Kerlikowske no es ni de lejos un halcón en lo que toca a la política de drogas. De hecho, en Seattle aplicó una estrategia de tolerancia a la posesión para el consumo de mariguana, a pesar de que se opuso a que se concretara en una directiva municipal. Ha declarado su posición sobre el tema y considera importante trabajar sobre el tejido social y la prevención como formas de enfrentar las adicciones, por encima del uso de la fuerza. No es un abolicionista de la prohibición, pero va a abordar el asunto de las drogas de una manera radicalmente distinta a la seguida por Bush el puritano.

En EEUU existen grupos de agentes del orden y la justicia que se manifiestan por eliminar la prohibición. El Law Enforcement Against Prohibition (LEAP), por ejemplo, agrupa a policías pero también a fiscales y jueces que razonan sobre la conveniencia de abordar la cuestión de las drogas desde la prevención, la tolerancia, y la salud, en lugar de la criminalización de los usuarios y de generar un mercado negro con incentivos enormes para retar al Estado. El LEAP ha recibido con beneplácito el nombramiento del nuevo zar antidrogas. Uno de sus integrantes más prominentes, Norm Stamper, inmediato predecesor de Kerlikowske como jefe de la policía de Seattle, celebró la nominación, alabó su actitud frente a la mariguana y subrayó su visión de ser favorable a la prevención por encima de la represión.

Todo parece indicar, así, que las cosas van a cambiar en lo que toca a la estrategia hacia las drogas del gobierno de Obama. El propio Ethan Nadelmann, cabeza de la Drug Policy Alliance, el más fuerte grupo de impulso a la legalización en EEUU, se ha mostrado optimista. A pesar de lamentar que de nuevo haya sido nombrado un agente del orden y no un profesional de la salud para el diseño de la estrategia hacia las drogas, celebra la actitud de Kerlikowske en Seattle, donde la mariguana para usos médicos es legal, existen programas de intercambios de jeringuillas y se han aplicado políticas para prevenir las sobredosis.

También en este asunto Obama parece estar comprometido con el cambio. Lejos queda el fundamentalismo de Reagan, cuando se diseñaron las líneas maestras de la política seguida hasta hoy. Es obvio que, a diferencia de los panistas mexicanos, ni el presidente de EEUU ni el nuevo director de la oficina de política de drogas creen que el problema sea la mariguana ni se escandalizan con las iniciativas liberalizadoras. A ellos no les parece una mariguanada la declaración de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia.

La política de drogas de Calderón, entonces, puede estar en problemas. Obama, antes del nombramiento, con un veterano de la época de Clinton encargado del despacho, bajó en la jerarquía a la oficina, que con Bush era parte del gabinete. Además retiró la prohibición de apoyo a los programas de intercambio de jeringuillas. Nada demasiado revolucionario, además de que la posición que llevó Edgard Jurith, todavía en funciones, a la reunión de revisión de la sesión especial de la Asamblea General de la ONU sobre drogas que se celebra en Viena es bastante ortodoxa, aunque con alguna apertura a las políticas de reducción del daño.

México ha ido a Viena con su posición basada en la represión y el combate a la oferta, representada por el procurador Medina Mora. No le queda más remedio después de que ha desatado la guerra. Sin duda, el Estado debe enfrentar a sus enemigos. El problema es cuando no es capaz de considerar que su estrategia pueda estar fallando, pues en lugar de enfrentarse con las armas a un negocio que genera suficientes incentivos para su reproducción, podrían estar debilitándolo modificando la demanda con prevención y reducción de daño, y quitándole el negocio de la mariguana.

Es probable que pronto veamos en EEUU legislaciones de tolerancia respecto a la mariguana y un giro en el enfoque respecto a las drogas más duras. A ver si no el gobierno de Calderón se queda chiflando en la loma con su guerra fallida.

Politólogo