La campaña por la Presidencia de Estados Unidos es una competencia feroz en muchos campos, incluso en uno que no es motivo de orgullo: cuál de los candidatos es capaz de mentir más.

Es una creencia popular que los políticos en todo el mundo suelen mentir. En México una mentira le costó a Fausto Alzati la Secretaría de Educación. Lo que no es común es que en una contienda política exista un “mentirómetro” encargado de poner al descubierto las falsedades pronunciadas por los candidatos.

Hay buenas noticias para los electores y malas para los candidatos: la campaña 2008 eliminó la costumbre de no auditar los dichos de los candidatos. Los principales medios de comunicación estadounidenses crearon fact checkers (verificadores de datos), unos equipos dedicados a corroborarlo todo: acusaciones, declaraciones, cifras. Como ocurre en la escena criminal, todo lo dicho por los candidatos puede ser utilizado en su contra.

Barack Obama dijo que hay más negros en prisión que en las universidades, Rudolph Guiliani presumió que logró echar abajo los índices de violencia “más que ninguna otra persona en la historia de Estados Unidos” y John Edwards aseguró que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte costó millones de empleos a los estadounidenses.

Todas son declaraciones efectistas en una campaña como la de Estados Unidos que se alimenta de escándalos y frases estridentes, pero también son mentiras, o en el mejor de los casos declaraciones basadas en hechos inexactos, de acuerdo con los hallazgos de los rastreadores de falsedades.

The Washington Post instituyó, durante la campaña de 2000, un blog destinado a detectar mentiras en la campaña y fundó un premio semanal: Uno, dos, tres y hasta cuatro “Pinochos” de acuerdo con la magnitud de las mentiras pronunciadas por los candidatos. The New York Times también creó de manera reciente una oficina similar y otros diarios y blogs políticos han asignado reporteros a la tarea de observar quién de los demócratas y republicanos falta con más regularidad al octavo mandamiento de la fe católica.

La verificación de información, una difícil y metódica tarea que consiste en comprobar la veracidad de lo que se publica, es una vieja tradición en algunas de las revistas más prestigiadas del mundo. The New Yorker tiene una oficina integrada por 16 fact checkers. En fechas recientes los diarios descubrieron que la confirmación de datos hacía agua en la información diaria, en especial la política, y decidieron crear oficinas similares.

La primera de ellas fue Fact-Chek.org una organización apolítica y no lucrativa que se fundó con la idea de ayudar a los electores a detectar información falsa. PoliticFact.org, otro sitio creado por The St. Petersburg Times, diseñó un tablero en el que aparecen los candidatos acompañados por medidores que indican el grado de las verdades y mentiras que han dicho.

Podría decirse que Hillary Clinton es una de las candidatas más cuidadosas con sus declaraciones de campaña.

Hace poco recibió un indicador de media verdad cuando dijo que gracias al presidente Bush la brecha de ingresos es la más grande desde la gran depresión, pero fue galardonada con la verdad absoluta cuando su equipo recurrió a un ensayo escrito por Barack Obama en el kínder y a versiones de familiares y amigos para echar por tierra la idea de que el candidato demócrata no había pensado en ser presidente.

Ese sitio también ilustra los ataques de campaña, un capítulo en donde una de las clientas más asiduas es la senadora Clinton; una de las últimas acusaciones anónimas hechas por correo electrónico la calificaba como “promotora del comunismo”, lo cual fue etiquetado por el diario como una mentira absoluta.