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10/12/2006 | Poder y servicio

José Gramunt

La humanidad está plagada de quienes buscan poder, sea político, económico, social y hasta deportivo, artístico e intelectual e incluso religioso.

 

Aunque estos últimos suelen relacionarse de alguna forma con el poder político económico y social, como ocurre con la piedra que se arroja en un estanque produce unas ondas concéntricas en el agua. También existen meritorios ciudadanos que buscan el poder -o, las más de las veces, se lo encargan, sin ellos buscarlo porque el pueblo confía en sus buenas intenciones- como instrumento de servicio a sus semejantes y a su colectividad. Aquel calificativo que popularizó Paz Estenssoro, "el maravilloso instrumento del poder", puede entenderse de ambas formas: o como el poder por las múltiples ventajas que acarrea, o el poder como servicio, con todos los desprendimientos que exige.

No voy a referirme al poder militar por ser un asunto que incumbe en exclusiva a los Estados y que se refieren a la guerra y a la paz.

Unos entienden el poder como un "maravilloso instrumento" para poner en práctica la pasión de mandar, la dominación y, más allá, entre tantas otras ventajas, para el enriquecimiento fácil, el vano lucimiento, el dogmatismo indiscutible, la obsecuencia servil de los subordinados. Para estos poderosos, el poder será como una bolsa llena de oro de la que pueden lucrar a su antojo. Por el contrario, el poder como servicio es el vínculo que une a gobernantes y gobernados para encarar juntos la gran empresa del bien común. En ambos casos y con una buena porción de suerte, es un trampolín para saltar al mar inmenso de la historia. Sea para la gloria o para la abyección.

Dicen los politólogos, los de verdad, no los que se autotitulan como tales en las densas páginas editoriales de la prensa -que el objeto esencial de la política es la organización y el ejercicio del poder en la sociedad. Aquí utilizábamos la figura fácilmente comprensible de la balanza ajustadamente equilibrada.

Precisamente para que los detentadores del poder político no lo acumularan sin medida, los cerebros de la Ilustración (siglo XIX) divisaron la división de los tres poderes fundamentales del Estado: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Esta diferencia de funciones en que se diversifica el núcleo del poder del Estado como eje central de cohesión social, es la que debe proteger a la misma sociedad de dos graves desviaciones: una es la acumulación absolutista y dictatorial en una sola voluntad imperativa y excluyente de toda posible disensión, por justa y necesaria que ella sea. La otra desviación es la perpetuación del mismo caudillo en el puesto de mando, sin renovación de la persona, por desgastada que esté. Nos referiremos para entendernos a Cuba y Venezuela. Y si no cambian las cosas, también a Bolivia se llegará a imponer una Constitución de corte totalitario-populista. No creo que lo dicho sea tremendismo, sino sentido del peligro que sólo un ciego sería incapaz de prever.

Concluyamos. La ambición de poder como servicio a la sociedad es legítima y honrosa. Sin ella no habrá políticos dignos, dispuestos a gobernar. Pero la ambición de poder por el poder, es el inicio de todas las corrupciones. La más nefasta es la dictadura.

José Gramunt es sacerdote jesuita y director de ANF

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



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