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06/12/2005 | Una falta de cordialidad que irá in crescendo

Santiago Gallichio

Las iras descontroladas del presidente de la Nación en contra de los empresarios no pueden llamar la atención de ningún observador imparcial. Prácticamente, Néstor Kirchner no ha dado ninguna muestra de cordialidad ante los empresarios en toda su vida política relevante, ésa que comenzó hace sólo 30 meses.

 

Sin embargo, todavía hay demasiados rostros sorprendidos ante las declaraciones que pretenden inculpar a los supermercadistas por la inflación argentina, la más alta del mundo entero. (A propósito, ¿cómo serán los
supermercadistas del resto del mundo?)

¿Por qué habrían de sorprenderse por esto ante un Presidente que mandó a sus piqueteros a boicotear a las petroleras extranjeras por el aumento de las naftas, a sus sindicalistas a boicotear a los supermercados extranjeros por el aumento de los alimentos, que fulminó a su vicepresidente y a una transportista de energía por declarar que las tarifas debían ser ajustadas, etc., etc.?

Muchos insisten una y otra vez con el argumento de que las reacciones del Presidente son sólo pour la galérie, ante eventos electoralistas, pasados los cuales dejarían la escena para mostrar al verdadero Kirchner, el Kirchner capitalista, que llevó sus ahorros a Suiza, que es un aliado de la burguesía nacional productiva y que, junto con su coqueta esposa, gusta más de la Quinta Avenida de New York que de ningún otro lugar en el mundo. Pues bien, una y otra vez los acontecimientos pasan y la ira persiste.

Primero argumentaron que sólo se trataba de una estrategia para acumular poder ante el magro 22% que lo dejó en el sillón de Rivadavia el 25 de mayo de 2003. Cuando se consiguiera un acuerdo con el Fondo que le asegurara una mínima supervivencia la cosa cambiaría. En agosto de 2003 se firmó el acuerdo y la virulencia continuó en avance. Luego se adujo que el peso de la deuda era tan inmenso que sus recurrentes enojos eran actuaciones para ganar mayor poder de negociación. En febrero de 2005 se cerró la negociación, con un 75% de adhesión (considerado todo un éxito presidencial); sin embargo, tras unos pocos días de buen humor, la ira siguió bien alimentada y con similares frecuencias de aparición.

Allí se lanzó el plebiscito para octubre, el que justificó la creación de nuevos enemigos a muerte a quienes cuerear en público. "El Presidente necesita convalidar en las urnas su verdadero apoyo popular y hasta que no lo logre no puede bajar los brazos," aducían los observadores más esperanzados. Las elecciones de octubre de 2005 fueron ganadas por el Presidente sin discusión. Pero, tras unos días de descanso y buen humor, la ira volvió a sul ugar para atacar, ahora, a los responsables de la antipopular inflación.

En estos días, los últimos ingenuos parecieran estar cayendo en cuenta de la realidad: el Presidente no simula su ira, sino que la padece y la expresa. El asunto grave de este presente es que el gobierno tiene un serio problema entre manos, la importante inflación que no ceja, y no sabe cómo solucionarlo. Descreen por completo de las teorías monetaristas, por el pueril motivo de que muchos líderes de opinión económica de los '90 estuvieron formados en el monetarismo. Pero esta barrida en bruto de la mesa de oferta de soluciones macroeconómicas lo lleva a ignorar justamente a la escuela que puso fin al problema de la alta inflación en todo el mundo, problema que había desaparecido hasta
ésta, nuestra nuevamente triste experiencia económica argentina. Insólitamente, una vez más volvemos a descontrolar nuestra moneda, como si no hubieran bastado los desastres hiperinflacionarios del pasado reciente. Y, para colmo, enfrentamos este problema con un Presidente al que le sale de su natural el echar culpas a los empresarios de todos los males del país. Con un Ministro que no sabe de temas monetarios.

Y con un Presidente del Banco Central que no asume nunca responsabilidades por los hechos que él protagoniza ("la inflación no es un problema monetario," afirmó hace unas horas).

Para colmo de males, el año 2006 que asoma cada vez más como una año de alto riesgo financiero internacional. El dólar sigue su rumbo descendente sin atenuaciones, su máximo responsable, Alan Greenspan, está de salida y su sucesor, Ben Bernanke, apuesta a no
distinguirse mucho de su afamado predecesor cultivando el perfil de moderado en una hora crucial: el oro está rompiendo la barrera de los US$500 la onza Troy, un valor que, con mínimas y puntuales excepciones, es el máximo desde la época altamente inflacionaria de
Jimmy Carter... en 1980.

Una pregunta que no necesita un psicólogo para ser contestada con ciertas probabilidades de acierto: ¿cómo será de grande la ira presidencial cuando el escenario internacional se complique y se acabe un contexto favorable nunca antes visto como el que le tocó en suerte durante su corta presidencia? El predominio de la iracundia es el peor ambiente para encontrar soluciones difíciles a problemas complejos. Y lamentablemente, así será el año próximo.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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