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20/03/2007 | Vuelta al centro

Esteban Hernández

Formaciones centristas, como la UDF de Bayrou, ganan posiciones combatiendo la crispación entre grandes partidos.

 

El gran ascenso en intención de voto en las próximas elecciones generales francesas de François Bayrou, líder de la Union Démocratique Fédérale (UDF), tiene un componente acentuado de protesta de la gente común contra los grandes partidos. Pero esta vez la contestación no tiene lugar, como ocurrió con Jean Marie Le Pen en los últimos comicios, a causa de las simpatías extrasistema de los votantes cansados del juego político, sino que está mucho más relacionada con la fatiga del ciudadano apolítico, ése que dice estar harto de que las cuestiones importantes se diriman desde una perspectiva de confrontación y de que los políticos olviden el interés ciudadano en detrimento del de su formación.

Y no sólo en Francia. En EE. UU., Unity 08 (www. unity08. org) ha puesto en marcha una iniciativa cuyo propósito último no es tanto crear un partido permanente que se presente a las elecciones presidenciales del próximo año como fijar la acción de las dos principales formaciones, tratando de conducirles desde una atmósfera de confrontación, de gasto electoral y desacuerdos en los asuntos pragmáticos hacia un terreno mucho más objetivo en el que se trabaje de verdad para el ciudadano común. Estaríamos, pues, ante aspiraciones en apariencia poco idealistas cuya finalidad última parece ser la de devolver las cosas a su justo cauce, algo con lo que cada vez simpatiza más el votante de países occidentales.

Shane Kinkennon, portavoz de Unity 08, sitúa uno de sus principales argumentos en el resultado de una encuesta realizada por investigadores de la universidad de Princeton según la cual el 82% de los estadounidenses coinciden en que el resultado final de la polarización política ha sido la ineficacia de Washington para resolver los problemas de sus ciudadanos. En consecuencia, aunque siguen creyendo válido el sistema bipartidista, también piensan que "ha dado un giro muy perjudicial" y por eso sitúan su cometido en "devolver a las grandes formaciones a ese centro político al que pertenecen la mayoría de los votantes americanos. Los partidos deberían acusar recibo y comenzar a gobernar para el centro, escuchando a sus votantes y dedicándose a resolver esos problemas importantes a los que se enfrenta cotidianamente el hombre de la calle. Necesitamos políticos que quieran volver al centro y que se dediquen a construir soluciones pragmáticas para asuntos muy complejos. Para eso los hemos elegido, pero no es eso lo que están haciendo".

La pelea entre partidos, pues, parece asunto común en las democracias occidentales, pese a que no alcance las cotas españolas. O las francesas, donde el asunto se complica porque, aun cuando el enfrentamiento entre conservadores y progresistas no ha encendido las luces rojas, como en nuestro país, se da una doble fuente de tensión. Jordi Xifra, director de la Escola Universitària de Ciències de la Comunicació, adscrita a la la Universitat de Girona, advierte de que allí "también hay crispación en el interior de los partidos, con el enfrentamiento Chirac-Sarkozy en los conservadores y el de Ségolène con el aparato del partido en el socialista. Frente a ellos, surge Bayrou, que crece en intención de voto porque está libre de clichés, de estereotipos y de valores negativos".

Estamos ante una tendencia que es sólo parcialmente trasladable a España. Aquí no parece que vayamos a ver en breve discusiones internas sobre el liderazgo en los partidos grandes: "la disciplina interna en el PP es brutal, no hay ninguna discrepancia, y el PSOE tampoco parece estar muy lejos en ese sentido". Tampoco es probable que surja una tercera formación capaz de aprovechar ese espacio moderado que están dejando libre las opciones mayoritarias. "Ya sea porque la democracia española aún es joven y no permite terceros actores o porque los partidos grandes acaparan los espacios, es difícil que surja, como es el caso de Bayrou, un partido centrista", afirma Jordi Xifra.

Las similitudes sí pueden darse en el alejamiento de los ciudadanos de la política, tarea a la que está contribuyendo la crispación, pero que tiene más causas. La baja participación en consultas recientes, caso de las consultas acerca de la Constitución Europea, del Estatuto de Andalucía o el de Catalunya, nos señalan que los asuntos públicos no están mereciendo la atención que esperaban. Según Arantxa Capdevila, profesora en la Universitat Rovira i Virgili, "sólo cuando había expectativas de cambio, como en 1982, en 1996 o en 2004, hubo una buena participación en las elecciones. Pero la tendencia general es a la baja, bien porque la gente está cansada de la política, bien porque, en su lectura más optimista, la gente vote menos porque sabe que haga lo que haga, el sistema funciona".

Y es de esos sectores que no suelen votar o que son reticentes a hacerlo de donde están extrayendo su fuerza actores como Bayrou. Según una encuesta del Centre de Recherches Politiques de Sciences Po (Cevipof), que asegura que un 61% de los franceses desconfía tanto de la izquierda como de la derecha a la hora de gobernar, el candidato de la UDF obtiene votos principalmente de aquellos que, desconfiando de unos y otros, no se reconocen extrasistema, lo que demostraría que no sólo hay un espacio electoral sin aprovechar sino que hay una demanda social. "En España es muy evidente", asegura Juan Jesús González, profesor de sociología en la UNED. "Hay un clamor popular que pide un partido centrista, que solicita que alguien se sitúe en un lugar que la polarización está vaciando. De hecho, bastaría con que candidatos tipo Bono o Gallardón se pusieran de acuerdo en una oferta conjunta para que triunfaran electoralmente. El bipartidismo ha creado una especie de oligopolio que elimina la competencia. No es extraño: si pudiera darse una opción de ese tipo, haría mucho daño a las formaciones mayoritarias".

Sin embargo, Pere Oriol Costa, catedrático de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona, considera que ese espacio está ya cubierto: "Los partidos nacionalistas conservadores han jugado siempre la baza de una derecha más europea, más moderna, lo que les ha dado una ventaja electoral y ha arrinconado al PP en sus territorios hacia posiciones de voto negativas". Y actores de esa clase pueden salir claramente beneficiados de la radicalización de la derecha estatal: "los conservadores moderados saldrán ganando si se alejan de esa derecha desmadrada que representa el PP". Por eso cree Pere Oriol que "será interesante el día después de las elecciones generales cuando, en la hipótesis probable de la derrota del PP, Rajoy o su sucesor tengan que negar la estrategia de la tensión". Una tarea, la del regreso a posiciones moderadas, que será inevitable, "aunque esta vez será menos creíble: no veo a Rajoy reivindicando a Azaña como hizo Aznar, y que nos resulte verosímil".

La Vanguardia (España)

 



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