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15/03/2010 | La politica en Latinoamérica de la Administración Obama en 2010 y siguientes

Peter Hakim

"El primer año de la administración de Obama ha demostrado hasta qué punto es difícil es mejorar la calidad de las relaciones US-America latina y desarrollar lazos regionales más productivos. Discutiblemente, ningún acontecimiento desde la elección de John F. Kennedy en 1960 fue acogido con mas satisfacción en América Latina o creado mayores expectativas para mejorar los lazos de la región con Estados Unidos que la victoria electoral de Barack Obama en noviembre de 2008.

 

Con todo un año después de llegar al poder, la política de los EE.UU. sigue generalmente sin cambios y es difícil identificar hoy un solo país latinoamericano que tenga una relación mejor con Washington que la que hubo durante el mandato del presidente Bush. La visita de la Secretaria de Estado Hillary Clinton a América latina durante esta última semana fue difundida ampliamente como una misión para reparar las dañadas relaciones de Estados Unidos con la región"

El debut del presidente Obama en el dividido mundo de la política hemisférica fue en la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago de abril de 2009, donde se encontró con otros 34 jefes de Estado elegidos en el Hemisferio Occidental. Era un buen comienzo. El nuevo presidente tomó completa ventaja en los dos días de reunión para demostrar sus habilidades políticas y personales, así como un intento claro para cambiar las relaciones de EE.UU. y América latina.

No ofreció una gran visión ni una nueva estrategia para la política de los EE.UU. en el hemisferio. En cambio, prometió un cambio en estilo. Fundamentalmente una vuelta al multilateralismo y aumento en la cooperación, y un alineamiento mas estrecho de las agendas políticas de Estados Unidos y Latinoamérica. El nuevo presidente salió de Puerto España con mas prestigio y la credibilidad de EE.UU aumentada. Las expectativas para la nueva administración eran altas en la región.

Tras la cumbre, sin embargo, el nuevo presidente se topo con los numerosos frentes que frustran el cambio en las relaciones U.S; con America Latina.

En primer lugar, la apretada agenda de la Administración Obama dejo un espacio muy pequeño para América latina. El Presidente Obama dedicó la mayor parte de su intervención el Estado de la Union del 27 de enero a los problemas nacionales. Solamente un 15 por ciento de su discurso se refirió a asuntos exteriores. Latinoamérica, - quitando Haití- mereció solamente un breve comentario sobre los Tratados de Libre Comercio. La región no puede competir en la limitada capacidad de atención política de Washington con las guerras en Irak y Afganistán, las ambiciones nucleares de Irán y otros riesgos de seguridad, con la expansión global de China o con asuntos internacionales críticos como el incierto panorama financiero y el cambio climático.

En tales circunstancias, no es para sorprender que la política de Estados Unidos hacia la región haya sido, en general, de respuesta ante acontecimientos inesperados como el trágico terremoto de Haití, la crisis política en Honduras o las criticas al acuerdo de Seguridad EE.UU-Colombia. A parte de Cuba, la administración ha propuesto pocas iniciativas nuevas en la región, y todavía no ha ofrecido una estrategia para abordar los viejos problemas en la relación inter-americana.

En segundo lugar, el partidismo intenso y amargo de Washington ha agravado el problema de un orden del día sobrecargado. Las batallas partidistas retrasaron importantes compromisos durante meses - incluido el nombramiento del Secretario adjunto para el Hemisferio Occidental Arturo Valenzuela y el del embajador de los EE.UU. en Brasil Tom Shannon. Con ello se bloquearon los esfuerzos de la administración para diseñar una respuesta coherente a la crisis del Honduras y otros desafíos en los asuntos hemisféricos.

Ni los Demócratas ni los Republicanos han estado rápidos ante el desafío políticamente volátil de la reforma de la inmigración, que sigue siendo el problema mas prioritario para México y la mayoría de los países de Centroamérica y del Caribe. La Casa Blanca no ha intentado presionar a los Demócratas en el Congreso para avanzar en importantes cuestiones comerciales, posponiendo de este modo la consideración del Congreso sobre los acuerdos de libre comercio con Colombia y Panamá y- en la violación del NAFTA- dejando a los camiones mexicanos fuera de las autopistas de US. Fuera de esto, la administración tuvo éxito en la limitación del alcance "de la cláusula proteccionista Buy America" exigida por muchos Demócratas en la legislación de estímulos a la economía.

