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07/01/2011 | México y el nuevo Brasil

Enrique Berruga Filloy

Buenos acuerdos entre México y Brasil pueden transformar a la región latinoamericana en su conjunto. Estos dos países son las ruedas de una carreta que lleva mucho tiempo varada.

 

La economía brasileña es casi el doble en tamaño que la mexicana, mientras que la nuestra es igual a la suma de las economías de Argentina, Chile, Colombia y Venezuela —las cuatro mayores que nos siguen en la región. La llegada al poder de la presidenta Dilma Rousseff abre una oportunidad sin precedente para que México y Brasil, finalmente, se sienten a trabajar en un proyecto latinoamericano de auténtico calado.

Si al presidente Lula da Silva le correspondió realizar el despegue del gran avión brasileño, a Dilma le toca colocarlo en velocidad crucero y, sobre todo, darle destino a la nave. Muy rápido el presidente Lula, recién levantado el vuelo, intentó colocar a Brasil como un actor de alcances globales, uniéndose a Turquía para bloquear las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra el programa nuclear de Irán. En Washington, el incidente sacó tantas chispas que ahora, en un primer gesto diplomático lleno de simbolismo, la presidenta Rousseff nombró al ex embajador de Brasil ante Estados Unidos, Antonio Patriota, como su nuevo canciller.

Es probable y deseable que, después de ese incidente, Brasil decida concentrar sus prioridades diplomáticas en América Latina. Para empezar, cabría pensar en un reordenamiento de los mecanismos de diálogo político y de intercambio económico. Son tantas las instancias de encuentro, como pobres los resultados: el Grupo de Río, la Conferencia Iberoamericana, el Alba, Unasur, Mercosur, el Mecanismo de Tuxtla, la Confederación Andina de Fomento y hasta esa especie de OEA sin Estados Unidos que se lanzó en Cancún el año pasado. Con buena razón escuché alguna vez decir a Hugo Chávez: “Los mandatarios andamos de cumbre en cumbre y nuestros pueblos de abismo en abismo”.

Un acuerdo a mediano y largo plazo entre México y Brasil podría romper esta “cumbritis” aguda en que está sumergida la región, y trabajar en proyectos de auténtica relevancia latinoamericana. La interlocución que tendrá Brasil bajo Dilma Rousseff con la izquierda latinoamericana, será privilegiada. Por su parte, México posee la red más extensa de tratados de libre comercio, dentro y fuera de la región. Jugar el juego de la globalización no nos es ajeno.

Así las cosas, el primer paso de política exterior —que debiera ser prioritario para ambos— es forjar un acuerdo marco entre Brasil y México donde se inicien negociaciones para un tratado bilateral de libre comercio, pero que además incluya entendimientos que ayuden a detonar el gran potencial económico, energético, ambiental, cultural y tecnológico que poseen América Latina y el Caribe. La región se ha presentado tradicionalmente fracturada frente al resto del mundo, sea ante la Unión Europea, frente a Estados Unidos o, más recientemente, ante China. Si México y Brasil empiezan a ser percibidos como un equipo (la mayoría de las veces), pronto aprovecharán otros países de la zona esa sinergia para elevar su capacidad de negociación frente a terceros.

Concretar un acuerdo de libre comercio con Brasil no va a ser tarea fácil. La presidenta Rousseff se distinguió, como ministra de Energía, por favorecer los intereses de la industria local, aunque le saliera más caro al consumidor brasileño. Así, impuso que la industria petrolera —plataformas marinas, embarcaciones y tubería— tuvieran un mínimo de contenido nacional, aunque fuese más barato conseguir esos insumos en el mercado mundial. Ocho años después, más de 40 mil brasileños trabajan en ese ramo, y la industria petrolera de ese país no deja de ser competitiva. Por ello es posible que a la hora de negociar un TLC, Brasil ponga sobre la mesa una buena cantidad de temas intocables, o mejor dicho, impenetrables para México. Los productos agropecuarios pueden ser otro dolor de cabeza para nuestro país. Quizá junto a Estados Unidos, solamente Brasil cultiva extensiones tan enormes y con economías de escala tan acentuadas. El maltrecho campo mexicano podría ser objeto de una competencia letal.

Al observar estas dificultades (todos los TLC tienen sus pros y sus contras) cabe decir que valdrá la pena un casamiento con Brasil si va de la mano de una visión de largo plazo en que los dos países se conviertan el motor organizativo y el catalizador de crecimiento de la región latinoamericana. El presidente Sebastián Piñera de Chile ha señalado que este puede ser el siglo de América Latina. Solamente será realidad si Brasil y México establecen acuerdos genuinamente visionarios.

**Enrique Berruga Filloy, Presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

El Universal (Mexico)

 


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