El liderazgo mundial está en una encrucijada. Desde el colapso financiero de Estados Unidos en 2008, la economía mundial no logra reactivarse de manera sustentable. Es creciente la ansiedad de los pueblos. 

La crisis de la deuda y de la moneda única en Europa, la lánguida recuperación de EEUU y la desaceleración de China ensombrecen el panorama. Las tres economías suman el 50% del PIB mundial. Buena parte de la responsabilidad recae en que sus líderes se entiendan y tomen nuevas medidas de estímulo fiscal sin abandonar sus ajustes económicos. Las tres economías están interconectadas: China exporta y compra deuda de EEUU, este consume y exporta y Europa se rezaga por su alta deuda y su crisis bancaria. 

Las soluciones son técnicamente fáciles; pero la voluntad política de llevarlas a efecto no. China estima que ha hecho su tarea: después de 2008, no solo aprobó dos megaprogramas de estímulo fiscal e inversión pública, sino que pasó cuatro años con crecimiento cercano al 10%. Estados Unidos tiene más flexibilidad; pero su alto endeudamiento le limita crecer por la vía fiscal y necesitan más productividad y más exportaciones. 

Los países con superávits en sus cuentas nacionales deben estimular más sus economías y los deficitarios apretarse el cinturón; pero con inversiones selectivas. Los bancos centrales deben dejar apreciar o depreciar sus monedas según sus tipos de cambio de equilibrio. La Organización Mundial de Comercio debe alcanzar un acuerdo multilateral. Pero nadie quiere dar su brazo a torcer. El G-20 tiene mucho que aportar; pero sus medidas tienden a ser saludos a la bandera. Se requiere más voluntad política del liderazgo mundial para avanzar en una reactivación sostenible.