Finalmente, una Latinoamérica cada vez más enérgica y también políticamente dividida ha complicado la actividad política EE.UU. Solamente algunos países son abiertamente hostiles a Washington, pero en la región, los gobiernos están demostrando una independencia cada vez mayor de los EE.UU., están construyendo diferentes relaciones internacionales y se incrementan la resistencia a un acercamiento hacia EE.UU. Éstas son tendencias naturales en una región con países de ingreso medio que se esta expandiendo económicamente, más confiada en su capacidad de resolver sus propios problemas y desarrollando una presencia global significativa- aunque no debe ser vista como causa de alarma. En el contrario, ello debería alumbrar dentro de un tiempo socios hemisféricos más productivos. Pero hoy existen motivos de fricción en las relaciones De estados Unidos con America latina que el año pasado se han visto afectadas por los desacuerdos sobre Honduras, los intentos para restaurar la presencia de Cuba en la OEA, la oposición latinoamericana a los pactos de Defensa de EE.UU con Colombia y las relaciones de Irán con Brasil y otros países.

En la Asamblea General de la OEA a primeros de junio, los EE.UU. firmó a regañadientes -y bajo considerable presión de varios gobiernos latinoamericanos - una resolución unánimemente aprobada que fijó una hoja de ruta para la vuelta de Cuba a la organización hemisférica, incluyendo el requisito de aceptar los principios esenciales de la OEA. La resolución, perfilada en gran parte por los negociadores de EE.UU. era un paso constructivo para Estados Unidos y para hemisferio-y además era completamente coherente con la política de EE.UU. Sin embargo, diplomáticos americanos presionaron indebidamente para ocuparse del problema en la OEA, porque temían que podía interferir con su prudente, aproximaciones bilateral en la difícil tarea de re-enganchar Cuba.

Cuando la respuesta inicial de la OEA, apoyada por cada representante de los estados miembros (EE.UU. incluido) no sirvió para revertir el golpe de Honduras y que volviera al poder el presidente Manuel Zelaya, el consenso comenzó a fracturarse y la opinión en EE.UU. y en otros lugares del hemisferio, rápidamente se polariza sobre qué hacer entonces. La administración de Obama comenzó a sufrir un intenso, e indeseado, lobby por todos los lados. Cuando decidió reconocer la elección de Porfirio Lobo, el ganador claro de la votación de noviembre, Washington se encontró en desacuerdo con la mayoría de los gobiernos del hemisferio.

Aunque siga habiendo una cierta amargura, la crisis de Honduras puede finalmente estar cerca de una solución, pues los países aceptan cada vez más la legitimidad del gobierno de Lobo. No obstante, los acontecimientos en Honduras demostraron cómo es de difícil para la administración de Obama (o cualquier administración de EE.UU.) lograr acercamientos multilaterales frente a las políticas polarizadas de Washington y una Latino America políticamente tensa y dividida. También es verdad que los EE.UU. podrían haber hecho un trabajo mejor en el manejo político de la crisis de Honduras. Washington aparecía a menudo ambivalente y contradictorio en su toma de decisión. A veces, nadie parecía sostener las riendas sobre una base cotidiana. El multilateralismo requerirá una gestión política más diestra en casa y una diplomacia mas atenta en el exterior.

En el medio del asunto de Honduras, casi todos los gobierno de America del Sur condenaron el nuevo acuerdo Colombia/Estados Unidos de autorizar seguir usando las bases militares en Colombia para ayudar al combate del narcotráfico y las guerrillas. La desconfianza profunda de Latinoamérica hacia EE.UU. quedo plenamente demostrada con la exigencia de los demás gobiernos del continente que pidieron revisar cada detalle del acuerdo y pidieron garantías formales de que las actividades militares de EE.UU. serían restringidas a Colombia. Los vecinos suramericanos de Colombia han exagerado claramente el peligro. Después de todo, las tropas estadounidenses habían permanecido en Colombia desde hace diez años sin que nadie les hubiera acusado de violar la soberanía de otro país. Pero es verdad también que EE.UU. y Colombia manejaron mal el incidente. Con mayor transparencia y una consulta más amplia desde el principio, la protesta habría podido ser acallada, si no evitada. Ciertamente, los funcionarios de Washington deberían de haber sido sensibles a la inquietud latinoamericana ante la presencia de la tropa de los EE.UU. en la región. Y muchos opinan que el acuerdo no era realmente necesario.

