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01/03/2009 | China: recursos del Estado autoritario

Eugenio Bregolat Obiols

Siempre fue una necedad pensar que China podría aislarse de la crisis económica mundial, dado que es uno de los principales beneficiarios de la globalización es el segundo exportador mundial, pisándole ya los talones a Alemania; sus dos billones de dólares de reservas permitirían comprar cinco veces la banca comercial norteamericana, cuyo valor de mercado está hoy en torno a los 400.000 millones de dólares. Además, es uno de los principales receptores de inversión extranjera.

 

Inevitablemente, la contracción de la demanda global había de afectar seriamente a China, vía reducción de sus exportaciones y de la inversión exterior. Las exportaciones cayeron (en relación al mismo mes del año anterior) un 2% en noviembre, un 2,8% en diciembre y un 17,5% en enero. Las importaciones cayeron un 21% en diciembre y un 43% en enero. Esta última cifra denota una gran disminución de la importación de componentes, que se reflejará, con un desfase de dos meses, en una muy fuerte caída de la exportación en marzo. Dado que la importación bajó mucho más que la exportación, en enero el superávit comercial de China, 39.100 millones de dólares, fue el segundo mayor de su historia, superado sólo por los 40.100 millones de dólares de noviembre pasado.

Sin embargo, el peso de la exportación en la economía china es menor de lo que a menudo se cree. El PIB se descompone así: consumo, 39%; inversión 48%; exportación neta, 13%. Es cierto que la exportación china pasó del 20% del PIB en 2001, al 36% en 2007. Pero la cifra relevante es la exportación neta (resultante de restar a la exportación total los componentes importados). China, ensamblador y exportador final en muchos casos de cadenas de producción asiáticas, está más expuesta a la exportación que Japón, pero mucho menos que Taiwán o Singapur. El gran motor de la economía China no es la exportación, sino la inversión, y más de la mitad de ésta se hace en infraestructuras y en el sector inmobiliario; sólo el 14% depende de la exportación. Del crecimiento medio anual del 11% registrado entre 2003 y 2007, el 5% se debió a la inversión, el 4% al consumo y sólo el 2% a la exportación.

Reconociendo estas realidades, el primer ministro Wen Jiabao ha dicho que éste será, en lo económico, el año más difícil para China en lo que va de siglo. El Presidente Hu Jintao ha apuntado al riesgo de la inestabilidad social. Con todo, Wen Jiabao dijo en Davos que su gobierno pondrá todos los medios para que China consiga crecer este año un 8%. La última proyección del FMI es del 6,7%. Algunos analistas la rebajan al 6%. Aceptando el pronóstico más pesimista para China y el más caritativo para Estados Unidos y la UE (menos 2%), resultaría que el diferencial de crecimiento estaría en torno al 8%, es decir, muy parecido al de los últimos años.

China considera que un crecimiento del PIB inferior al 7% conlleva el riesgo de problemas sociales. China tiene que crear anualmente entre 20 y 25 millones de empleos para acomodar la demanda de quienes entran en el mercado laboral, los inmigrantes del campo a la ciudad (del orden de 10 a 12 millones anuales) y los parados generados por la crisis (el último año y medio 20 millones de emigrantes rurales se han quedado en paro). Años atrás la reforma de la empresa pública implicaba el cese de millones de trabajadores al año, pero este capítulo está prácticamente cerrado.

Grandes son, pues, lo problemas. Pero no lo son menos los recursos del estado autoritario y del sistema de economía mixta chino. El tipo de interés se ha reducido cinco veces desde septiembre (ahora está en el 5,3% para préstamos a empresas y particulares) y, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o en Europa, los bancos están prestando más. En relación al mismo mes del año anterior el crédito bancario aumentó en un 18% en noviembre y un 20% en diciembre. Dado que los cinco grandes bancos públicos conceden más de dos tercios del total del crédito, basta con una orden del gobierno. Sarkozy amenazó con nacionalizar los bancos franceses si no prestaban más; en China ya (o aún) lo están. ¿Que así se puede cargar la banca pública china (saneada la última década con un costo de 500.000 millones de dólares) de nuevo de malos créditos? Sin duda, pero ¿qué se puede objetar cuando en EE. UU. y varios países europeos la banca se mantiene a flote gracias a masivas inyecciones de dinero público sin que se hayan restablecido los flujos de crédito?

