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29/01/2007 | El guerrero y la dialogante

Esteban Hernández

El perfil de los candidatos en las grandes luchas electorales se define ahora entre las posiciones de fuerza y las empáticas.

 

El anterior presidente de la Cámara de Representantes estadounidense, el republicano Dennis Hastert, era robusto, entrenador de lucha libre, contrario al aborto, al matrimonio gay, al Protocolo de Kioto, favorable a la invasión de Iraq y a la pena de muerte. Su sustituta tras las elecciones legislativas del pasado noviembre, la demócrata Nancy Pelosi, es una mujer de aspecto frágil y permanente sonrisa, que dice abogar por el diálogo y la mesura, que se manifiesta contra la guerra y apoya a las minorías.

En Una nación conservadora (ed. Debate), John Micklethwait y Adrian Wooldridge reparaban en las diferencias entre las ofertas de ambos políticos, cuya apariencia reflejaba de manera inmediata las estrategias de los partidos a los que representaban. Y, en esa contienda, el sexo de los aspirantes a liderar la Cámara no era una cuestión electoral menor.

Que esa contraposición se produjera es señal inequívoca de que algo ha cambiado en el suelo político contemporáneo, en el que la mujer ha adquirido un papel mucho más activo. El porcentaje de militantes femeninas se ha elevado notablemente, así como su importancia en las ejecutivas de los partidos, lo que ha permitido que dispongan de un mayor peso a la hora de diseñar los programas electorales y de una presencia más habitual en las listas. Las recientes elecciones de Angela Merkel como canciller de Alemania y de Michelle

Bachelet como presidenta de Chile, el nombramiento de Segolène Royal como candidata del Partido Socialista francés para las próximas elecciones presidenciales, y la confirmación, esta misma semana, de que Hillary Clinton se presenta a las primarias del Partido Demócrata estadounidense son pruebas inequívocas de que el papel de la mujer en la política ha dejado de tener - a pesar de que el camino no seha recorrido del todo- la función subordinada que siempre se le había asignado.

Las causas que pueden explicar las transformaciones son de varios órdenes. La primera de ellas está vinculada, desde luego, con los cambios sociales de las últimas décadas. Teófila Martínez, alcaldesa popular de Cádiz, dice que, tras el incremento notable de la participación femenina en la sociedad, "y dado que la opinión de la mujer cuenta más a todos los niveles", las cúpulas de los partidos demostrarían no ser inteligentes "si no nos tuvieran en cuenta y desaprovecharan las soluciones que podemos aportar a los problemas". Trabajo, empresa y universidad son ámbitos donde la presencia femenina ha aumentado, en algún caso espectacularmente.

Más universitarias

Maribel Montaño, secretaria de Igualdad del PSOE, subraya que "en el 2006, las universidades españolas titularon a un 56% de mujeres frente a un 44% de hombres. Este año, ese porcentaje podría alcanzar ya el 60%. Y además, las mujeres suelen obtener notas más brillantes. La política no puede ignorar la realidad".

Sin embargo, esas transformaciones sociales no habrían acontecido sin un doble impulso. Tània Verge, investigadora de la Universidad de Sussex (Reino Unido), subraya la relevancia de "la presión que han realizado varias organizaciones internacionales, respaldadas por organizaciones de mujeres españolas, que desde hace más de una década instan a los estados de la UE a mejorar la representación femenina con medidas de discriminación positiva". En este sentido, una medida que contribuyó notoriamente a otorgar peso a la presencia femenina fue "la aceptación voluntaria de una cuota (con distintos umbrales: del 12% al 40%), sobre todo en los partidos de izquierda".

A pesar de los avances, parece que aún queda mucho camino por recorrer. Según Marta Llorens, diputada en el Parlament por CiU, "todavía no se ha dado la normalización.Si bien ha existido una incorporación de las mujeres a las ejecutivas y a las listas de representación, los puestos más relevantes, en la política y en la sociedad, siguen estando en manos de hombres". Y es que, según Llorens, "a las mujeres nos sigue costando abrirnos camino en un mundo masculino".

