•  La violencia del crimen organizado llegó a cumbres desconocidas.

•  La gripe AH1N1 estalló en abril, causó decenas de muertes, generó parálisis y acrecentó la contracción del turismo.

•  La recesión de Estados Unidos, destino del 80% de sus exportaciones, puso en seria reversa la actividad económica y redujo el ingreso por remesas.

•  La caída en los precios y producción del petróleo aceleraron aún más la contracción.

Como consecuencia inevitable, los ingresos fiscales se redujeron en 20%, las inversiones se han frenado y el desempleo y la pobreza han aumentado.

Durante el segundo trimestre, la producción, medida por el producto interno bruto (PIB), cayó 9.4% en relación con el trimestre anterior.

Ahora, la dirección parece estar cambiando. El Banco Central mexicano reveló hace pocos días que en el tercer trimestre el PIB creció un 3%. El desempeño de Estados Unidos fue aún mejor (3.5% de crecimiento), lo cual ha incrementado las esperanzas de recuperación.

Pareciera que lo peor ya pasó. Sin embargo, todo hace pensar que la mejoría será lenta y débil: primero, porque ese es el ritmo que se espera en su principal mercado, pero, sobre todo, porque México sólo será capaz de crecer de forma acelerada y sostenible si introduce reformas de gran calado hasta ahora postergadas.

Para lograrlo, la economía debe tornarse más ágil y competitiva. Pero esto pasa por cambios educativos, laborales, fiscales, regulatorios e institucionales de extrema complejidad. Sin ellos, será muy difícil que México logre potenciar las ventajas del libre comercio con Estados Unidos y Canadá, o multiplicar su intercambio internacional, tanto en diversidad de países como de productos.

Se trata de una carrera de grandes obstáculos. Muchos son legislativos. Pero los más complejos tienen que ver con la estructura de clientelismo, colusión y corrupción alimentada durante seis décadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que dificulta el avance hacia una plena modernidad económica, social y estatal.

El presidente Felipe Calderón comprende el desafío. Algo ha tratado de hacer. Y también muestra logros: un ataque frontal contra los carteles de la droga; modestas reformas fiscal, educativa y en pensiones, y un cambio mayor a la legislación sobre energía. Gracias a esta enmienda, la estatal petrolera PEMEX, un monopolio proverbial por su ineficiencia y dependencia de la oligarquía sindical, ha comenzado a dar morosas señales de cambio. Pero el camino es largo.

En la primera parte del sexenio presidencial, con su Partido Acción Nacional (PAN) como principal fuerza en el Congreso, Calderón apenas generó modestas reformas. ¿Qué esperar, entonces, tras las elecciones de medio período, que dieron la virtual mayoría al PRI, redujeron drásticamente la fuerza del PAN y, con su humillante tercer lugar, radicalizaron aún más a algunos sectores del Partido de la Revolución Democrática (PRD)?

A pesar de su debilidad legislativa, Calderón parece determinado a acelerar la velocidad y profundidad de las reformas.

Durante su informe de labores al Congreso, a principios de septiembre, clamó por ``cambios fundamentales'' que rompan las ``inercias'' del país; entre ellos, en legislación laboral (sumamente rígida), regulación de telecomunicaciones (muy poco competitivas) y una ``segunda'' modificación energética, que implicaría mayores cambios en PEMEX.

el 10 de octubre se produjo un impactante hecho: la liquidación de la compañía distribuidora de electricidad Luz y Fuerza del Centro (LFC), y la transferencia de sus bienes y operaciones a la Comisión Federal de Electricidad.

Según cálculos oficiales, la ineficiencia de LFC generaba pérdidas equivalentes al 1.3% del PIB. Aunque el caso aún no se ha cerrado, el gobierno ha dicho que ``no hay marcha atrás''.

La pregunta clave, ahora, es si habrá ``marcha adelante'' en otros campos. Porque sólo una respuesta positiva permitirá que México libere todo su vigor productivo y creativo, impulse su dinamismo económico y, sobre todo, pueda mejorar las condiciones de vida de su gente.