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25/11/2007 | ¿Yihadistas, islamistas, fascistas?

Timothy Garton Ash

Una de las cosas necesarias para detener a los terroristas es encontrar el término que los designa.

 

Cómo debemos llamar a los que quieren matarnos? ¿Islamo-fascistas? ¿Islamistas? ¿Yihadistas? ¿O simplemente asesinos? Quizá piensen que ése es un detalle insignificante; lo que importa es lograr que no lo hagan. Pero una de las cosas necesarias para detenerlos es encontrar el término apropiado. Significa que sabemos quiénes son exactamente nuestros enemigos. Significa también no hacer que todos los musulmanes se sientan tratados como terroristas y, por tanto, no crearnos enemigos nuevos sin necesidad.

Pensemos, por comparar, en la última gran amenaza terrorista que sufrimos en Gran Bretaña. Evidentemente, era muy distinto llamar a quienes estaban empeñados en hacernos saltar por los aires "irlandeses", "católicos" (o, como decían los ingleses, "papistas"), "republicanos irlandeses", "terroristas católicos", "extremistas nacionalistas" o simplemente "el IRA (siglas inglesas de Ejército Republicano Irlandés)". En general, por suerte, nos quedamos con "el IRA". Y eso nos ayudó a ganar, después de una larga lucha. En el caso actual, las cosas no son tan sencillas. "Al Qaeda" no es el equivalente de "el IRA"; al menos, no por sí solo. Necesitamos un término más amplio para calificar a los extremistas violentos que cometieron los atentados de Londres y Madrid. Los expertos en antiterrorismo hablan con cautela de violencia "inspirada por Al Qaeda", pero es una definición demasiado complicada para usarla en el día a día, igual que otras sugerencias como "extremistas musulmanes violentos" o "militancia islámica actual". Nos hace falta algo que resuma mejor el concepto.

¿Qué les parece "islamo-fascistas"? Existen semejanzas muy significativas entre la mentalidad y las trayectorias de los fascistas del sangriento siglo XX europeo y las de los maléficos individuos que han ensangrentado la Europa de este comienzo del siglo XXI. Comparten, sobre todo, tal vez, la esteticización de la violencia y el culto a la muerte heroica, el Heldentod. Si a eso se añaden una actitud profundamente ambigua ante la modernidad, el anhelo de superar lo que se considera la humillación histórica de su país o civilización, el cultivo del antisemitismo, y la capacidad de atraer a hombres jóvenes, social y sexualmente frustrados, la comparación parece estar bien fundada.

Sin embargo, los argumentos contra esta etiqueta son más fuertes. En primer lugar, en los últimos 50 años, las etiquetas de "fascismo" y "fascistas" se han usado tanto y se han vaciado tanto de contenido, que ya no quieren decir prácticamente más que "algo que la izquierda detesta en ese momento". Si algo es malo, y uno es de izquierdas, lo llama "fascista"; nos gusta estar en contra de lo fascista. La lista de cosas que se han calificado de "fascistas" en el último medio siglo ocupa varias páginas, y en ella entran, desde luego, Margaret Thatcher, Estados Unidos, la República Federal de Alemania, el capitalismo, los hombres (los machistas), el Deutsche Bank y The Daily Mail.

Los fascistas de principios del siglo XX se llamaban fascistas a sí mismos. Sabían quiénes eran, y nosotros también. Ser antifascista en 1938 era luchar contra Hitler, Mussolini y Franco. Los "islamo-fascistas" de hoy no se identifican como tales, y no está claro quién está incluido en el término.

La etiqueta de "islamo-fascismo", con el añadido de las referencias al "totalitarismo", une dos cosas que tienen que permanecer separadas. Una es la mentalidad de los fanáticos que matan y buscan la muerte. Otra es un sistema político totalitario que controla grandes Estados. Es, por así decir, la diferencia entre la Europa de 1921 y la de 1938, cuando el fascismo gobernaba en Alemania, Italia y España.