Para Teófila Martínez, "hasta que la mujer no alcance el 50% de la militancia será muy difícil alcanzar la misma cuota en las listas electorales sin forzar la paridad. Todavía hoy parece que a las mujeres nos ponen en las listas y los hombres van en ellas". Lo que es fruto, para Tània Verge, de "una misoginia camuflada de excelencia que presupone que los hombres que obtienen representación son los mejores mientras que cuando es una mujer quien obtiene el cargo se sospecha de ella".

Más allá de la confrontación de sexos y de la reticencia masculina a abandonar los lugares preeminentes, hay elementos cotidianos que están retrasando la plena incorporación a la política. Por ejemplo, las dificultades para coordinar la vida familiar con la del partido, que exige una elevada dedicación.

Así lo cree Marta Llorens: "La mujer tiene que asumir otros papeles en su vida privada, lo que la obliga a renunciar (o a llevar mal) aquellas actividades a las que se tiene que dedicar en exclusiva. Por ejemplo, la mujer participa activamente en asociaciones, en actividades culturales y de barrio; pero la vida del partido exige algo más, allí no puede haber bajas ni renuncias y se requiere una dedicación más metódica. De modo que la mujer, que siempre tiene que hacer otras cosas, no dispone habitualmente del tiempo necesario para dedicarlo a la política".

Además, para Tània Verge, las mujeres siguen sufriendo formas de exclusión y cargas desiguales en diferentes aspectos sociales. "Resulta sintomático que en la VIII legislatura, el 83% de los diputados estén casados frente al 59% de las diputadas. O que

as ocho ministras del Gobierno paritario de Rodríguez Zapatero sumen cinco hijos y los ocho ministros, 22".

La voluntad política de variar el rumbo ha quedado institucionalizada en la ley de Igualdad, aprobada por el Congreso (sin votos en contra) el pasado diciembre, que fija un reparto paritario (mínimo del 40-60%) de las listas electorales. Lo que cumple un doble objetivo, para Maribel Montaño. Porque si de una parte se trata de que la discriminación positiva sea efectiva en el interior de los partidos, también pretende que éstos "sirvan de vanguardia al resto de la sociedad. La presencia de las mujeres ha aumentado en todas partes, salvo en los ámbitos de decisión. Solamente el 2,5% de las empresas que cotizan en el Ibex 35 tienen a mujeres en sus consejos de administración. Eso en política no será así, y esperamos que la sociedad se contagie de nuestra iniciativa".

La presencia femenina en los puestos más altos de las listas y, sobre todo, la designación de candidatas a la presidencia de un país está mucho más ligada a la creencia de las ejecutivas de los partidos de que una mujer será una mejor baza electoral y ayudará a conseguir los objetivos electorales de un modo más eficaz que a una intención igualitaria.

Izquierda y derecha Y no hay diferencia entre ideologías, ya que unos y otros han optado por mujeres en los últimos años. Angela Merkel proviene, como Margaret Thatcher, del espectro conservador; en tanto que Bachelet, Royal y Hillary Clinton son progresistas. Y ese recurso se ha ampliado especialmente en la política local y regional europea, especialmente en los países nórdicos, donde ambos espectros cuentan con numerosas e importantes candidatas.

Esta mayor visibilidad de las mujeres es también producto de su decisiva influencia a la hora de decidir las elecciones, ya que en la actualidad, afirma Gabriel Colomé, director del máster en marketing político de la Universitat Autònoma de Barcelona, "el porcentaje de votos de ambos sexos es muy similar, mientras que hace 30 años había un diferencia muy amplia a favor del voto masculino". Pero ningún espectro político parece beneficiarse especialmente. "Suele argumentarse - prosigue Gabriel Colomé- que la primera vez que la mujer pudo votar, en la República, ganó la derecha. El voto femenino suele ir destinado a partidos grandes, con alguna ventaja para los conservadores. Los hombres suelen tener un perfil más ideológico, mientras que la mujer busca aspectos más concretos y cercanos. Donde puede haber diferencias es entre edades: las mujeres mayores son más conservadoras y las jóvenes, más progresistas".

