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17/10/2009 | México - Calderón y los sindicatos

Jorge Javier Romero

El discurso de Calderón fue claro. Para el gobierno, la principal razón que lo llevó a cerrar la compañía de Luz y Fuerza del Centro es que el Sindicato Mexicano de Electricistas tenía privilegios.

 

Es verdad que había excesos del control sindical sobre la empresa y que la corrupción de los trabajadores de la luz es proverbial. Todo el mundo sabía desde los años 60 que con frecuencia los trabajadores sindicalizados recurrían a cuijes —sustantivo que se le escapa al diccionario usual del español de México, del Colmex, y que en el origen se refería a los pobres cargadores del puerto de Veracruz que alquilaban su trabajo a los sindicalizados estibadores— para que hicieran su trabajo; les daban una parte del sueldo mientras ellos disfrutaban de las prestaciones. Todos conocemos, además historias de ineficiencia, pero pocos fueron los que no le dieron una propina “al carrito de la luz” para que no les cortara el servicio. Nadie puede decir que los trabajadores del SME fueran un gremio virtuoso, pero de ahí a centrar en ellos la saña gubernamental hay un abismo.

La decisión de cerrar la compañía de luz se tomó de cara al escenario; ante la crisis no queda más que comenzar a tomar medidas desesperadas y es muy probable que el desprestigio de la compañía haya aparecido en las encuestas de la Presidencia y se haya evaluado así el respaldo social a la medida, que a simple vista de redes sociales parece mayoritario entre las capas medias, pero es imprevisible a ojo entre los del otro lado de la barrera, allá donde está creciendo el resentimiento. El sindicato era el chivo expiatorio perfecto; la víctima propiciatoria para la simulación de una voluntad transformadora en todo caso tardía.

El manotazo de Calderón tiene todas las características del autoritarismo que el PAN le reclamó al PRI desde los tiempos de Cárdenas: a los desafectos les aplico la capacidad arbitraria de la Presidencia, mientras dejo hacer a los igualmente corruptos y antidemocráticos que me son leales. La negociación de la desobediencia como criterio para mantener privilegios. Docilidad a cambio de permisividad gubernamental. Ese fue durante décadas el criterio de la gobernación priísta y es ese el mismo con el que se ha sentido muy a gusto Calderón desde que llegó a la Presidencia.

El manotazo presidencial no es más que una repetición de las maneras de hacer las cosas de la política mexicana. O si es el inicio de un intento de ruptura del régimen corporativo, mal la lleva si cree que lo va a poder hacer sin un acuerdo que lleve a una auténtica reforma laboral que no recorte los derechos de negociación colectiva de los trabajadores sino que los democratice.

Los sindicatos nunca han sido del gusto de la derecha, pero Calderón bien que ha pactado, desde el origen de su presidencia con uno de los sindicatos más corruptos y menos democráticos de los heredados del arreglo corporativo del PRI. A la hora de hablar de privilegios, al PAN siempre le ha gustado hablar más de los trabajadores que de los empresarios, de eso da cuenta la historia.

El PAN siempre fue enemigo de la CTM y del sindicalismo, precisamente en los tiempos en que su irrupción en política había significado la inclusión de los intereses obreros en la negociación de las reglas del juego, durante los tiempos de Lázaro Cárdenas, en contra de cuyas políticas se aglutinaron los seguidores de Gómez Morín, el fundador. Pero una vez en el poder, bien que ha logrado acomodarse a las condiciones del control corporativo sobre los trabajadores y a la administración de las prestaciones por burocracias sindicales que intercambian prebendas por aquiescencia política.

La liquidación de la “compañía de luz”, como siempre se le conoció, ha sido una salida al paso a la crisis, con golpe de efecto incluido para recuperar algo de la credibilidad perdida precisamente entre los sectores de capas medias que tradicionalmente nutren el electorado panista. Los culpables no han sido ni los malos gestores, agentes del gobierno, ni los políticos que mantuvieron la connivencia con las burocracias sindicales, sino los trabajadores. Ellos son los que se deben ir a la calle de golpe y porrazo, sin ninguna negociación a partir de un programa de retiros y despidos pactados, sin posibilidad alguna de acordar los términos de la liquidación. Un golpe autoritario de la vieja escuela, como las tan denostadas por los panistas de tiempos de Echeverría o López Portillo. Un golpe a los díscolos, no una señal de auténtica reforma.

Si Calderón tuviera interés real en reformar a los sindicatos hubiera empezado por impulsar con fuerza una reforma laboral que dejara a salvo la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores y garantizara la decisión democrática sobre la gestión de los contratos. Así tal vez se hubiera propiciado el nacimiento de nuevos cuerpos de representación laboral capaces de jugar un papel relevante en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores que no dependiera exclusivamente del reparto de rentas estatales, sino que estuviera vinculada a la capacitación técnica, a la especialización y al aumento de la productividad como criterios para aumentar salarios y prestaciones. Más democracia y más mercado, pero sin menoscabo de la acción colectiva como mecanismo para la negociación de las relaciones laborales y del precio del trabajo. En cambio, lo que aparece en el horizonte del actual gobierno es la contratación individual y el despido gratuito, para flexibilizar al mercado a favor, desde luego, de los empresarios.

Calderón pegó un golpe y optó por dárselo a los trabajadores, en lugar de comenzar a desmontar desde arriba el sistema de privatización de lo público del que el SME era apenas un beneficiario secundario. Los arreglos particularistas están por doquier y todos cuestan mucho dinero y restan eficiencia. Sin embargo, de cara al escenario se buscó al más débil. Como no se puede hacer una reforma fiscal que haga que paguen impuestos los empresarios privilegiados, entonces nos vamos contra la fuente de ingreso de familias privilegiadas sólo porque tienen mejor jubilación o mejor sistema de guarderías que los demás. Porque con excepción de los dirigentes sindicales y sus allegados, los trabajadores de la luz no son lo que se puede decir ricos. La corrupción debió haberse perseguido judicialmente, como debe hacerse con la maestra milagrosa o los dirigentes de Pemex.

No voy a derramar ni una lágrima por la compañía de luz y su ineficiencia, pero el SME, corrompido y burocratizado precisamente por la relación perversa construida por el régimen político, fue uno de los principales impulsores de la visibilidad de los trabajadores y de la lucha por sus derechos. No todo fue privilegios mal habidos. Mientras que a los que recontrate la CFE, si es que así es, se van a encontrar con el auténticamente democrático y honrado SUTERM, el de Rodríguez Alcaine, dechado de virtudes. Un paso adelante.

El Universal (Mexico)

 


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