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20/06/2008 | Argentina - Lecciones desde el Norte

Alejandro Gómez

Para muchos analistas políticos la presidencia de Bill Clinton fue una de las mejores de las últimas décadas de los Estados Unidos. Los años noventa marcaron la consolidación del país del norte como potencia hegemónica tras la caída del Muro de Berlín y la consecuente desintegración de la Unión Soviética. Elegido Presidente a finales de 1992, asumió en enero de 1993, y conseguiría su reelección a fines de 1996, extendiendo su mandato hasta enero de 2001 cuando entregó el poder a George W. Bush. En ese momento, Bill Clinton, con apenas 55 años, y siendo uno de los líderes más influyentes del mundo debió “jubilarse” de la política norteamericana.

 

Más allá de algunos fallidos intentos por introducir una enmienda en la Constitución que le permitiera una segunda reelección, Bill Clinton debió someterse a las reglas de juego. Parecía entonces que la “sucesión familiar” podría venir por el lado de su esposa Hillary, quien primero debió batallar para posicionarse como candidata dentro del Partido Demócrata. Para ello, primero debieron pasar casi 5 años, aunque no fue suficiente, ya que la intención de llegar a ser candidata presidencial fue abortada en las recientes primarias Demócratas en las que la Senadora por el Estado de Nueva York fue derrotada por el Senador del Estado de Illinois Barack Obama, quien de este modo anuló nuevamente el regreso al poder del matrimonio Clinton.

Al comparar estos hechos con lo que sucede en Argentina, me surgen las siguientes preguntas: ¿Por qué los Clinton no hicieron algo más para quedarse en el poder? ¿Significan estos dos hechos que el matrimonio de Bill y Hillary es menos ambicioso que el de Néstor y Cristina? ¿Les gusta menos el poder a los primeros que a los segundos? Estimo que no se tratá de ser más o menos ambiciosos. Es más, me animo a especular que la Senadora Clinton es mucho más ambiciosa que la ex Senadora Fernández, y que por eso aguantó estoicamente junto a su marido cuando estalló el caso Lewinsky; me cuesta imaginar a la señora Fernández en idéntica postura si su marido hubiese estado involucrado en un affaire de similares ribetes. Entonces, si el matrimonio Clinton es, por lo menos, igual de ambicioso que el matrimonio Kirchner, por qué no lograron satisfacer sus deseos de perpetuarse en el poder.

La respuesta la encontramos en la calidad institucional de cada país. El propio Bill Clinton debió someterse a la votación del Congreso cuando estalló el escándalo Lewinsky, en esa oportunidad lo que se juzgaba no era el escándalo sexual, sino el hecho de que el presidente hubiera mentido al Congreso cuando se le preguntó por el mismo. Finalmente, el Congreso decidió que la cuestión no ameritaba suspender al presidente en sus funciones , razón por la cual pudo terminar su mandato.  Por su parte, su esposa debió recorrer un largo camino antes de poder ser candidata a presidenta en las primarias de su partido. En ambos casos la institucionalidad predominó por sobre los nombres propios y los intereses personales. Seguramente hubiera sido mucho mejor para el Partido Demócrata aprovechar el envión de la buena presidencia de Clinton para forzar una reforma constitucional que le permitiera presentarse nuevamente como candidato, o promover un nombramiento a dedo de su esposa como candidata en 2001, pero ninguna de las dos cosas sucedió.

Al analizar el caso mencionado, es inevitable hacer una comparación con lo que sucede en nuestro país. El matrimonio compuesto por Néstor Kirchner y Cristina Fernández, es un claro ejemplo de todo lo que no debería pasar en un país que pretende ser una república soberana. Ambos llegaron a la presidencia pero por mecanismos que en sus orígenes ponen dudas sobre su legitimidad, Kichner fue elegido candidato por el dedo por Eduardo Duhalde, a la sazón presidente sin ninguna legitimidad ni ley que pueda explicar cómo llegó a ocupar el Poder Ejecutivo. Por su parte, Cristina Fernández fue nombrada candidata por la sola voluntad de  su marido. Dadas estas circunstancias, entonces no debería resultar extraño que quienes gobiernan lo hagan siguiendo sus propios intereses personales, y mostrando un profundo desprecio por todo aquello que se relaciona con el sistema republicano, como ser el respeto al disenso y a las instituciones.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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