Acoso en los mercados, conflicto con Argentina... Veinte años después de los fastos de 1992, España busca recuperar el prestigio perdido. Esta es la historia de cómo hemos perdido peso en el mundo.
1992:
España conmemora el V centenario del descubrimiento de América. Se ha
convertido en referente para la comunidad internacional por su ejemplar
transformación política y su pujante economía. El mundo admira a esa joven democracia
que celebra jubilosa fastos como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la
Exposición Universal de Sevilla. Veinte años después, abril de 2012, la
presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner anuncia la expropiación del
51% de las acciones de YPF en poder de Repsol, ignorando las airadas
advertencias del Gobierno español.
El
conflicto en torno a la petrolera no es el único que indica que España tiene un
serio problema con su deteriorada reputación internacional. Mientras los
mercados acosan al cada vez más fatigado Tesoro español, Sarkozy se pasa la
campaña electoral francesa poniendo al legado de Rodríguez Zapatero como
ejemplo desastroso y el italiano Mario Monti se acostumbra a desmentir los
vituperios a las finanzas españolas que la prensa le atribuye.
¿Qué ha
pasado en estos veinte años para que España haya perdido su crédito? ¿Cómo se
ha convertido un país dinámico y en expansión en otro deprimido y denostado?
Ahora el empeño del Gobierno Rajoy en restaurar el crédito perdido empiza a dar
su frutos. Pero esta es una historia que comenzó hace mucho tiempo. Fue en la
década de 1990 cuando se produjo el desembarco empresarial español en
Iberoamérica. La prensa económica anglosajona, la misma que hoy lanza saetas
envenenadas, lo aplaudía y hablaba de los «nuevos conquistadores». Atraídos por
la facilidad que el idioma común suponía para los negocios, el capital de
Telefónica, Repsol, BBVA y otros colosos «made in Spain» hacía el mismo camino
que siglos antes las armas de Hernán Cortés y Pizarro .
«Potencia
media»
España
disfrutaba de una imagen de hermano modélico y dilecto para la comunidad
iberoamericana, una imagen construida con mimo gracias a iniciativas como la
creación de la Agencia Española de Cooperación Internacional y la celebración
de las primeras Cumbres Iberoamericanas. Parafraseando al historiador Juan
Bautista Vilar, se completaba la transformación «de pequeña nación a potencia
media».
Pero,
paradójicamente, la actividad empresarial coadyuvó a minar ese prestigio entre
amplios sectores de una izquierda nacionalista que iba a tomar el control de
muchos estados en la región. Rafael García Pérez, profesor de Relaciones
Internacionales en la Universidad de Santiago, ha señalado que «la adquisición
de una posición dominante en los sectores energético, financiero y de las
telecomunicaciones por parte de las empresas españolas ha transformado la
percepción de España en el continente difundiendo la imagen de “nueva
conquista”».
Pedro
Pérez Herrero, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de
Alcalá de Henares, cree que España ha pasado de madre a madrastra para las que
fueron sus colonias y que desde este lado del Atlántico no se ha atendido «a
las reclamaciones de los países latinoamericanos por el trato vejatorio a sus
ciudadanos en los aeropuertos españoles y las condiciones de trabajo a las que
se ven sometidos muchos inmigrantes en España», algo que para este investigador
contrasta con el trato dispensado en América a los españoles exiliados tras la
Guerra Civil.
Sin
embargo, en los tiempos en los que las cosas iban viento en popa cualquier
potencial descontento hacia España quedaba silenciado y su fortaleza disuadía
de acciones hostiles como la adoptada ahora por Buenos Aires. España se
comportaba como lo que era, un país competitivo, que invertía en el exterior y
que trataba de dotarse de una presencia diplomática acorde con su creciente
peso en el mundo. Con este objetivo, el Gobierno de José María Aznar elaboró en
2000 su Plan Estratégico de Acción Exterior, que, en palabras de García Pérez,
buscaba «situar a nuestro país entre las grandes potencias». Aznar y su
ministro de Exteriores, Josep Piqué, se proponían hacer de la cultura y el
idioma de Cervantes, junto con el impulso inversor, el vehículo para una mayor
influencia en el mundo, prestando mayor atención a la emergente región
Asia-Pacífico.
Debilitada
por la crisis
La
crisis económica y su especial virulencia en España truncaron aquellos
proyectos e iniciaron el declive con el que ahora brega el equipo de Mariano
Rajoy. Tampoco ayudó la torpeza en política exterior de los gobiernos de
Rodríguez Zapatero. Así llegamos a un momento como el actual, en el que la
proliferación de afrentas a España no es casual. Vicente Palacio, del
Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas, sostiene que
«es evidente que nuestra debilidad anima a muchos a clavarnos el aguijón». Este
analista vaticina que a la crisis de Repsol e YPF pronto le sucederán otras:
«El Gobierno debe estar muy preocupado por Marruecos, porque siempre ha
aprovechado los momentos de debilidad de España para montar cosas como la
Marcha Verde, y este es uno de esos momentos».
La
competencia globalizada no conoce la compasión. España está en apuros y ahora
es una presa fácil y codiciada, lo que amenaza sus intereses. Como Fernández de
Kirchner, otros dirigentes pueden verse tentados a atacar el «eslabón débil» de
una Europa languideciente. Pérez Herrero apunta a otra posible causa para las
actuales tribulaciones de las inversiones españolas: «No parece haber una
política de Estado con respecto a América Latina. El plan era confiar
únicamente en las fuerzas del mercado». En el vórtice de esas fuerzas, como
está comprobando España, hay lealtades que se diluyen. Sirve como ejemplo la
tibia respuesta inicial a la petición de solidaridad de Madrid en esta crisis..
Según Vicente Palacio, para el «Tío Sam» esta polémica «no es asunto suyo
porque a ellos no les han tocado sus empresas. Además, nos tenían una guardada
porque nos convertimos en su gran competidor como inversores en América
Latina».
Pero, a
pesar del panorama adverso, según un diplomático que prefiere mantenerse en el
anonimato, «España no está inerme y puede hacer valer sus argumentos». Se trata
de revigorizar la actividad, algo que ya está haciendo el ministro de
Exteriores, José Manuel García-Margallo, y que ha conseguido templar la
frialdad inicial de Washington. Queda mucho por hacer, porque todo pasa por la
titánica tarea del saneamiento económico del país, pero el Gobierno está
decidido a llevarla a cabo, sea el que sea su coste electoral. Cuando las
cuentas cuadren, el horizonte se despejará, porque, como dice Vicente Palacio,
España tiene algo de lo que no muchos pueden presumir, «una elevada presencia,
política, económica y cultural en el exterior».
http://www.abc.es/20120429/espana/abci-politica-exterior-espana-201204241056.html