La devaluación del yuan, el pasado lunes, abrió una semana que se vislumbraba podría estar al rojo vivo en términos financieros, pero que poco a poco se fue apagando entre los estruendos de la pirotécnica electoral previa a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias que se celebrarán el domingo.
La movida monetaria china, en el contexto de una guerra
comercial que no restringe su escalada, fue una señal más que nos demuestra la
interconexión del universo financiero y, más preocupante aún, desnuda las
vulnerabilidades de nuestro esquema monetario.
La depreciación del yuan frente al dólar estadounidense
produjo no un tsunami global, aunque levantó oleaje. Todas las monedas
regionales se devaluaron un poco, pero nuestro vapuleado peso dio un respingo y
cayó aún más. O lo que es igual, el dólar pegó un salto y dejó en claro que el
esquema de anclaje del tipo de cambio que lleva adelante el Banco Central puede
volar por los aires ante el mínimo fenómeno de extramuros.
La ingeniería financiera de las Letras de Liquidez del
BCRA y las altas tasas de interés que se pagan a los bancos, y que estos
replican en menor medida en los plazos fijos, esa malla de contención creada
para llegar en calma al corredor electoral, está sostenida con alfileres.
El movimiento de China en el tablero internacional
equivale a algo así como hacer un enroque en una partida de ajedrez. Se trata
de una maniobra defensiva en el enjabonado terreno del comercio internacional.
Una respuesta sutil a la permanente suba de aranceles a sus productos por parte
de los Estados Unidos.
Como bien afirmó el economista y analista internacional
Felipe De la Balze, en una nota publicada en La Prensa, el mundo tiende
nuevamente a recrear un estado de bipolaridad, y lo que se juegan las dos
grandes potencias, China y los Estados Unidos, es la supremacía global, el
reinado tecnológico y también algo mucho más concreto: el empleo.
Cada cual tiene sus razones. La campaña presidencial de
Donald Trump llevó impresa un slogan que ya es marca registrada: Make America
Great Again. Su ambición, reflejada en los votos del ciudadano estadounidense
medio, se traduce en recuperar la grandeza del país pero, por sobre todo,
volver a poner de pie a la industria, generar puestos de trabajo.
Según los números de los últimos meses, no le ha ido mal
en su misión. El desempleo en los Estados Unidos fue del 3,8% en junio,
sosteniendo un ritmo casi envidiable. Esto es lo que hay detrás de los
aranceles que Washington le impone a Pekín. No es una amenaza directa hacia ese
país, es sobre todo un llamado para todas aquellas empresas estadounidenses
radicadas en China, que producen allí con mano de obra oriental, y luego
exportan a la Unión. El mensaje es claro: vuelvan a producir a América y denle
empleo a los americanos.
En ese contexto también se inscribe la presión que de
manera permanente Donald Trump ejerce sobre la Reserva Federal para que baje
las tasas. Lo logró, aunque con un módico resultado, la semana pasada. Lo
cierto es que el Gobierno pugna por bajar el costo financiero de producción,
abaratar los créditos y hacer que el dinero fluya hacia la inversión y no hacia
la especulación. El norte en la brújula de la Casa Blanca está puesto hoy en
consolidar el mercado de trabajo y sostener un consumo interno que representa
el 69% del PBI.
China devalúa para que, frente al arancelamiento a las
exportaciones hacia los Estados Unidos, no se le esmerile la competitividad. Y
lo hace porque, ella también, necesita mantener brioso el mercado de trabajo.
En una mirada más amplia, traspasando las fronteras, está
la puja tecnológica como pata fundamental para el liderazgo mundial. En ese
campo los dos gigantes tampoco se dan tregua. China avanza en el tendido de la
red 5G, el sistema que promete facilitar un nuevo salto en las comunicaciones y
la producción, y tiene como principal cliente al bloque europeo.
A Estados Unidos este atrevimiento no le ha causado
ninguna gracia. Razón por la cual cargó contra la empresa china Huawei,
sancionando a todos aquellos proveedores estadounidenses que les vendieran
componentes. Se trató de una bravuconada parcialmente ejecutada, pero le sirvió
a los chinos para confirmar su dependencia: Beijing importa anualmente u$s
160.000 millones en semiconductores fabricados en los Estados Unidos. ¿Pueden
sustituir esa importación para ganar en soberanía? Sí, pero llevará demasiado
tiempo y esta carrera no da respiro.
En esa toma y daca, en este intercambio de golpes es que
se inscribe entonces el lanzamiento que Huawei hizo de su nuevo sistema
operativo, con el cual equipará sus teléfonos, prescindiendo del esquema
Android, al cual tenía vetado el acceso.
El sistema, denominado "HarmonyOS", fue
presentado por el director ejecutivo de la división de consumo, Richard Yu, en
una rueda de prensa en la ciudad de Dongguan (sur de China). Así, el segundo
fabricante de celulares del mundo podrá integrar los diferentes dispositivos de
la marca dentro de un mismo ecosistema. De alguna manera se blinda ante la
amenaza americana.
Todo eso es lo que se juega en lo que se ha denominado
guerra comercial. Ya no están las cañoneras bloqueando los puertos, la lucha se
da en otros planos más sutiles pero no menos peligrosos. Y en ese tira y
afloje, en esta recreación de la bipolaridad, está esta Argentina endeble y
expuesta, que a futuro deberá tener la suficiente muñeca política para moverse
entre dos fuegos. Tal vez refrendar el acuerdo con la Unión Europea sea un elemento de valía,
algo así como salirse por la tangente.