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20/07/2009 | La fe cristiana, alma de la cultura occidental (Segunda parte)

Norberto Rivera Carrera

Doceava carta: Jürgen Habermas, un filósofo de la Escuela de Frankfurt, que no profesa la fe cristiana, afirma: “Para la auto-conciencia normativa del tiempo moderno, el cristianismo no ha sido solamente un catalizador. El universalismo igualitario, del que brotaron las ideas de libertad y de convivencia solidaria, es una herencia directa de la justicia judía y de la ética cristiana del amor. Esta herencia, sustancialmente inalterada, ha sido siempre hecha propia de modo crítico y nuevamente interpretada. Hasta hoy no existe una alternativa a ella” (citado por Benedicto XVI, Discurso a los políticos y al Cuerpo Diplomático, Viena, 7 de septiembre de 2007).

 

Jesucristo no quiso crear una cultura nueva, sino salvar a los hombres; pero también predicó una doctrina que, poco a poco, fue penetrando en las culturas. Incluso, con el tiempo, en muchos ambientes, el cristianismo se ha convertido en una tradición cultural y se ha vaciado de su contenido más profundo que no es otra cosa sino el seguimiento de Cristo, hacerse discípulo del Señor correspondiendo con el amor al amor que Dios nos tiene. “La naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo” (Benedicto XVI, Carta encíclica Deus Caritas est, 28). El cristianismo no es sólo una doctrina ni una tradición cultural, sino, sobre todo, un encuentro vital, personal, profundo y transformante con Cristo, en la Iglesia y a través de la Iglesia.

Por tanto, si bien el cristianismo, en su esencia, no es una tradición cultural autónoma, sin embargo el cristianismo creó una nueva cultura de la que surgió la civilización occidental. El alma de la cultura occidental son los principios cristianos que le ha transmitido la Iglesia y que ella ha conservado vivos. Sin embargo, a partir del siglo XIX vemos un intento más fuerte del pensamiento occidental por librarse de estas bases cristianas y construir una nueva cultura que sirva también como sucedáneo de la religión. Se llegó así a una rotura con las bases cristianas que, aunque muchas veces se hacía manejando conceptos cristianos, a través de generalizaciones sin bases históricas, cortó el diálogo con lo religioso. Así, por ejemplo, lo hizo Karl Marx (1818 - 1883) calificando a la religión como el opio del pueblo, usando una fórmula que George W. F. Hegel (1170 - 1831) había aplicado al budismo en la India, o Auguste Comte (1798 - 1857) que, sin un conocimiento de la historia, construye una ley de la evolución de la humanidad que, para muchos, constituye un verdadero dogma y que, arrancando de los oscuros tiempos del mito religioso, pasa por el periodo fantástico de explicación filosófica y llega, finalmente, a una era lúcida de ocupación puramente científica con hechos (“siècle positif”). Se llegó así a los postulados de Jakob Burckhardt (1818 - 1897): la cultura debe sustituir a la religión y la moral debe separarse de la fe cristiana. Todos ellos, aun criticando la religión, reconocían explícita o implícitamente el fortísimo influjo del cristianismo en la cultura occidental. Los frutos de esta rotura fueron las grandes utopías del comunismo o el nazismo, que construyeron sociedades aparentemente perfectas, pero olvidadas del respeto a la dignidad humana.

El cristianismo rescató y restauró la tradición cultural y social greco-latina enriqueciéndola con el sentido cristiano de la dignidad humana para crear un nuevo humanismo, que se convirtió en la base de la cultura occidental y que la distingue de las demás culturas. También, las ciencias naturales de la Edad Moderna, que han marcado otra de las grandes diferencias de la cultura occidental, no comenzaron históricamente con la antigüedad en forma de alternativa al mito y de respuesta a las cuestiones acerca del sentido de la vida. Ese fue un paso decisivo, del mito al logos, de la explicación legendaria a la búsqueda del porqué de las cosas, pero la ciencia moderna no nacerá sino como consecuencia de los planteamientos escolásticos en su interrogación por el universo y de las disputas de las escuelas en torno al 1300.

Excelsior (Mexico)

 


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