La administración de Obama vio inicialmente a Brasil como socio prometedor en asuntos regionales e internacionales, pero los dos gobiernos han terminado discrepando sobre una serie de importantes materias. Aunque han estado cooperando con eficacia en Haití (antes y después del terremoto), las dos naciones han estado decepcionadas y frustradas con otra serie de problemas. EE.UU. se resentía por las duras críticas de Brasil al acuerdo con Colombia y su presión para sanciones más duras por parte de Estados Unidos a Honduras, aunque sus diferencias han disminuido recientemente en ambas situaciones.

Lo que más preocupa a Washington es la estrecha relación de Brasil con Irán y su defensa continuada del gobierno iraní. El Presidente Lula acogió con acogió calurosamente en Brasil al presidente iraní Ahmadinejad el año pasado y planea devolver la visita en mayo. Autoridades de Brasil, que ocupa actualmente una plaza en el Consejo de Seguridad de la ONU, han rechazado constantemente las llamadas cada vez más fuertes de los EE.UU. para aprobar sanciones contra Irán por sus actividades de desarrollo nuclear que los inspectores de la ONU han considerado que violan los acuerdos internacionales y están dirigidas a la fabricación ilegal de armas nucleares. Los desacuerdos entre Brasil y Estados Unidos sobre el programa nuclear de Irán, reforzado por la tolerancia acrítica de Brasil ante la autoritaria represión contra los disidentes en Irán y sus amenazas contra Israel, son ahora una fuente central de tensión en la relación bilateral y obstaculizarán probablemente la cooperación en otros problemas.

A pesar de apretones de manos y sonrisas en Trinidad, el presidente Chávez se ha dedicado con entusiasmo a su agenda anti Estados Unidos en América. Sigue siendo una fuerza peligrosa y perturbadora en los asuntos interamericanos y un opositor implacable y malévolo de los EE.UU. A veces, Chávez despacha a Obama como bienintencionado, pero demasiado débil para contener las políticas imperialistas de agencias depredadoras como el Pentágono y la CIA. Pero cada vez más a menudo ataca a Obama como el principal culpable, apenas distinto del presidente Bush.

La administración de Obama, en fin, tiene una dura agenda de cara a América latina. 2010 no será probablemente más fácil que 2009.

La crisis de la Honduras es un problema que probablemente estaara fuera de la agenda. Washington ha suprimido casi todas las sanciones contra el país. Brasil está evaluando de nuevo su posición y puede pronto reconocer a presidente Lobo. La vuelta de Honduras a la OEA podriía ocurrir pronto. Aunque las cosas podrían todavía ir mal, la mejor conjetura es que Honduras dejará de ser un problema central en relaciones interamericanas en los meses que vienen.

No obstante, el episodio de Honduras ha puesto de manifiesto que el hemisferio necesita un mejor acercamiento a la hora de responder a los golpes y a otras infracciones de las reglas democráticas. La Carta Democrática interamericana de la OEA, aprobada por cada gobierno elegido en las Américas en 2001, fue diseñada para consolidar la resolución y la capacidad de los gobiernos del hemisferio de defender colectivamente democracia. Es un documento impresionante, pero de hecho no ha sido un instrumento eficaz para enfrentar violaciones de la práctica democrática y del Estado de Derecho. Éste es un desafío que será por algún tiempo extremadamente difícil de dirigir en América Latina dada las divisiones políticas e ideológicas de la región.

