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28/03/2009 | México, EE.UU. - El narco en la agenda bilateral

Peter Hakim

México atrajo la atención de la administración Obama, aunque no de la manera en que a muchas personas les habría gustado. En las próximas semanas, el presidente Obama y tres miembros de su gabinete —Hillary Clinton, Eric Holder y Janet Napolitano— visitarán el Distrito Federal. Todos ellos tienen como objetivo primordial decidir qué hacer respecto del implacable aumento de la violencia y la delincuencia en nuestro vecino del sur y al tráfico masivo de drogas y armas que la promueven.

 

El enfoque es correcto. Además del devastador impacto que tiene en México, esta ola de delitos es en varios sentidos una amenaza para Estados Unidos. Pero cuando los líderes estadounidenses se sienten a dialogar con sus homólogos mexicanos, deben tener claro que se necesitarán más que medidas antidrogas y anticrimen para restablecer la ley y el orden en México.

Para empezar, es necesario que entiendan que la delincuencia extendida y el caos generalizado es primordialmente un problema de México, aunque ambos tengan su origen en la compra de droga y el contrabando de armas por parte de Estados Unidos, y que este es un asunto que no puede resolverse sin la ayuda de EU.

En primera, México terminará pagando un precio mucho más alto que Estados Unidos si no logra poner un alto a la violencia. Sí, habrá costos para Estados Unidos: pérdidas económicas, amenazas a la seguridad pública, un mayor flujo de drogas, más presiones migratorias y la carga a largo plazo de tener a un país inestable y sin ley como vecino. No obstante, para México el precio es todavía mucho más alto, ya que su futuro éxito como nación podría estar en riesgo.

Otra razón por la que es principalmente un problema de México es que ese país tendrá que hacer casi todo el trabajo para arreglarlo. Son los funcionarios, policías, Ejército y jueces fiscales mexicanos —y muchos otros— quienes sufrirán lo peor de la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de drogas. Y México tendrá que proporcionar la mayor parte del dinero para ello. Estados Unidos puede y debe contribuir con lo que está en sus manos: ampliando la Iniciativa Mérida, los programas antidrogas y anticrimen de cooperación entre ambos países, deteniendo el contrabando de armas, haciendo más para contener el lavado de dinero y reduciendo la demanda de droga de este lado de la frontera.

Segundo. Debería estar claro que este es un problema que México comparte con otras naciones. México es sólo uno de los muchos países de Latinoamérica que están invadidos por el crimen y la violencia relacionada con el narcotráfico y no es, en lo absoluto, el más afectado. Las instituciones en México son más fuertes y competentes y menos vulnerables que muchos de los países de Centroamérica y el Caribe. México cuenta con mayores recursos, tanto humanos como financieros, para luchar contra la delincuencia.

La posibilidad de que el Estado fracase o sea secuestrado por el crimen organizado es mucho mayor en esos países que en México, y lo mismo sucede con la posibilidad de que sigan registrándose durante años confrontaciones violentas entre los gobiernos y los transgresores.

Sería un error que Estados Unidos concentrara toda su atención en México. A menos que se desarrolle un enfoque genuinamente regional, el éxito en México extenderá las rutas del narcotráfico, junto con el crimen y la violencia, hacia Centroamérica y el Caribe. De hecho, entre más éxito tenga México en esta lucha, mayor será el riesgo para países cercanos como Guatemala, El Salvador, Jamaica y República Dominicana, que ya están siendo invadidos por el crimen organizado.

Irónicamente, fue el llamado “efecto globo” el que dio a la comercialización de la droga su punto de apoyo en México, cuando el presidente George H. W. Bush logró disminuir el narcotráfico en el Caribe.

Tercero. No importa qué tan urgente sea para Estados Unidos y México enfrentar el problema de las drogas y el crimen organizado, no se puede reducir la agenda de ambos países a ese tema. Hacer caso omiso de los retos económicos comunes, descuidar la acción conjunta en materia ambiental, ignorar la profunda discordancia en torno a las políticas migratorias y comerciales hará que la cooperación México-EU en materia de seguridad sea más difícil y menos efectiva.

También provocará que Estados Unidos tenga menos oportunidad de ayudar a reforzar, en varios frentes, la autoridad y capacidad del gobierno mexicano, lo cual es de suma importancia en la lucha contra la delincuencia.

La relación México-EU es extraordinariamente rica y compleja. No debería reducirse a un solo tema, no importa lo urgente o esencial que éste sea.

Actualmente, lo que es más importante para México es el ritmo de la recuperación económica estadounidense y de qué manera ayudamos a México en su propia recesión. Es imprescindible que Estados Unidos evite imponer medidas proteccionistas que pongan barreras a las importaciones de México a Estados Unidos (como el bloqueo de camiones mexicanos), que limiten la inversión estadounidense en México, detengan la migración legal o interfieran con el flujo de las remesas. Estados Unidos tiene que hacer lo que esté a su alcance para ayudar a México a obtener financiamiento esencial, a través del Fondo Monetario Internacional y bancos multilaterales de desarrollo o mediante acuerdos crediticios especiales (como los 300 mil millones de dólares que el año pasado otorgó Estados Unidos a México, junto con Brasil, Corea y Singapur).

Finalmente, la amenaza que representa el crimen organizado en México no debe exagerarse. El sistema democrático de México no está en peligro por la actividad criminal y tampoco están en riesgo las instituciones públicas del país. México no está en peligro de convertirse en un “Estado fallido”.

Las interpretaciones alarmistas de los acontecimientos en ese país —que han sido fomentadas por el ejército y agencias de inteligencia estadounidenses— son cada vez más comunes y bien podrían provocar que se establezcan políticas públicas equivocadas y hacer que sea más difícil para Estados Unidos y México cooperar en materia de seguridad o en cualquier otro asunto. México está atravesando por un periodo extremadamente difícil, pero los problemas y las soluciones alternativas requieren una evaluación cuidadosa e inteligente y no alarmismo.

**Presidente de Inter-American Dialogue

El Universal (Mexico)

 


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