Mientras entre el 70% de los rusos reitera su apoyo al tándem Putin-Medvedev, la nueva Rusia aparece en el último informe de estados fallidos de Foreign Policy en el puesto 102, entre Tanzania y Mozambique. La peor nota recibida ha sido en derechos humanos.

Las tres grandes transiciones iniciadas por Yeltsin -de la dictadura a la democracia, del control central económico al libre mercado y del imperio a la nación- están estancadas y oscurecidas por una autocracia de nuevo cuño que ha encontrado, tras los graves errores de los años 90, el líder fuerte con el que los rusos, supuestamente, siempre han soñado.

Con una caída del 5% de su producto interior bruto (PIB) en el primer semestre de 2009, de los 43 países más industrializados sólo Singapur ha sufrido más el impacto de la crisis.

En sus ocho años de presidente y 15 meses de primer ministro, Putin ha recuperado el control del Estado sobre los sectores estratégicos (el energético sobre todo) y, gracias a los elevados precios del petróleo entre 2006 y 2008, ha puesto fin al caos financiero heredado de Yeltsin, pero no ha resuelto ninguno de los gravísimos retos que lastran la recuperación del país.

La nueva Rusia padece lo peor del nuevo capitalismo (corrupción rampante) y del viejo comunismo (autoritarismo, confusión de poderes, ausencia de libertades y burocracia ineficaz).

«La industria rusa todavía es casi siete veces menos productiva que la estadounidense», reconoce Vladislav Inzemtsev, director del Centro de Estudios Posindustriales de Moscú.

Aunque ha buscado en la sombra de los BRIC, con Brasil, la India y China, el estatus perdido de gran potencia, sus exportaciones industriales en 2008 fueron de sólo 32.000 millones de dólares, mientras que las de sus tres compañeros de viaje rozaron el billón y medio de dólares.

Su PIB consume tres o cuatro veces más en materias primas que el chino y un kilómetro de carretera en Rusia cuesta cuatro veces más que en Europa. El maná de gas y petróleo ha ocultado muchos de estos agujeros, agravados por la mala gestión, la falta de inversión y la ausencia de controles, que están acercando a Rusia más a víctimas del petróleo como Nigeria y Angola que a la petrosuperpotencia nuclear que quiere y podría llegar a ser.

La Duma es una marioneta del Gobierno y los servicios de seguridad, su guardia pretoriana. Los gobernadores son delegados del primer ministro tras el cambio legislativo de Putin antes de ceder la presidencia a Dimitri Medvedev, los tribunales nunca han sido independientes, el Ejército sigue postrado en una profunda crisis de medios y de identidad, el pluralismo de partidos es una entelequia y casi todos los medios de comunicación independientes han sido silenciados.

Chechenia se ha apaciguado un poco, pero pagando un altísimo precio en derechos humanos, la victoria del año pasado sobre Georgia en Osetia del Sur y Abjazia puso en evidencia las enormes carencias de las fuerzas convencionales rusas y las joyas de su arsenal nuclear -que absorbe el 25% del presupuesto militar-, los misiles Buleva y Topol, llevan años de retraso.

En la potencia en declive que es la nueva Rusia sigue mandando Putin. «Podemos decir que uno [Medvedev] se encarga del ceremonial y otro [Putin] es el que decide», reconocía Hans-Henning Schröder, experto en Rusia del Instituto de Cuestiones Internacionales y de Seguridad de Berlín, en el diario estadounidense The New York Times, el 5 de julio.

Alemania ha cuadruplicado en 10 años -de 15.000 a 68.000 millones de euros- el comercio con Rusia y se ha convertido en el primer socio de los rusos.