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24/06/2007 | Prohibido no prohibir

Esteban Hernández

Los expertos recomiendan, frente a una sociedad en exceso permisiva, la recuperación de valores como el respeto y el esfuerzo.

 

En Terrorista, su última novela, el escritor estadounidense John Updike esboza una teoría según la cual vivimos en sociedades sin dirección, en las que los jóvenes esperan que los adultos les ayuden a encontrar respuestas y donde, sin embargo, terminan tomando más decisiones de las que les corresponden porque ya nadie sabe cómo orientarles. En ese suelo social, las formas más perniciosas y violentas de religión estarían aprovechándose del ansia de absoluto de una juventud desorientada.

En términos similares explica María del Carmen Giménez, profesora del Departamento de Psicología de la Universitat de Barcelona, las causas de la extendida sensación de falta de autoridad que percibimos en nuestra sociedad, que ha visto cómo las figuras (en exceso) respetadas del pasado han dejado paso a situaciones mucho más confusas. "Parece que, por temor a equivocarse, por pura incertidumbre o por conveniencia, los adultos han renunciado a ejercer como tales y a asumir el esfuerzo y la responsabilidad que les corresponde. Los jóvenes ya no se sienten inclinados a seguir a los adultos porque son éstos quienes tienden a imitar y a perpetuar los modelos juveniles". Y lo que es aún peor, esos mismos comportamientos son socialmente valorados. "Vivimos en una sociedad que tiende a fomentar los aspectos más primarios y narcisistas de las personas. Así, ni se asumen los propios límites ni se reconoce al otro, y mucho menos a su autoridad, privilegiándose la acción inmediata frente a la reflexión serena, el derecho frente a la responsabilidad, el placer aquí y ahora frente al esfuerzo y al logro".

La consecuencia más evidente de estas actitudes es que los ciudadanos perciben un entorno en el que las reglas no son respetadas; en el que, según argumenta la pedagoga y escritora Nora Rodríguez, "hay excesiva permisividad". Lo que se deja sentir de manera acuciante en la educación, donde "los chicos carecen de la contención y de los límites que necesitan para sentirse seguros. Es preciso que los adultos sepan decir no y marcar el camino. Si carecen de esas barreras, los hijos se sienten muy mal consigo mismos, cayendo habitualmente en la baja autoestima".

Esa renuncia de los adultos a ejercer las funciones que les corresponden se complementaría con un problema más, el de la pérdida de autoritas,esto es, con el frágil reconocimiento a esas figuras que por su posición, relevancia o méritos deberían ser comúnmente aceptadas. Según el psicólogo Javier Urra, ex Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, "se ha perdido el respeto al mayor, pero también a quien ha sido designado como autoridad, ya sea el maestro, un miembro de las fuerzas de seguridad o simplemente quien posee más conocimientos que nosotros". De ese modo, ya no es posible utilizar los mecanismos de socialización compartidos del pasado: "si un señor presencia cómo alguien rompe el mobiliario público, ya no se lo recrimina, porque tiene miedo, y espera a que actúen las instituciones".

La ausencia de autoridad se manifiesta, así, en un sin fin de fenómenos. Desde pequeños gestos cotidianos, como el hecho de que ya sea infrecuente que alguien se levante en el transporte público para ceder su asiento a una embarazada o a una persona de la tercera edad, hasta los problemas de convivencia causados por los excesos de ruido en el tiempo de ocio, pasando por la impunidad en que parecen vivir quienes cometen actos incívicos. Pero sin duda, la mayor preocupación social tiene que ver con el aumento de los hechos violentos: agresiones a profesores por parte de alumnos o padres de alumnos, médicos y enfermeras insultados o golpeados por los familiares de los enfermos, conductores de autobús que son retados cuando piden el billete a pasajeros que no quieren pagar, vigilantes de seguridad del metro que reciben palizas cuando llaman la atención a quienes están molestando a los pasajeros, jóvenes que celebran violentamente la consecución de títulos deportivos o que se enfrentan a la policía durante varias noches, como en el pasado 2 de mayo madrileño, porque no les dejan celebrar una fiesta. Son sucesos que generan, por acumulación, alarma social y que contribuyen a que el ciudadano no sólo perciba su entorno como inseguro, sino que se crea indefenso frente a quienes no cumplen las normas sociales.

