Hay quien quiere ver en ello un cambio hacia la izquierda en la política alemana e incluso en la europea. No se puede estar más equivocado.
Tantos líos internos tenemos, que no dedicamos la debida
atención al acontecimiento que acaba de ocurrir en la Unión Europea, y nos
afecta tanto o más que a ningún otro país miembro.
Me refiero a Alemania, cuarta potencia económica mundial
y primera europea, al ser quien pone la mayor parte del dinero para los
proyectos comunitarios. No lo hace por altruismo o mala conciencia por su papel
en la última gran contienda, que pagó bien caro, sino por simple interés: sabe
que ese dinero volverá a sus arcas por las compras que los socios comunitarios
harán de productos alemanes, desde coches de alta gama a electrodomésticos.
Aparte de que la paz es el mejor escenario para el bienestar de pueblos y
naciones. Una paz europea que entendieron muy bien dos grandes estadistas: De
Gaulle y Adenauer.
Desde entonces nuestro diminuto continente vive la más
larga ausencia de guerras, con la sola excepción de los conflictos balcánicos.
De ahí la importancia del cambio en la cúpula germana. A
la cristianodemócrata Angela Merkel le sucede el socialdemócrata Olaf Scholz,
para formar un Gobierno tripartito con Liberales y Verdes. Hay quien quiere ver
en ello un cambio hacia la izquierda en la política alemana e incluso en la
europea. No se puede estar más equivocado. Empezando porque Scholz era el
ministro de Finanzas de Merkel, con quien se entendía de mil maravillas. O sea
que en el sector económico no habrá más cambios que los estrictamente
necesarios, como ya venía ocurriendo. Pero sobre todo, porque ni el SPD alemán
es el PSOE español, ni los liberales alemanes son los liberales españoles, ni
los Verdes son el Unidas Podemos, que está en nuestro Gobierno, algo imposible
en Alemania, donde los comunistas han estado prohibidos hasta hace poco y
apenas tienen seguidores, sobre todo en la parte Oriental, donde sufrieron su
tiranía durante medio siglo.
Hablo con familiares y amigos alemanes, y les encuentro
muy preocupados por el Covid, pero no por un posible cambio político. Scholz no
tiene ni de lejos el carisma de Merkel, pero es un valor probado, riguroso y
eficaz, enemigo de experimentos de cualquier tipo.
Alguno incluso me ha dicho que el relevo puede ser
positivo, pues ‘die Mutti’ (Merkel) ya ha hecho cuanto tenía que hacer y puede
que el éxito la empujase a cometer errores, como el de dejarse conmover por
aquella niña refugiada iraní que llorando la pidió que no la repatriasen, y no
sólo la permitió quedarse, sino que dejó entrar a millones de inmigrantes, con
sus problemas. «No esperes que Olaf haga eso», me dice un interlocutor.