La manipulación de los procedimientos electivos, sea con el uso de padrones electorales artesanales o con el sofisticado sistema biométrico, es un elemento más de distorsión de la voluntad popular.

Los gobiernos de las Américas, reunidos en Quebec, aprobaron el 11 de septiembre del 2001 un instrumento jurídico que pretende garantizar el ejercicio de la democracia mediante una acción colectiva que excluya para siempre la irrupción de dictaduras.

Sin embargo, el golpe de Estado en Honduras ha puesto a prueba la solidez institucional del pacto de Quebec, porque si no se revierte esa tendencia, se abrirá paso a que en otros países se tome como precedente funesto esa acción y se caiga en la tentación de imitarla.

Un componente recurrente en el deterioro de la democracia es, sin duda, el irrefrenable deseo de los mandatarios de perpetuarse en el poder mediante acomodos propicios a su sucesiva reelección. En esa tendencia se inscriben presidentes conservadores, liberales, neo liberales, socialistas o criptocomunistas. Los une un común denominador: la tentación totalitaria.

Esa actitud retrotrae la caricatura del Tirano Banderas, de Yo el Supremo, de La Fiesta del Chivo, del Otoño del Patriarca o del Señor Presidente, obras maestras de la literatura latinoamericana que retratan a los tiranuelos que asolaron la mayor parte de la historia republicana de nuestros países.

Quizá por ello, el lema-motor de la Revolución Mexicana, “sufragio libre, no reelección”, llevaba consigo la sabia decisión de poner atajo a las pretensiones individualistas de los presidentes que se suceden en el cargo a sí mismos.

Es por ello que el principio de la alternancia en la función gubernamental debería plasmarse en una ley de hierro, infranqueable.

Quienes sostengan ese principio deberían gestionar una enmienda al artículo 3 de la Carta Democrática Interamericana, cuyo texto

reformado debería leerse: “la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; la separación de poderes y la obligada alternancia en la jefatura del Estado”.

Esta última exigencia, la alternancia, es primordial para evitar la distorsión del sistema democrático que fue y es actualmente la causa de múltiples conflictos en la región, particularmente en Honduras.

La aparente causa para el putch fue la intención de Mel Zelaya de tratar de modificar la Constitución para orquestar su reelección.

Un rápido recuento por la región nos señala que en Colombia, Álvaro Uribe procura un tercer mandato; en Venezuela, Ecuador y Bolivia, sus mandatarios hacen lo propio; en la Argentina, una dinastía horizontal posibilitó la permanencia de Néstor Kirchner en la Casa Rosada; en Perú y en Chile los apellidos García y Frei se repiten.

En suma, buena parte de los males de la inestabilidad política en América Latina es producto de la irresistible obsesión por el poder que impulsa a sus líderes a abusar el uso de los mecanismos democráticos. La alternancia podría evitar esos excesos.