Si Pakistán, con sus armas nucleares, y Arabia Saudí, con su petróleo, se pasan al otro bando, podríamos llegar a esa situación más pronto de lo que pensamos, pero, por ahora, el único aspirante serio al título de Estado fascista islámico es la República Islámica de Irán. Uno de los principales disidentes iraníes, Akbar Ganji, acaba de escribir un interesante artículo en Newsweek en el que habla de si su país merece la etiqueta. Ganji escribe con la innegable autoridad de quien estuvo en las cárceles de los ayatolás por sugerir que algunos elementos del régimen iraní estaban tratando de organizarlo "con arreglo a criterios fascistas". Sin embargo, dice, "el sistema político de Irán es muy distinto al de un Estado fascista totalitario". Es verdad que "las advertencias sobre interpretaciones fascistas de la religión pueden alertarnos sobre los peligros que representa una minoría clerical organizada dentro del Estado iraní... Pero, cuando dirigentes como Bush y Blair hablan de 'fascismo islámico', para muchos iraníes no es más que un mero intento de preparar a la opinión pública para la guerra".

Si "islamo-fascistas" no sirve, ¿qué tal "islamistas"? El islamismo, a diferencia del islamo-fascismo, es un término que aceptan todos los analistas serios del mundo islámico y muchos de los propios islamistas. Se refiere, en términos generales, a la refundación del islam, durante los decenios posteriores a la caída del Imperio Otomano, como ideología política, como principio por el que deben regirse el Estado y la sociedad. En este sentido, hablamos de que hay partidos islamistas que gobiernan en Turquía, se oponen a las elecciones en Marruecos y están oficialmente prohibidos pero muy organizados en otros países, como los Hermanos Musulmanes en Egipto. Ahora bien, precisamente por ese motivo, emplear la etiqueta "islamistas" para designar a quienes pretenden matarnos impide hacer una distinción que es importante.

Casi todos los terroristas islámicos son, en cierto sentido, islamistas, pero la mayoría de los islamistas no son terroristas. Lo que son es reaccionarios. Proponen una visión religiosa y profundamente conservadora de la sociedad que, con sus posturas sobre la libertad de expresión, la apostasía, la homosexualidad y las mujeres, resulta más bien odiosa para quienes poseen convicciones laicas y liberales (incluido yo, sin ningún género de duda). No obstante, en la mayoría de los casos, y por lo menos en los ya mencionados, utilizan medios pacíficos, no la violencia. El sector políticamente más moderado del islamismo político, representado por el partido Justicia y Desarrollo del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, en el Estado laico de Turquía, está más próximo a la derecha cristiana de Estados Unidos (muchos de cuyos miembros consideran que la homosexualidad es un pecado y el aborto es asesinato) que a Al Qaeda. Para los que somos laicos y liberales, esta reacción religiosa también es algo pernicioso, que debemos combatir por todos los medios pacíficos a nuestro alcance, pero es distinto; y no tener clara esa diferencia es un error.

En resumen, ¿cómo debemos llamar a los terroristas suicidas y a los que pretenden cometer atentados masivos? La mejor respuesta que he encontrado hasta el momento es "yihadistas", sobre todo cuando se matiza "extremistas yihadistas" o "terroristas yihadistas". Ya sé que yihad puede significar asimismo una lucha espiritual pacífica, pero los líderes de opinión musulmanes con los que he consultado parecen aceptar este uso. Establece un límite claro entre los musulmanes normales y corrientes, e incluso los islamistas políticos no violentos, por un lado, y los que trafican con la muerte, por otro; y, al mismo tiempo, no oculta la relación con la religión. Es más, la pone más de manifiesto que cualquiera de los términos alternativos. La yihad, la guerra santa, es precisamente lo que los terroristas suicidas -en sus mensajes de despedida antes de los atentados- dicen orgullosamente estar librando.

Éstas son las personas que quieren matarnos y destrozar el tejido civil de nuestras sociedades. Y, cuando digo "nos", no me refiero sólo a los liberales laicos o a los cristianos; me refiero también a los musulmanes inocentes que caen asesinados en esos atentados y que ven en peligro su admisión en la sociedad por culpa de ellos. La conclusión es que hay dos obligaciones. Una obligación es que nosotros, los no musulmanes que vivimos en sociedades libres como Gran Bretaña, escojamos nuestras palabras con cuidado. Hasta que a alguien se le ocurra un término mejor, creo que "yihadistas" es el más apropiado. Pero nuestros conciudadanos musulmanes tienen otra obligación equivalente y paralela: la de condenar, de forma audible e inequívoca, a los yihadistas que nos amenazan a todos. -

El Pais (Es) (España)

 



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