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07/12/2012 | EEUU - Inmigración

Pedro Corzo

Es un tema difícil. La controversia es fácil, pero no es ético pasar por alto la situación en la que viven millones de personas, y también la forma y fondo con la que algunas personalidades públicas demandan una reforma migratoria.

 

La tragedia de la separación familiar o vivir pendiente de ser arrestado sin haber cometido un crimen debe de causar una profunda angustia. El hecho de que una cantidad importante de personas no pueda vivir en una relativa estabilidad afecta la familia y al individuo, pero también repercute en la economía y los servicios sociales, por lo que es perentorio, primero por humanidad y después por razones prácticas, emprender una reforma migratoria que resuelva el problema de millones de personas que en un momento de sus vidas, ingresaron a este país buscando una vida mejor.

Por otra parte legalizar el estatus de un ciudadano tiende a beneficiar a la nación en su conjunto, porque la integración del individuo a la sociedad hace posible que su contribución en todos los aspectos, sea más efectiva y concreta.


Un ciudadano plenamente comprometido con las normas y valores del país que le ha acogido, puede hacer grandes contribuciones a su comunidad siempre y cuando esté consciente que la adquisición de derechos también conlleva el cumplimiento de deberes.
Pero si es imprescindible una reforma migratoria por los motivos expuestos, es también muy importante que los que promueven la reforma migratoria, no lo hagan de la perspectiva de que es una obligación del estado que ha acogido a los inmigrantes.
No hay tal obligación ni compromiso, porque los que ingresaron a este país lo hicieron por propia voluntad y no presionados por quien les ha recibido.


En cualquier nación sin excepción, el extranjero que ingresa sin documentos o viola el permiso de estancia concedido, se arriesga a la deportación. No hay que olvidar que cada uno de nosotros tiene el derecho de recibir en su casa a quien quiera, lo que guarda gran semejanza con el derecho que le asiste a un estado a decidir sobre el futuro de aquellos que le piden ingreso o entran por la puerta trasera.


Por otra parte no es apropiado y puede darle una visión equivocada al inmigrante ilegal que algunos líderes comunitarios, trabajadores sociales, religiosos, comunicadores y políticos planteen una reforma migratoria desde posiciones de fuerza y usando términos que se aproximan al chantaje.


Los que estén comprometidos a buscar solución a una situación tan penosa deben actuar con la mesura y el respeto a la ley que demandan las circunstancias. Hay suficientes motivos humanitarios y razones para pedir una solución sin tener que ser admonitorio sobre el futuro si el caso no es resuelto.


El discurso de los líderes hispanos debe estar orientado a la integración de los futuros ciudadanos a la nación que les acogerá, no a sugerir o dejar espacios para que los beneficiados se aíslen del contexto nacional. Los deberes con el nuevo país deben asumirse con el mismo entusiasmo y compromiso con que se recibieron los derechos. El inmigrante no debe montar tienda aparte, debe integrarse a la nueva sociedad.


En ocasiones, quizás por la frustración de no ver una solución, se escuchan demandas que pueden considerarse sectarias y con tonalidades racistas. Hay que cuidar que una causa justa no exacerbe los ánimos del sector de la ciudadanía que la antagoniza por el extremo celo de unos promotores, o por el simple oportunismo mediático o político de otros.


La conducta de varios de los promotores de la reforma migratoria hace recordar la de algunos cubanos que creen que Estados Unidos tiene un compromiso con ellos y con el futuro de Cuba, porque en la isla hay un gobierno comunista.


Falso. Estados Unidos ha sido muy generoso con los cubanos en los asuntos migratorios. Su legislación ha sido muy favorable, al extremo que pasa por alto si la persona tiene causas políticas que den méritos a una solicitud de refugio. En este aspecto también hace falta una reforma migratoria.


Somos los cubanos, como los nacionales de cualquier otro país, los responsables de resolver nuestros problemas y si no podemos hacerlo no debemos culpar a otros.
Cada individuo es responsable de sí mismo y de un por ciento del futuro del país donde nació, pero si lamentablemente las condiciones económicas o políticas en la tierra de origen le obligan a abandonarla, no debe acusar al país que le alberga de los problemas que enfrenta, simplemente debe tratar de resolverlos demandando oportunidades y respetando las leyes del propietario de la casa, hasta que también pueda llamarse dueño.
Periodista de Radio Martí.

 

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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