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09/02/2008 | Los nuevos verdaderos creyentes. Lo que deberíamos aprender de los fanáticos movimientos de masas

Clifford D. May

Adolf Hitler era maligno y quizás un orate. Pero a través de la historia, ha habido muchos orates malignos en muchos rincones de la tierra. Pocos han atraído a millones de apasionados seguidores; menos aún han conquistado Europa y perpetrado un genocidio. ¿Qué hizo a Hitler tan diferente y, por un tiempo, eficaz?

 

Empecemos con esta lista corta: Entendía la propaganda, la dinámica de cómo se hace opinión pública, lo que hace falta para persuadir. Él comprendía la mecánica de los movimientos populares, de cómo encauzar los oscuros deseos de la impaciente muchedumbre. Y no había nada – no importaba lo vil o inhumano que fuese – que él no hiciera con tal de alcanzar sus fines.

Ésta no es una cuestión sólo para historiadores y filósofos de la política. Hoy, una vez más, la gente libre tiene enemigos que saben manipular palabras, imágenes e ideas, están organizando movimientos populares y son sumamente despiadados. Están abiertamente empeñados en la conquista y el genocidio. Nos negamos a ver los paralelismos por nuestra propia cuenta y riesgo.

En un artículo reciente, les contaba que en la Gran Bretaña del año 1933, había mucha gente firmemente anclada en la posición de no librar una guerra – ni siquiera para defenderse del fanatismo de Hitler. Un crítico favorable señalaba que los recuerdos de la Primera Guerra Mundial aún estaban frescos por entonces. Difícilmente había alguien en Gran Bretaña que no se hubiese visto afectado por la carnicería.

Es cierto, pero eso no explica este dato real: Mataron a más del doble de alemanes que de británicos en el conflicto. Entonces, ¿por qué concluyeron tantos en Gran Bretaña que la Guerra No Es La Respuesta (como lo pregonan las pegatinas que vemos actualmente en muchos Volvos) mientras que muchos alemanes – e italianos y austríacos que también sufrieron cuantiosas bajas – estaban verdaderamente impacientes por utilizar la violencia para conseguir lo que querían? 

Si usted está de acuerdo con que la capacidad de Hitler para alimentar agravios y cebar ambiciones desempeñó un papel decisivo, tome esto en consideración: Osama bin Laden, Mahmud Ahmadineyad, Hassan Nasrallah y otros yihadistas militantes están haciendo exactamente lo mismo hoy en día.

Alexander Ritzmann, ex miembro del parlamento del estado de Berlín, ahora alto miembro de la Fundación Europea para la Democracia, señala que hace falta una “narrativa fuerte” para reclutar miembros a favor de una causa radical. Los islamistas hacen hincapié en que el islam “alguna vez fue la religión del ganador”. Los musulmanes empezaron como un grupo pequeño en la Arabia del siglo VI; sin embargo después de sólo algunas generaciones gobernaban un territorio que iba de España a la India. Hacia el año 1.000, el islam estaba a la vanguardia bajo cualquier comparación: En salud, riqueza, instrucción, cultura, poder. ¿Qué salió mal?

Para los islamistas, es un dogma de fe – literalmente – que los musulmanes perdieron terreno por apartarse del camino de la virtud, de la senda marcada por el profeta Mahoma y sus discípulos. Permitieron que Occidente y sus vicios – el materialismo, el individualismo y la lascivia, entre otros – los  sedujeran y corrompiesen.

También como Hitler criticó duramente la “victimización” de los alemanes a manos de los judíos y otros “extranjeros”, los islamistas insisten en que los musulmanes del mundo están bajo el asalto de judíos, cristianos y otros “infieles”. Para “defenderse”, ningún acto – no importa lo vil o inhumano que sea – está prohibido. Hitler lo habría aprobado. El “terrorismo”, dijo él alguna vez, “es la mejor arma política”. Con misteriosa presciencia, también dijo: “Desmoralizar al enemigo desde dentro, por sorpresa, con terror, sabotaje, asesinato. Ésa es la guerra del futuro”.

Hitler pregonaba que los alemanes y los arios eran una raza superior, nacida para mandar sobre otras. El islamismo militante es análogamente supremacista. Pero los islamistas ofrecen un incentivo que ni siquiera Hitler pudo: La vida después de la muerte. Aquellos que luchen y mueran por el islam se convierten en shaheeds – mártires con derecho a un lugar junto a Alá y a 72 vírgenes. (Las mujeres mártires pasan la eternidad con el hombre de sus sueños). Cuarenta lugares más en el paraíso están reservados para los amigos y la familia.

El más grande analista de movimientos populares del siglo XX fue Eric Hoffer, un estibador autodidacta que escribió 10 libros y fue premiado con la Medalla Presidencial de la Libertad. En El Verdadero Creyente, publicado en 1951, escribía que: “Aunque hay algunas diferencias obvias entre el fanático cristiano, el fanático mahometano, el fanático nacionalista, el fanático comunista y el fanático nazi, es cierto, no obstante, que el fanatismo que los anima puede ser visto y tratado como uno solo. Lo mismo es cierto de la fuerza que los impulsa hacia la expansión y dominación mundial”.

También escribió que: “La práctica del terror le sirve al verdadero creyente no sólo para atemorizar y apabullar a sus opositores sino también para robustecer e intensificar su propia fe”. Bin Laden, Ahmadineyad, Nasrallah y otros de su calaña podrán ser malvados y quizás son orates. Pero, como muchos de nosotros hacemos, subestimarlos es un serio error.

Clifford D. May antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.

©2008 Scripps Howard News Service

©2008 Traducido por Miryam Lindberg

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