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24/09/2009 | Tres modelos para armar(se)

Eduardo Ulibarri

Brasil, Colombia y Venezuela son el pelotón de punta en la carrera armamentista latinoamericana. Sus adquisiciones y pedidos de artefactos bélicos tienen en común las cifras multimillonarias y el temor que ello infunde en el entorno.

 

Pero cada uno sigue modelos muy distintos en su estrategia de crecimiento militar. Ninguno es esencialmente bueno. Todos suponen riesgos. Sin embargo, hay que explorarlos con sentido de realidad para entender su ``lógica'' y ponderar sus verdaderos efectos.

La apuesta brasileña es de largo plazo. No responde a la percepción de un desafío actual y preciso, ni la dispara el desafío directo de algún vecino, aunque el armamentismo venezolano genera preocupación.

Su horizonte es de futuro, y se vincula con un creciente protagonismo --y reconocimiento-- de Brasil como potencia media de proyección global; el único país latinoamericano que aspira a ese papel.

Los multimillonarios contratos suscritos con Francia no sólo responden al deseo de equiparse con tecnología bélica de punta (submarino nuclear incluido). Esto es sólo una parte. La otra consiste en impulsar un verdadero complejo industrial-militar de amplio aliento, algo que se remonta hacia décadas atrás y se une con las pretensiones de sus regímenes militares. De aquí que esos acuerdos incluyan transferencia tecnológica y manufacturas binacionales, y la participación, junto a sus gobiernos, de grandes grupos empresariales brasileños y franceses.

Para Brasil, la inversión militar es consustancial con sus objetivos políticos y económicos. Forma parte de un ``proyecto país'' que también incluye la inminente explotación de sus fantásticos yacimientos submarinos de hidrocarburos.

En las alianzas público-privadas que contemplan ambos planes (el petrolero y el militar) los conglomerados locales de diseño, ingeniería, energía, aeronáutica, siderurgia y construcción cumplirán tareas esenciales y garantizarán su crecimiento bajo tutela oficial. La lógica económica resulta discutible, pero el diseño geopolítico es claro.

Para Colombia, en cambio, el incremento del potencial bélico tiene un carácter más circunstancial. No forma parte de una visión nacional profunda. Es la respuesta inevitable ante un agudo problema local con repercusiones hemisféricas: el narcoterrorismo y sus irradiaciones; una decisión esencialmente reactiva.

El papel de Estados Unidos como proveedor de financiamiento, armas, entrenamiento y logística, y como usuario de siete bases colombianas, está claramente enmarcado por ese objetivo.

Suponer que forma parte de un esquema expansionista o de una visión bélica de largo aliento es una simple fantasía ideológica. Desconoce la especificidad del ``Plan Colombia'' y los límites impuestos por el Congreso en Washington, siempre receloso del uso que pueda darse a sus aviones, helicópteros e informes de inteligencia.

El armamentismo venezolano es otra cosa. Su objetivo es dar músculo a la opción político-ideológica del presidente Hugo Chávez, un proyecto autoritario hacia adentro, intervencionista hacia afuera y enmarcado en delirios hegemónicos.

Su dimensión interna se orienta a alimentar grupos armados paralelos, afines al régimen (milicias de factura represiva controladas por Chávez), mientras corteja a las fuerzas armadas, más institucionales, con sofisticados juguetes bélicos.

La externa, además de fortalecer su turbia alianza estratégica con Rusia, como aguijón en el ``traspatio'' estadounidense, pretende convertir a Venezuela en un foco de irradiación militar en el entorno regional.

Este crecimiento bélico es el cuarto pilar de una estrategia en la que el ALBA es el sostén político, PETROCARIBE el económico y el Congreso Bolivariano de los Pueblos el informal y ``social''.

De los tres modelos armamentistas, el venezolano es, por mucho, el más inquietante. Forma parte de un proyecto claramente antidemocrático, sin controles internos ni contenciones externas. A ello se añaden los nexos de Chávez con Irán, Siria y Libia.

Esto no implica aplaudir las otras dos opciones de crecimiento bélico. Cada una tiene justificaciones: más urgentes las de Colombia; menos convincentes, aunque más sofisticadas, las de Brasil. Pero ambas, también, son inevitables detonantes de inquietud en el entorno regional.

Países como Argentina, Chile, Ecuador y Perú tienen derecho a ponderar los tres modelos con creciente alarma. Por esto, la carrera armamentista latinoamericana ya luce incontenible.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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