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16/11/2008 | ¿Y si China se duerme?

Eugenio Bregolat Obiols

Tal como se esperaba, China acaba de anunciar un gran paquete de unos 400.000 M de euros, el 15% del PIB, para estimular su economía los próximos dos años. Los invertirá en infraestructuras y en gastos sociales. Ha sido acogido como un rayo de luz en estos tiempos de tribulación, un gesto que ayudará a paliar la recesión global, de modo que China llegó a la reunión del G-20 con los deberes hechos.

 

Contribuirá, ante todo, a reanimar la economía china, que está dando signos de fatiga mayores de lo esperado. Si bien acaba de anunciarse un superávit record de la balanza comercial para septiembre, 27.700 millones de euros, un aumento del 20% sobre el mismo mes de 2007, se teme que la exportación esté cayendo ya con fuerza, no sólo como efecto del desfallecimiento de la demanda en todo el mundo, sino también por la revalorización del yuan en relación al dólar y por el aumento de costes laborales derivado de la legislación que entró en vigor en enero pasado.

De hecho, en el estuario del Río de las Perlas, la principal plataforma fabril del país, se vienen cerrando miles de fábricas desde principios de año. Además, la bolsa se derrumbó meses antes de que lo hicieran las del mundo desarrollado. Las cosas van peor de lo esperado. Si hace quince días se anticipaba un crecimiento del 9% para el próximo año, el FMI rebaja ahora la cifra al 8,5% y algunos analistas la ponen en el 6 ó 5%. China necesita crear de 20 a 25 millones de empleos anuales. Las autoridades estiman que un crecimiento del 7% es necesario para no entrar en terreno socialmente resbaladizo.

Este paquete pondrá más dinero en manos de los particulares, pero éstos son renuentes a gastarlo. Los chinos ahorran en torno al 40% de lo que ganan, la mayor tasa de ahorro del mundo. Es decir, su tasa de consumo es una de las más bajas. Según Wang Jianmao, de CEIBS Shanghai, el consumo supone un 39% del PIB, la inversión un 48% y la exportación neta un 13%. Stephen Roach, de Morgan Stanley, estima que los Estados Unidos consumen seis veces más que China e India juntas, por lo que China no puede, a estos niveles de consumo, reemplazar a EE. UU. como motor de la economía global. Aunque sí puede atenuar la recesión.

Así habría que hablar no sólo de "trabajar como chinos", sino también de "ahorrar como chinos". ¿Por qué es esto así? Las empresas públicas que monopolizaban la industria y los servicios en los tiempos de Mao, así como la administración pública, facilitaban a sus empleados la vivienda, la educación de sus hijos, la sanidad y la jubilación. Hoy las empresas públicas generan sólo en torno a un tercio del PIB y ya no proporcionan la vivienda, la educación ni la sanidad, que provee el mercado. Sólo la mitad de la población urbana tiene seguro médico básico; cifra aún más baja en el mundo rural. Al gasto médico dedican las familias una media del 12%. Las pensiones y el seguro de paro cubren a menos del 20% de la población. La educación absorbe el 8% del presupuesto medio de las familias. Es para hacer frente a estas necesidades que ahorran tanto los chinos.

Está claro que si se vieran descargados de esta preocupación por el futuro estarían en disposición de gastar más y ahorrar menos. Hace años que el Gobierno chino acepta que debe modificar su modelo de desarrollo, incrementando el consumo para reducir su dependencia de la inversión y de la exportación. La crisis actual, al reducir ésta última a gran velocidad, subraya la necesidad del cambio de paradigma. El vigente Plan Quinquenal, adoptado en 2005, prevé un aumento anual del 20% del gasto dedicado a fondos de pensiones, paro y sanidad. Se está ampliando el sistema de seguridad social con aportaciones públicas, de los interesados y de las empresas. La ley de contrato de trabajo, que entró en vigor el 1 de enero de este año, impone a las empresas la obligación de contribuir a la seguridad social de sus empleados.

En cuanto a las aportaciones públicas, es obvio que implican un gran desembolso si hay que ir a un sistema de seguridad social universal. Sin embargo, el porcentaje del PIB controlado por las administraciones chinas es muy bajo. Cayó de un 30% del PIB en 1978 a un 11% en 1995. La razón es que la principal fuente de los ingresos públicos eran los impuestos pagados por las empresas estatales y cuando éste sector se contrajo muy rápidamente, al ser reestructurado y en parte privatizado, los ingresos cayeron. La tendencia se invirtió en 1997, a medida que la disciplina fiscal se iba generalizando en los sectores no públicos de la economía. Los ingresos públicos suponían el 14% del PIB en 2000, el 19% en 2003 y en torno al 25% en la actualidad. La media en los países en vías de desarrollo es del 32%.

En junio de 2000 visitó China el entonces presidente del gobierno, José María Aznar. Cuando el primer ministro chino, Zhu Rongji, le dijo que los ingresos del Estado y las diversas administraciones públicas sólo suponían el 14% del PIB, Aznar, lógicamente sorprendido, preguntó: " ¿Cómo puede ser que usted, siendo primer ministro de un Gobierno socialista me diga que los ingresos públicos sólo ascienden al 14% del PIB, cuando yo, que lo soy de un Gobierno capitalista, me las veo y me las deseo para que la cifra esté por debajo del 40%"? La ausencia de un Estado de bienestar financiado por el estado explica en buena medida la paradoja. En la China maoísta sólo los empleados de las empresas públicas y los funcionarios disponían de seguridad social y, además, se les facilitaba la vivienda y la educación de sus hijos. El resultado era que las empresas públicas, lastradas por estos gastos, además de su ineficacia congénita, eran sistemáticamente deficitarias. Y la banca, que cubría el déficit de las empresas públicas, soportaba montañas de créditos irrecuperables. El saneamiento de los cuatro grandes bancos comerciales de propiedad estatal, que hoy se encuentran entre los mayores del mundo, se estima ascendió a unos 400.000 millones de euros.

A diferencia de Europa, ni EE. UU. ni China tienen Estado del bienestar. El Estado maoísta disponía de un sistema igualitario muy primitivo, que incluía servicios básicos, pero era demasiado pobre para permitirse un Estado de bienestar similar al de los países europeos. Las cosas han cambiado. Las grandes diferencias de renta, peligrosas políticamente, han conducido a los actuales dirigentes a adoptar la estrategia de la "sociedad armoniosa". Un sistema universal de seguridad social, hacia el que China camina, será una de las formas de propiciarla. Se evitaría con ello el riesgo de un cataclismo social y político, al tiempo que se estimularía de forma substancial el consumo privado. Pero esto no se logra en un día, así que sus efectos sólo se verán progresivamente.

Si la crisis financiera asiática de fines de los noventa enseñó a China que debía hacer un gran acopio de divisas, la crisis actual le está diciendo que debe adoptar cuanto antes un nuevo paradigma que prime el consumo interno para reducir la dependencia de la exportación.

La Vanguardia (España)

 


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