Los muertos se acumulan, las inversiones se desploman, el tejido social se descompone. México atraviesa tiempos inciertos, en los que parece que —más allá del bien común— lo único que importa es la voluntad de una sola persona. Una persona que llegó a la Presidencia prometiendo a sus seguidores lo que querían escuchar, aunque fuera imposible.
Así, a los desposeídos les prometió riquezas; a los
desempleados, trabajo; a las víctimas, justicia. A los artistas, recursos; a
los científicos, apoyos; a los periodistas, transparencia. A los progresistas,
democracia participativa. Y a todos les ha fallado. México vive el comienzo de
una crisis humanitaria, inmerso en un falso dilema planteado —mañana a mañana—
por una persona que confunde sus propios intereses con los de la nación entera.
Una persona cegada por la hubris, cuya desmesura —exacerbada por los
reflectores— no le permite advertir sus propios errores: quienes no están
contra él, tampoco están en su contra. La sociedad civil no quiere el regreso
de quienes estuvieron antes: quienes salieron a manifestarse el sábado —a bordo
de sus automóviles, para evitar un contagio— no buscan la reimplantación de un
régimen corrupto, sino los resultados de quien prometió un México mejor. Un
México que, hoy en día, no existe.
Vivimos en un falso dilema. Están conmigo o están contra
mí, se repite desde el púlpito todos los días. Y no, no es cierto. Quienes
disentimos no queremos la vuelta del PRI ni del PAN, sino un gobierno que sea
capaz de construir el México del futuro, y no tan sólo a un héroe de
monografía. Un falso dilema en el que la economía debe reactivarse a como dé
lugar, sin importar las consecuencias; un falso dilema en el que la salud de la
gente puede sacrificarse con tal de que nuestro líder de cuarta —transformación—
consiga sus objetivos.
México regresa a una nueva normalidad, que no comienza el
día de hoy, sino que empezó el primero de diciembre de 2018. Una nueva
normalidad que implica el sometimiento absoluto de la sociedad entera a los
planes de una sola persona, quien exige sacrificios infinitos con tal de lograr
sus propios objetivos. México no necesita un tren absurdo, sino medicamentos
para los niños enfermos de cáncer; México no necesita una nueva refinería, sino
apoyos para las empresas que dan de comer a la gente. México no necesita un
aeropuerto frente a un cerro, sino certidumbre para quienes podrían utilizarlo
para desplazar sus mercancías al exterior. México no necesita un mesías que
realice rituales paganos a la silla presidencial, sino un gobernante capaz de
ocuparla con los pantalones bien puestos. México no necesita de un Presidente
que pone en peligro a la población, sino de uno que la proteja de cualquier
amenaza. La pandemia no ha sido domada, los muertos se siguen acumulando, los
inversionistas buscan lugares más seguros. México no necesita de alguien que
divida a la ciudadanía, sino de uno que sea capaz de alinearla en contra de un
enemigo común. El Presidente —sin embargo— no hace sino acentuar las
diferencias, y determina el final de las medidas de seguridad cuando estamos
—apenas— llegando a una primera decena de miles de muertos, que podría
multiplicarse en unas semanas. ¿Para qué salir de gira? Para cumplir con sus
propios objetivos. Para tomarse la foto, para continuar con su narrativa. Para
seguir en campaña: quien hoy recorre las entidades en mayor riesgo nunca dejó
de ser candidato, y no ha aprendido a ser Presidente. México no está listo para
abandonar las medidas de seguridad ante la pandemia y, si las estamos dejando
en este momento, no es por el interés de la nación, sino por razones económicas
y electorales. México no es un país pobre, y el gobierno sería capaz no sólo de
proporcionar los apoyos necesarios a las empresas, sino los subsidios a la
ciudadanía, si canceláramos los proyectos emblemáticos de una administración
que no busca sino admirar sus propios resplandores. La sociedad necesita
sobrevivir, y no un tren que no va a ninguna parte; la sociedad necesita
inversiones, y no un aeropuerto frente a un cerro; la sociedad necesita
medicamentos, y no una refinería construida en un pantano. La sociedad necesita
un dirigente, y no un irresponsable que emprende una gira, contra toda
adversidad, con tal de tomarse una foto que, en los libros de historia, habrá
de definirlo.
La sociedad necesita un líder, y no un falso dilema más.
No, no queremos que renuncie el Presidente. Queremos, simplemente, que haga su
trabajo. Exigirlo —aunque sea a bordo de un automóvil— no es pretender un golpe
de Estado. No queremos tu renuncia, Andrés Manuel. Queremos que actúes,
finalmente, como Presidente de la República.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/victor-beltri/no-renuncies-andres/1385402