En cuanto al enorme paquete de estímulo fiscal, 585.000 millones de dólares, un 14% del PIB, a gastar en dos años, existen dudas sobre la cifra real. Más que añadir 7 puntos anuales al PIB, se supone que añadirá sólo 3 o 4. El 45% del paquete se dedicará a infraestructuras, el 25% a paliar los daños ocasionados por el terremoto de Sichuan, el 9% a la zona rural, el 9% a la conservación de la naturaleza, el 7% a la vivienda, el 1% a I + D y el 4% a educación y cultura. El paquete chino fue el primero en ser adoptado, en noviembre, ya que no tuvo que superar objeciones parlamentarias o de grupos ecologistas. Una posición financiera muy desahogada (superávit presupuestario del 2%, deuda pública de sólo el 16% del PIB) permitirá al gobierno incrementar el paquete de estímulo fiscal, de resultar necesario.

Otra palanca esencial para el gobierno chino es el sector público de la economía, que produce un tercio del PIB, cuyo núcleo forman un centenar largo de empresas, las mayores del país, y algunas entre las mayores del mundo. Es obvio que recibirán órdenes de reducir despidos y aumentar sus inversiones, beneficiándose de créditos masivos. Aunque ello pueda ir, a corto plazo, contra la generalización de los mecanismos de mercado y pueda generar números rojos, ayudará a capear la crisis.

China es muy consciente de que debe modificar su modelo de desarrollo, dando más peso al consumo. Se ha adoptado una amplia panoplia de medidas los últimos meses: ayudas por una sola vez a 75 millones de personas de baja renta, asignaciones de subsistencia a los grupos más vulnerables, aumento de las pensiones a los jubilados procedentes de la empresa pública, reducción a la mitad los impuestos a la venta de vehículos de baja cilindrada, reducción de la entrada para la compra de un piso del 30% o el 40% al 20%, supresión del impuesto a la venta de pisos comprados al menos dos años antes de la venta. El 1 de febrero entró en vigor un proyecto para aumentar la venta en las zonas rurales (donde vive aún más del 60% de la población) de televisores, lavadoras, neveras y teléfonos móviles a precios controlados, fuertemente rebajados. Se ha aprobado una partida de 150.000 millones de dólares para extender la asistencia sanitaria a toda la población en un periodo de tres años (esencial para aumentar el consumo, ya que una razón básica para el ahorro de las familias es hacer frente a gastos médicos). En enero del 2008 entró en vigor una nueva legislación laboral que implica aumentos de salarios y otras prestaciones. En parte como resultado de todas estas medidas del pasado año el gasto de consumo aumentó un 18%.

Un amortiguador importante de la crisis es que, al no existir propiedad privada de la tierra, ni, por tanto, derecho a venderla, los emigrantes a las ciudades que están perdiendo su trabajo pueden regresar y cultivar su tierra o la de sus familias. Se reducirá drásticamente el flujo de emigrantes a las ciudades mientras dure la crisis. La institución de la familia extensa, que pervive aún en China, evitará que muchos caigan en la miseria. Por otra parte, el gobierno y el Partido han tenido muy presente, desde que empezó la reforma económica, la capacidad de resistencia de la sociedad, lo que se traduce en apoyos económicos a los necesitados en momentos difíciles.

Entre 1995 y 2005 la reestructuración de la empresa pública supuso el despido de 50 millones de trabajadores. El gobierno, contando con subvenciones y reeducación laboral, manejó la situación sin problemas sociales mayores. Es decir, tiene amplia experiencia en la gestión de grandes cifras de parados. No hay, por otra parte, movimiento obrero organizado al margen de los sindicatos oficiales.

Con todo, los máximos dirigentes chinos han admitido que este año será muy difícil y hay riesgo de inestabilidad social. Afirmaciones que podrían suscribir todos los líderes del mundo, ya que nadie escapa a la crisis actual. Cualquier país tiene unas líneas rojas, cifras de crecimiento o de paro, más allá de las cuales los problemas económicos devienen sociales y luego políticos. Las poderosas palancas a disposición del estado autoritario harán la crisis probablemente más llevadera para China que para otros muchos.



El Mundo (España)

 


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