La recuperación de Haití de su terremoto masivo y la reconstrucción subsiguiente de sus instituciones e infraestructura, serán seguramente una preocupación central de los EE.UU. y de muchos otros países en el hemisferio y de otros países durante mucho tiempo. (Chile podrá en gran parte manejar su propia recuperación de un terremoto aún más masivo.) La comunidad internacional había estado trabajando eficazmente en Haití antes del terremoto y hay fundadas razones para pensar que continuara la cooperación multilateral en el período que viene.

De hecho, hay un amplio consenso sobre lo que hay que hacer en Haití y a quien corresponde la dirección externa (principalmente de la O.N.U, como ha sido el caso durante los últimos años, pero con los EE.UU. que desempeñaron un papel de gran tamaño por lo menos durante el período actual de la emergencia). Aunque puedan surgir acontecimientos inesperados en Haiti como sucedió en el pasado, no hay razón para creer que el alivio y los esfuerzos de la reconstrucción generen conflicto político en EE.UU. o en el resto del hemisferio. Haití presentará seguramente una serie de desafíos formidables, pero no es probable que se produzcan batallas ideológicas como pasó alguna vez.

Conseguir que las relaciones entre EE.UU. y Brasil caminen por una senda mas productiva puede ahora ser la tarea más crítica a la que se enfrenta la administración de Obama en 2010. El último año ha sido profundamente decepcionante y, a veces, de frustración para los EE.UU. y los gobiernos brasileños. En muchos casos Washington depende de la cooperación y de la voluntad del Brasil para avanzar su orden del día en América latina. Brasil es un polo regional del poder en el hemisferio occidental y ocupa particularmente un papel fundamental en Suramérica en donde ha desplazado a los EE.UU. como la presencia dominante en muchos problemas.

En esas materias en las que Washington y Brasilia pueden alcanzar acuerdos, muchos otros países del hemisferio estarían dispuestos a seguir el juego. EE.UU. debe también tratar con un Brasil cada vez más influyente y omnipresente una serie de importantes problemas internacionales - comercio multilateral, cambio climático, no proliferación nuclear, gestión financiera global, por ejemplo. Y ambos países deben aprovechar mejor las oportunidades múltiples que una relación económica más robusta ofrecería. Brasil es hoy solamente el 11 o el 12 socio comercial más grande de los EE.UU. y, aún más, el crecimiento del comercio bilateral ha sido estos últimos años sustancialmente menor que la expansión comercial de EE.UU. con otros grandes mercados emergentes como México, Rusia, Indiay China. Mientras que Brasil tiene una considerable inversión directa de EE.UU. (FDI), rápidamente está perdiendo con China y la India. La nueva inversión de los EE.UU. se está dirigiendo más a los países asiáticos que a Brasil.

El desafío de la administración de Obama este año es no sólo encontrar el terreno común con Brasil-y desarrollar una cooperación más fuerte en foros regionales e internacionales. Es también encontrar maneras más constructivas de manejar los los desacuerdos políticos EE.UU/Brasil, y de este modo evitar que se repitan las tensiones. Los dos países necesitan particularmente resolver la cuestión del programa nuclear de Irán y encontrar maneras de moderar sus diferencias. Es vital para los EE.UU. y Brasil que este problema se resuelva. Si Irán continúa en su curso actual, el problema se agravará. Habrá un nuevo gobierno brasileño en enero del próximo año, pero la política de los EE.UU. no se debe basar en cambios previstos en las relaciones del Brasil con Irán o en cómo el país afronta otros asuntos políticos exteriores. Por encima de todo, la calidad de las relaciones de los EE.UU. con Brasil dependerá de la buena voluntad de ambos países para revisar comercialmente (y diplomáticamente) la legislación y regulación perjudicial en áreas tales como comercio, energía, y agricultura.

El manejo de la relación de los EE.UU. con México es otro desafío central para la administración de Obama. Aunque los dos países hayan desarrollado la cooperación cada vez más eficaz en un conjunto (aunque también sea importante) de problemas rutinarios, no están haciendo muchos progresos a la hora de hacer frente a problemas más importantes -inmigración, comercio e inversiones y tráfico de drogas. Ésta es una fuente de inquietud y de una cierta tensión. Las relaciones económicas necesitan claramente una cierta revisión. El año pasado México sufrió la crisis económica más fuerte de todos los países de América Latina, debido sobre todo a su dependencia pesada de los mercados de los EE.UU., al turismo y las remesas, pero también debido a sus frustrados intentos de reforma política.

