Me recibió en su despacho de la calle Insurgentes sin cita previa y sin apenas insistir. Aquella 'oficina de transición' en la que preparaban su llegada al poder era por entonces un caserón del siglo XIX lleno de inexperiencia, juventud, osadía e ilusión, sobre todo mucha ilusión.

Con 35 años Mouriño y 44 Calderón, la opinión publica mexicana celebraba la llegada de una clase política joven, fresca y sin los lastres de la corrupción de sus predecesores, que acaban de ganar las elecciones.

Mucho tiempo antes se había convertido ya en el mejor amigo de Calderón y en el único hombre que le hablaba al oído al presidente, acostumbrado a desconfiar de todo. La prensa los retrató como jóvenes eficaces y ágiles desprendidos de las telarañas ideológicas de sus predecesores, del rancio nacionalismo del PRI y del caduco conservadurismo del PAN. En esta renovación, Mouriño aparecía como 'el cerebro' de su llegada al poder.

Me dio la mano y me miró siempre a los ojos. Un ajustado resultado con Andrés Manuel López Obrador había puesto al país ante uno de sus momentos más tensos y cruciales de las últimas décadas. No era el momento para entrevistas. Ni para mí ni para nadie. No obstante, se sentó y charlamos amistosamente durante un buen rato sobre el país, mi vida aquí y muchas de las tareas pendientes.

Tenía México en la cabeza y su voz destilaba un gigantesco sentido de responsabilidad ante lo que tenían delante.

Había nacido en Madrid y se había hecho mexicano en cuanto tuvo 18 años. Sin embargo, cuando fue nombrado ministro de Interior (Secretario de Gobernación) algunos sectores de la izquierda desataron una de las campañas más repugnantes que se recuerdan en contra de las empresas españolas. Incluso el febrero pasado Gerardo Fernández Noroña, portavoz del PRD y muy allegado a López Obrador, se presentó en Galicia, donde dijo haber encontrado pruebas que demostraban que el acta de nacimiento de la madre de Mouriño, Ángeles Terrazo, había sido falsificada para pasar por mexicana, lo que impediría a su hijo formar parte del gabinete de Calderón. Poco después se demostró que había nacido el 3 de mayo de 1950 en el Hospital Español de Ciudad de México.

Cuando nos despedimos volvió a darme la mano mirándome a los ojos. Me costaba creer que un hombre de mi edad llegara a tener tanto poder en México. Me preguntaba qué podría aportar un hombre sin apenas experiencia política que como yo, también había llegado de Galicia hace muchos años.

Volví a verlo más veces, pero aquella mañana al despedirnos, de pie y con las manos entrelazadas sobre su escritorio, habló sobre del futuro de México, los desafíos que afronta y su ilusión por dejar un país mucho mejor. Los griegos definían 'entusiasmo' como la capacidad de llenarse de dioses. Sus palabras, llenas de dioses, parecieron aclararme entonces la gigantesca distancia entre ambos.