Pero la pregunta de fondo es si la actual feminización de la política producirá cambios apreciables; si, como plantea Jordi Farré, profesor de Estudis de la Comunicació en la Universitat Rovira i Virgili, "es posible que este estilo femenino se incorpore no sólo como gesto electoral, sino en las propias formas de hacer política; si se puede hablar de una manera distinta, aportada por las mujeres, de entender el entorno y las relaciones personales y de encarar las decisiones". Para Maribel Montaño no hay duda: "Representamos otra forma de entender el poder, más dialogante, más compleja y más apegada a los problemas cotidianos de la gente".

De la firmeza al cuidado

Según Montaño, se trataría de contraponer a la imagen de un político guerrero y firme, como Bush o Sarkozy, la actitud femenina, "que pasa por lo que los estadounidenses llaman care,el cuidado de los otros, el interés afectivo por los demás, lo que hasta ahora ha tenido muy mal cartel desde el punto de vista político".

Un ejemplo práctico lo aportaría, en opinión de Montaño, Hillary Clinton: "Mientras otros se preocupaban por Iraq, ella emprendió una batalla importantísima para extender la cobertura sanitaria en Estados Unidos. Los hombres se acercan a la salud sólo cuando ellos enferman, pero las mujeres lo hacemos también cuando están enfermos todos los demás y por eso sabemos que es mucho más importante tener un buen servicio médico que tener una guerra en otro país".

Teófila Martínez coincide en que la feminización de la política ha producido cambios difícilmente reversibles: "Mientras el poder estaba concebido sólo para hombres, no tenían necesidad de utilizar los sentimientos, pero al entrar las mujeres a bocajarro en la política, el componente sentimental ha comenzado a valorarse". Y ese nuevo enfoque se concretaría en que "las mujeres somos mucho más cercanas, nos interesa más lo cotidiano y somos bastante más realistas. En general, no nos gusta perder el tiempo, y si nos hemos comprometido nos dejamos la piel".

En todo caso, el suelo electoral está dominado por modelos opuestos, fácilmente legibles en los físicos de los candidatos. Sarkozy contra Segolène, Giuliani contra Hillary. Son buenos ejemplos de hasta qué punto las elecciones están dibujadas mediante el enfrentamiento entre modelos de fuerza, firmeza y rigidez y tolerancia, diálogo y comprensión. Otra cuestión es quiénes encarnarán en la realidad esos modelos, porque ni todos los candidatos se distinguen por sus facultades para el enfrentamiento ni todas las candidatas por su empatía.

Porque, sobre todo con las mujeres, han funcionado especialmente bien los modelos opuestos. Thatcher se convirtió en una figura popular gracias a que representaba exactamente los valores contrarios a los que deberían corresponderle; la vicepresidenta del Gobierno español debe su buena valoración a su imagen de firmeza con un punto agresivo, y Merkel triunfó sólo por décimas a causa de que su imagen era demasiado débil.

Y es que, en muchas ocasiones, a las mujeres se les exige un plus de energía para percibirlas como realmente confiables. En ese caso, afirma Gabriel Colomé, puede encontrarse Hillary Clinton: "El elemento autoridad es especialmente importante en Estados Unidos, donde puede verse con recelo que una mujer sea el comandante en jefe de los ejércitos, porque no se le presupone el valor guerrero que sí tendría un hombre. Si Hillary es proclamada finalmente candidata, tendrá que hacer esfuerzos en ese sentido". Y es que todos los partidos tratan de jugar con imágenes complementarias; no en vano, lo primero que hizo Sarkozy tras ser nombrado candidato a la presidencia de la República, fue dictar un discurso tranquilo, conciliador y comprensivo.

El otro aspecto que debería tenerse en cuenta a la hora de elegir candidato o candidata es el lugar que ocupa su agrupación en el reparto de fuerzas. Porque todos los partidos que optaron por una mujer como cabeza visible estaban en la oposición. Como si la baza electoral solamente fuera útil para ganar el poder, como si hubiera que ofrecer una imagen de tranquilidad y empatía para obtener el poder mientras que, para conservarlo, fuera más atractivo un posicionamiento enérgico.

La Vanguardia (España)

 



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