Dos mujeres se volaron el lunes en el metro de Moscú y asesinaron a decenas de inocentes.
Dos mujeres se volaron el lunes en el metro de Moscú y asesinaron a decenas de inocentes. El hecho de que no fueran barbudos caucásicos da color a la narración de la tragedia. Mujeres similares ya habían actuado en la capital rusa o en Israel. En este caso integrarían un presunto batallón checheno de viudas negras, bien porque perdieron en combate al marido u otros familiares, bien porque fueron ultrajadas por el enemigo. Su sed de venganza las convertiría en implacables y sus dos cromosomas X les conferirían un gran camuflaje.
¿Quién puede esperar que una señora te mande al otro barrio y, encima, suicidándose? Las neuronas varoniles dan poco más de sí frente a tamaña liberación femenina. Y eso que el movimiento revolucionario de la gran madre Rusia estuvo plagado de señoras que aparcaron toda cortesía cuando tomaron el sendero terrorista.
Algunas pertenecían a la aristocracia zarista, aunque intentaran reventar con sus bombas a Alejandro II. Otras, amamantadas en el anarquismo, descerrajaron tres tiros al mismísimo Lenin. Sobran ejemplos desde el siglo XIX en los que las mujeres han apretado el gatillo de la rebelión. Lejos de ser vagabundas de la nada, eran universitarias de familias acomodadas. En los años setenta, fueron clave en las italianas Brigadas Rojas (Margherita Cagol), la alemana Fracción del Ejército Rojo (Ulrike Meinhoff), la francesa Acción Directa (Natalie Merigon), el peruano Sendero Luminoso, que se jactaba de tener un 40% de féminas dirigiendo sus exterminios, o los españolísimos Grapo, donde hasta las embarazadas se liaban a tiros con la Guardia Civil.
Eso sí, como los inspiradores del terrorismo suelen ser machotes de corral, probablemente el protagonismo femenino sea para ellos una muestra de impotencia, un signo de debilidad.