El retrato grupal que presenta el estudio tiene un aire general de tristeza. No se trata de un país totalmente desesperanzado, pero sí se ve una sociedad más pesimista que hace algunos años, muy enojada con los políticos y convencida de que emigrar es una buena opción: seis de cada 10 mexicanos creen que quienes se han ido al otro lado ahora viven mejor, tres consideran con seriedad la posibilidad de emigrar y dos están dispuestos a hacerlo por medios legales o ilegales.

La corrupción de los líderes políticos es percibida por siete de cada 10 mexicanos como un gran problema y 75% considera que la economía del país está en serias dificultades. Sin embargo, ese pesimismo se combina con una sorpresiva satisfacción relativa de la inmensa mayoría, casi nueve de cada 10, con la propia vida, y más de la mitad considera su situación económica como buena. Tal vez se trate indicadores que muestran el grado de resignación con el que la sociedad mexicana enfrenta la existencia cotidiana, lo que permite poner el listón de satisfacción bastante abajo.

Pero hay un dato relevante de la encuesta que muestra la eficacia de la estrategia de comunicación de la Presidencia de la República: la inmensa mayoría considera al narcotráfico y a las drogas ilegales como grandes problemas nacionales, incluso por encima de la corrupción política o los problemas económicos. El gobierno ha tenido éxito en la construcción del enemigo, a pesar de que no haya sido ese un elemento decisivo a la hora de orientar el voto en las pasadas elecciones.

El 83% de la población apoya la guerra contra el narcotráfico, incluido el empleo del Ejército en ella, y lo más sorprendente es que 66% advierte progresos en el tema. El foco principal de la política de Calderón goza, por tanto, de amplio apoyo popular.

El país que muestra la encuesta no cree en la capacidad de los políticos para resolver los problemas y los percibe claramente como depredadores sedientos de rentas públicas, pero el papel del Presidente de la República parece un tanto a salvo de esta percepción. En la foto se ven muchos rostros desanimados, otros tantos molestos, casi francamente enfadados, pero no se percibe un clima de rebeldía, de potencial transformador. El ánimo de desazón que se nota en las respuestas no se ha convertido en una actitud de ruptura con el orden o de plena derrota. Buena parte de los habitantes considera aceptables sus condiciones de vida, por lo que la legitimidad del arreglo más general parece no mostrar signos francamente amenazadores.

Lo que parece dominar es una pesadumbre que se espera pasajera. Muchos, siete de cada 10, creen que la situación va a mejorar en un año o algo más. Esa esperanza es la que convierte en resignación los malestares del presente.

Los resultados pueden tener varias lecturas. Una interpretación es la complacencia: como la sociedad justifica las acciones del gobierno y cree que han tenido éxito, entonces quiere decir que el éxito es real; como la sociedad cree que las cosas van a mejorar, entonces las cosas sí van a ir mejor. Siempre se puede sustituir la evaluación seria de las acciones por la opinión que sobre ellas tiene la población. Se trata de un error frecuente en los políticos: confundir la percepción con la realidad.

Pero incluso la mirada más obnubilada tiene que advertir que el malestar puede tornarse en cualquier momento en franco resentimiento, y de ahí a las turbulencias sociales hay un paso realmente pequeño.

¿Qué ocurrirá con esa mayoría que cree que la situación va a mejorar dentro de un año si las cosas se mantienen igual o si empeoran? ¿Seguirán resignados y mantendrán su percepción de satisfacción relativa? O ¿qué puede significar hoy mismo que 46% considere mala su situación económica? ¿Qué implica en nuestra relación con Estados Unidos que dos de cada 10 mexicanos, 20 millones, quieran irse por las buenas o por las malas? ¿Qué significa ese dato para la estabilidad del país si no se cumplen las expectativas de los que quieren emigrar?

No es bueno el ambiente general que refleja el estudio: lo que se ve es una sociedad triste que espera mejorar, pero que desconfía de la honradez y de las buenas intenciones de quienes deberían conducir al país rumbo a esa mejora. Sería bueno que los políticos le echaran una mirada a las señales vitandas que de la encuesta se desprenden.

Politólogo