no del PRD), caudal que en 2016 logró elevar hasta 20 por ciento en tres entidades: Oaxaca, Veracruz y Zacatecas, todas ellas por cuestiones muy específicas, que no permiten extender esa proporción a nivel nacional.

Su salida del PRD, sin embargo, también parece haber sido planeada con mucho cuidado. No se llevó todo lo que podía llevarse, sino que dejó una parte para utilizarla en el momento adecuado. Ese momento llegó hace pocas semanas. En 2012, siendo candidato presidencial del PRD, AMLO pudo no sólo obtener candidaturas al Senado, sino puestos en la administración de Miguel Ángel Mancera. Sus personeros se mantuvieron en sus cargos hasta que, imagino, recibieron la señal de salida. De pronto, el secretario de Turismo de la Ciudad de México, Miguel Torruco, recordó que ha sido afín a AMLO desde hace años y provocó su despido. Lo mismo hizo la subsecretaria de Asuntos Metropolitanos, Leticia Quezada.

El espectáculo más reciente es la salida de senadores, que se suma a esos despidos y a una breve lista de empresarios (todos los cuales llevan con él al menos una década), y da con ello la impresión de la 'cargada' priista, el proceso tan familiar a AMLO y a muchos medios y opinadores. Y lo interesante es que éstos han caído en la estrategia de AMLO. Nada nuevo percibo en los nombres, ni en la intención de voto en las encuestas, que lleve a pensar en un mejor desempeño de López Obrador en 2018 del que ha tenido en las dos ocasiones anteriores. Pero AMLO, una vez más, manipula hábilmente a los medios. Hasta en eso se parece a Trump.