Los Estados Unidos han proporcionado cierta ayuda modesta para a los esfuerzos mexicanos para afrontar la ola implacable del crimen y de la violencia, pero no podido hacer mucho para reducir el consumo de la droga en EE.UU. o el tráfico de armas a México, lo que ayudaría mas. Y la incapacidad de los EE.UU. para reformar su sistema de inmigración es una fuente de continua fricción bilateral. Durante algún tiempo las relaciones EE.UU/México continuarán sin reformas importantes en materia de droga o políticas de inmigración. La política nacional seguramente bloqueará un cambio político de la Administración Obama ante estos problemas, por lo menos durante 2010.

Washington debe también asignar prioridad para asegurar a Colombia que continuará la ayuda de los EE.UU. en su lucha contra las guerrillas y los traficantes de drogas, su enfrentamiento ante las amenazas de guerra de su vecina Venezuela, y ante las duras críticas de Suramérica por sus acuerdos militares con los EE.UU. El gobierno de Colombia esta también decepcionado por el fracaso de la Administración de Obama para llevar hacer algo que asegure la aprobación del Congreso del acuerdo de libre comercio firmado por Washington hace cuatro años. Los Colombianos acogieron con satisfacción la referencia favorable de Obama al acuerdo en su discurso del Estado de la Unión del 27 de enero, pero siguen estando impacientes sobre alguna indicación de cómo la Administración planea avanzar en su ratificación. Más recientemente, el Gobierno colombiano estaba desconcertado por la reducción (no obstante modesta y predecible) de la ayuda militar que figura en los Presupuestos de la Administración para el próximo año.

Colombia no está tan preocupada porque Venezuela comience una guerra como porque Chávez intensifique la ayuda a los cuadros de FARC, que gozan ya del asilo seguro en Venezuela y prolonga el conflicto interno de Colombia. Pero el desafío de la Administración Obama en Colombia es algo más complejo que la simple ayuda contra los ataques de criminales armados, de las guerrillas o soportar las tácticas opresoras de Venezuela. Debe también trabajar para persuadir al gobierno de Colombia de hacer más para contener abusos de los derechos humanos, un mejor control su inteligencia y servicios de seguridad y mantener desarmadas las fuerzas paramilitares.

Washington debe también asegurar otros países suramericanos que el acceso de EE.UU. a las bases militares colombianas no es ninguna amenaza para cualesquiera de ellos. Con un nuevo gobierno colombiano en agosto puede ser un momento oportuno de presionar en esta cuestión.

Venezuela sigue siendo un problema molesto en las relaciones de EE.UU. y muchos países latinoamericanos. El país está sufriendo serias dificultades internas - deterioro de la economía, tensiones políticas e incremento del crimen y la violencia-lo cual amenaza la capacidad de Hugo Chávez de gobernar. Pero puede también hacerlo más peligroso y podría llevarlo hacia una mayor represión interna y una mayor beligerancia internacional para mantenerse en el poder. La respuesta a Venezuela y sus aliados ALBA requerirá un ejercicio de equilibrio delicado. La confrontación con Chávez es generalmente contraproducente, a menudo mas lo envalentona que lo contiene. Washington tiene que cuidar que su mandera de tratar a Venezuela no perjudique sus relaciones con otras naciones y cree la condolencias hacia el gobierno de Chávez. Y el país sigue siendo (aunque disminuyendo) una fuente importante de petróleo. No obstante, será duro que los EE.UU. ignoren las violaciones de Chávez de las reglas democráticas, su interferencia en asuntos de otros países y sus relaciones de profundización con Irán.