Para Urra, no estamos más que ante distintas expresiones de un mismo fenómeno, el de unos valores educativos erróneos: "Se habla mucho de derechos pero nada de responsabilidades. Muchos adultos se han querido acercar a los jóvenes hablándoles de igual a igual, cambiando el esfuerzo por la voluntad. Ahora no prima lo que se debe hacer; se trata de si apetece o no. Y es que este país, como pasó por la dictadura, tiene miedo a la palabra disciplina". Coincide en el diagnóstico Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Navarra, para quien el problema esencial es "la gran crisis en la que han entrado nuestras instituciones socializadoras, la familia, la escuela y la religión. Como la educación ha tomado una deriva en la que ya no se forma en valores, donde todo es relativo y donde faltan referencias claras, las repercusiones en el ámbito público se hacen muy evidentes".

Salvador Cardús, profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona apunta, sin embargo, en otra dirección. "Mil años antes de Cristo ya se hablaba de falta de autoridad en los jóvenes. Abordar la situación en términos morales, desde la ausencia de valores, puede servir más como discurso de justificación que como reflexión analítica".

Para Cardús, el asunto es más complejo. Por ejemplo, "la autoridad del pasado debía su respeto a una relación desigual. En un mundo donde los padres no sabían leer, lo que decían el maestro o el médico tenía mucha importancia. Afortunadamente la autoridad hoy ha perdido esa posición jerárquica fundamentada en la ignorancia". Sin embargo, eso no significa que quienes están hoy al mando ejerzan su poder de un modo más eficaz y transparente.

Mas al contrario, "muchos han preferido ocultarse tras la seducción, ya sea con regalos, con mimos o con expresiones de afecto utilizadas de manera chantajista, lo que es muy evidente en los padres, o con ese discurso de la motivación, donde todo debe ser divertido y todo el mundo ha de pasarlo bien para aprender. De modo que en lugar de una autoridad trasparente, que da la cara y fomenta la obediencia crítica, tenemos un autoritarismo culto que convierte a su público en dócil sin que tenga conciencia de esa imposición ".

Carlos Fernández, profesor de sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, y autor de Vigilar y organizar (Ed. Siglo XXI), señala que esta clase de autoridad ha sido especialmente frecuente en la empresa. "Como la disciplina antigua nunca fue capaz de lograr una adhesión inquebrantable por parte de los trabajadores, se han buscado la motivación y la seducción como vías de garantizar el autocontrol y el disciplinamiento sin necesidad de recurrir a grandes sistemas de vigilancia. Hemos pasado de un control casi físico a técnicas de manipulación cultural o psicológica".

Las causas de fondo de estas transformaciones deberían buscarse, para Cardús, "en la complejidad de una sociedad como la nuestra, con cambios muy rápidos en los estilos de vida que han dado lugar a problemas de desorganización y a muchos malentendidos comunicativos". Para Cardús, autor de El desconcierto de la educación (Ed. Paidós , en castellano, y La Campana en catalán), un problema añadido radicaría en "la dificultad, muy propia de nuestro país, para reconocer el valor de las instituciones". Algunas de ellas, como la familia y la escuela, no sólo están perdiendo peso en la vida pública sino que se dedican reproches mutuos cuando se trata de responsabilizarse de las disfunciones educativas. Esther Robles, Directora del Instituto Enseñanza y Aprendizaje de la Universidad Camilo José Cela, prefiere abandonar esta clase de polémicas y señalar causas interrelacionadas: "No podemos decir que el niño aprende sus comportamientos sólo fuera de la escuela, pero es cierto que cuando hablamos de absentismo, de interrumpir las explicaciones del profesor constantemente, de incurrir en faltas de respeto, de establecer conflictos de poder o de no respetar la palabra, estamos refiriéndonos a conductas a las que el niño viene predispuesto y que suele adquirir en entornos extraescolares". En ese sentido hay que insistir también en la importancia de los medios de comunicación, ya que, como apunta Cardús, "ya no son sólo portadores de contenido sino que marcan estilos de vida. Y en muchas ocasiones lo que nos transmiten es un mundo que se basa en la mala educación, en ensalzar los modales deficientes y en ridiculizar las instituciones".

