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11/04/2007 | ¿Las futuras lenguas de la globalización?

Hugo Víctor Ramírez Villarroel

No es por nada que en algunos países industrializados —algo visionarios— traten de que los niños aprendan el mandarín...

 

La globalización, independientemente de construir paso a paso una aldea global, donde básicamente todos podemos participar —ya sea como consumidores o como vendedores—, también necesita hablar una o algunas lenguas principales.

Hablando de este mundo contemporáneo, podríamos decir que algunas de las características que se tendrían que tomar en cuenta para considerar a una “nueva´ lengua como potencial vehículo para participar de la globalización son, principalmente: tomar parte activa en la comunicación internacional y generar una importante influencia lingüística en la ciencia y tecnología; ya sea a través del mercado digital, la educación, la empresa privada y el turismo, todos ellos componentes básicos de este mundo moderno. De otra manera la lengua que se postule como copiloto en el vehículo de la globalización, difícilmente ampliará sus horizontes y menos aún generará más prestigio a corto plazo y posibilidades de dominio económico-lingüístico en favor de sus hablantes.

Previo preámbulo, referido a la globalización y a las lenguas, podemos tomar el ejemplo del IV Congreso Internacional de la Lengua Española realizado en Cartagena de Indias, Colombia, cuyo lema “Presente y futuro de la lengua española: unidad en la diversidad” es el resultado de la creciente preocupación o de nuevos intereses de las ahora unidas Academias de las Lenguas Españolas, por hacer de la lengua de Cervantes algo más que un simple idioma que hasta ahora sólo se ha codeado con otros colosos por los primeros puestos en la clasificación de lenguas más habladas, básicamente por el hecho de tener un importante número de hablantes. Es decir, parece que se han dado cuenta de que también existe la necesidad de establecer esta lengua de manera más competitiva en el mercado internacional.

Pero claro, los congresos, de por sí, sólo han sido intenciones que no han producido hasta ahora, ni a corto ni a largo plazo, suficientes efectos para favorecer decisivamente a nuestra lengua. Por ejemplo, claramente se puede ver que en la internet —según un informe difundido en un prestigioso periódico español— el español ocupa sólo un insignificante 4,6%, frente al 45% que acapara el inglés, muy por detrás del alemán y otras lenguas; es más, me alineo con el titular del periódico que manifiesta que la “Internet no habla español”.

¿De qué nos sirve si somos una masa de más de 400 millones de hispanohablantes en el globo, si tenemos una mínima capacidad de participación en el ambiente digital, trampolín, en muchos casos, de los mercados económicos? Esto es sólo un aspecto que deberíamos revertir si queremos que la consolidación futura del español en el mundo vaya por buen camino y sea un éxito para las futuras generaciones.

Nos falta trabajar con políticas lingüísticas en torno al español y, claro, ahora también estará presente el hecho de establecer una relación de trabajo con los idiomas nativos que conviven con ésta, pues no se debe olvidar que si se piensa tomar en cuenta al español en la diversidad se debe prestar importancia —especialmente en países como el nuestro— a los idiomas originarios que éste tiene por vecinos. Asimismo, sería importante alentar el avance y la participación de la lengua española con la ciencia y tecnologías actuales y, por supuesto, tratar de que realmente exista una verdadera “unidad en la diversidad”. Mientras tanto, poco habremos avanzado con relación a nuestros objetivos.

Ahora, mirando hacia el otro extremo y haciendo referencia a otra futura “nueva” lengua —me refiero al mandarín o chino— que creo se abrirá un más que seguro e importante espacio en la globalización, ya sea si enfocamos su lado económico o su relación con su increíble número de hablantes, que surge precisamente como producto de la interesante simbiosis (economía y habitantes/hablantes); o sea, aquella influencia que de un tiempo a esta parte se ha desvirtuado del crecimiento sutil y amenaza con arrasar de lleno en el mundo de la globalización.

No es por nada que en algunos países industrializados algunas instituciones, academias e incluso familias —algo visionarias— traten de que los niños aprendan el mandarín, tampoco será cosa de orates creer que en un futuro no muy lejano estaremos prácticamente obligados a decir una que otra palabra en chino, si acaso queremos hacer buenos negocios con el gigante asiático.

Mientras tanto, solamente podemos manifestar que estas dos lenguas podrían llegar a convertirse en el motor que pueda regir una nueva era en este mundo globalizado, todo depende de ciertas políticas por parte de gobiernos o representantes.

No obstante, por nuestra parte, debemos manifestar que ya es hora de consolidar nuestras intenciones de crecimiento con el español (no solamente como lengua que suene a romance o a melodía) sino para brindar con él una constante estabilidad en el mundo lingüístico-económico y, viceversa, de la globalización o, en todo caso, si finalmente China nos gana la partida, ya sea por cantidad y/o por economía, tendríamos que comenzar a tomar clases de mandarín o como se plantea nuestra hipótesis básica, en la cual ellos tengan que tomar clases de español y entender las locuras del Quijote y Sancho, para así poder, por lo menos, beneficiar efectiva y económicamente a los más de 400 millones que viven en esta aldea global.

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



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