El acercamiento bilateral de la administración de Obama a Cuba ha comenzado a producir algún modesto pero importante cambio - la flexibilización de las prohibiciones de la era de Bush sobre remesas y viajes de familiares de cubano-americanos, la autorización de nuevas inversiones de EE.UU. en telecomunicaciones en Cuba, el diálogo renovado en la migración y las negociaciones para establecer un servicio postal regular. Esta estrategia gradual parece haberse atascado ahora. El gobierno cubano ha rechazado responder a las iniciativas de los EE.UU. con cualquier concesión propia, aumentando los costes políticos de las nuevas medidas de Washington. La detención en La Habana de un contratista del Gobierno de los EE.UU., acusado del trabajar con los disidentes, ha complicado aún más la diplomacia de los EE.UU. así como la muerte de un disidente encarcelado que había estado en huelga de hambre. Por otra parte, un lobby anticastrista activo ha logrado hacer descarrilar cualquier acción del Congreso sobre la política de Cuba, y la precaución burocrática dentro del gobierno de Obama continúa impidiendo el cambio. Cuba seguirá siendo un problema. El reajuste de la política EE.UU./Cuba tardará más tiempo de lo esperado.

Hace un año muchos vieron la crisis financiera global como el desafío más duro para América Latina, y potencialmente el más perjudicial para las relaciones de EE.UU. con la región. Su impacto, sin embargo, ha resultado ser relativamente suave, mucho menos destructivo de lo que se temía. El daño económico y social se ha controlado en la mayoría de los países y el crecimiento está volviendo a la región. Y a pesar de que la crisis esencialmente "fue hecha en los EE.UU.," las recriminaciones contra Washington se han limitado. El crédito va a los gobiernos de América latina principalmente para continuar la mejora de su gestión económica en estos últimos años.

Con todo, lo que América latina, una región principalmente de países con ingresos medios, mas lo que necesita de Estados Unidos en el próximo periodo es acceder a los $15 mil millones de la economía de EE.UU, casi cuatro veces el tamaño total de las economías de la región. Necesita capital de los EE.UU. para la inversión, mercados de los EE.UU. para que sus exportaciones y la tecnología de los EE.UU. para alcanzar un crecimiento continuo del cinco por ciento al año.

Hasta ahora, sin embargo, la administración de Obama no ha dicho mucho sobre cómo se ocupará de las dimensiones económicas de sus relaciones con América Latina. No ha ofrecido ninguna idea para lograr la aprobación de los Tratados Comerciales con Colombia y Panamá-o sobre cómo propone abrir las carreteras de los EE.UU. a los camiones mexicanos tal como el NAFTA requiere. Todavía no ha sugerido cómo se pueden recuperar las preferencias comerciales vitales en Bolivia, o si deben ser ampliadas también a Paraguay. Sigue paralizada el mantenimiento de la OMC, en un caso suscitado por Brasil, para que los subsidios del algodón de los EE.UU. sigan ilegal- y sobre la perspectiva inminente de represalia de Brasil autorizada por la OMC. La Administración no ha revelado lo que piensa sobre subsidios, tarifas y cuotas de los EE.UU. en una gama de productos agrícolas, incluyendo el etanol, que ha soportado la puesta en práctica de un acuerdo de los combustibles biológicos de los EE.UU. con Brasil. Sigue estando confuso si los EE.UU. apoyarán la reposición de los recursos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) cuya importancia ha aumentado especialmente para los países más pequeños y más pobres de la región como resultado de flujos de capital privado que ha disminuído.

Más que responder a cada uno de estos problemas, la Administración podría también intentar desarrollar un marco más amplio para las relaciones económicas entre EE.UU. y América Latina. No hay lugar para intentar reanimar la zona de libre comercio de las Américas (FTAA), que dominó el pensamiento en los arreglos económicos hemisféricos durante doce años. Perdió su credibilidad en 2003, cuando ni los EE.UU. ni el Brasil mostraron un gran compromiso para encontrar el terreno común o tan siquiera continuar las negociaciones. Pero la Administración Obama debe explorar, con Brasil y otros países latinoamericanos la clave, los enfoques alternativos para una cooperación económica constructiva a más largo plazo. Un esfuerzo robusto para desarrollar una nueva estrategia económica regional podría proveer de la política de los EE.UU. en las Américas de la dirección y la energía que carece actualmente.

Traducción por Infolatam

Infolatam (España)

 



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