Por eso, el conjunto de soluciones que los expertos proponen no quedan reducidas a un solo ámbito. Todos ellos coinciden en la necesidad de límites y de normas claras, pero también en que las imposiciones han de ser racionales y en fomentar cierta capacidad crítica en quienes deben cumplirlas.

Enlo que se refiere a la escuela, Esther Robles subraya la importancia de que el centro educativo no se limite a ser un vendedor de contenidos curriculares sino que trate de desarrollar habilidades sociales como la autoestima, el respeto a los demás y la convivencia. "Hay que educar en la responsabilidad, sin adoptar posturas demasiado tolerantes ni tampoco excesivamente exigentes. Y hay que generar altas expectativas en el alumnado, capacitándoles así para sacar lo mejor de sí mismos".

Para Salvador Cardús, hay dos asuntos esenciales. El primero de ellos se refiere a que en la educación, "que es el único instrumento que nos permite transformar la realidad" se repare con más insistencia en las formas, "ya que su función es, en el fondo, domesticar. Si no se respetan las formas caeremos en una perniciosa confusión comunicativa". Yen segundo lugar, debería terminarse con un equívoco habitual, el de considerar el problema de la autoridad como algo de matriz conservadora: "se trata de una cuestión importantísima que no es ni de derechas ni de izquierdas". El asunto tiene, desde luego, expresiones políticas de toda clase. Así, los extremismos y los populismos han querido regresar a una autoridad incuestionable que oferta certezas inamovibles. En sentido contrario, también estamos viviendo, como señala el periodista y ensayista Francesc Marc Álvaro, "la impugnación de todo tipo de poder desde multitud de micronihilismos y microegoísmos:nadie quiere que se intervenga sobre su vida en ningún sentido". Y además, es el político un ámbito donde se notaría especialmente la falta de autoritas: "los dirigentes actuales no tienen, como Pujol o González, esa clase de liderazgo que era reconocido hasta por sus adversarios".

Pero, sobre todo, es en el terreno del discurso político donde la reivindicación del esfuerzo, del sacrificio, de la disciplina y del respeto han recuperado un lugar principal, lo que puede apreciarse especialmente en los argumentos de la derecha estadounidense o en los de la francesa. Francesc Marc Álvaro no circunscribe ese interés al sector conservador sino que lo percibe como parte de una necesaria renovación de los contenidos políticos . "Para hablar de inmigración, seguridad, educación o de las nuevas formas de vida laboral y personal ya no nos sirven las antiguas fórmulas. Alguien debe redibujar los límites de esos temas, que no pueden abordarse desde los viejos paradigmas de izquierda/ derecha. Y el debate sobre la autoridad está claramente ligado a esta redefinición".

Jordi Rodríguez Virgili asegura que estamos ante "un tema electoralmente muy importante, como ratifican el seguimiento y la aceptación que tuvieron estos asuntos en la campaña de Sarkozy. El partido que sepa captar bien este mensaje, que dé contestación a la demanda social existente acerca de los valores, tendrá mucho ganado". Y, para Virgili, hay términos utilizados por Sarkozy que pueden resultar útiles para entender el problema: "Estamos viviendo el fracaso de la generación del 68, que creía en la emancipación y en la ausencia de trabas y de límites. Y si es cierto que derribó muchas barreras innecesarias también lo es que no supo construir nada nuevo. En el ámbito educativo es muy evidente, porque valores básicos en el aprendizaje, como el esfuerzo, la disciplina o la memorización se han perdido. Pero también socialmente, donde parece que todo vale mientras no hagas daño a los demás". Para Francesc Marc Álvaro, la cuestión política de la autoridad debe ser enfocada en otros términos, cuyas dimensiones se perciben con exactitud si se recurre al ejemplo local. "Mientras unos (el PP) confunden la autoridad con la rigidez y los límites con los dogmas, los otros (el PSOE) tienen el asunto como un tabú en su agenda y no se atreven a abordarlo".

La Vanguardia (España)

 



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