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06/01/2006 | Una entelequia perversa: El estado

Ernesto Poblet

El Gobernador de Mendoza volvió triste a su capital provincial. Con las manos vacías. Había pactado la entrega de una millonaria suma con la cual aumentar el 20 % de los haberes previsionales pero el gobierno federal después se lo negó.

 

Molestaron las críticas y discusiones del mendocino senador Sanz con la senadora Kirchner.  Los jubilados y pensionados de la provincia del buen sol y el buen vino no tendrán acceso a las mejoras prometidas.  Una de nuestras más ricas y bellas provincias sufrió el bochorno de sentirse rechazada ¡aún en su impropia actitud de mendicante humillada!.

Entre Aristóteles y Leibniz le dieron contenido a la palabra “entelequia”.  La conformaron como una cosa real  que lleva en sí el principio de su acción y que por sí misma tiende a su fin propio. El Estado Federal -entelequia al fin- se ha enmarañado como una selva que aprisiona a todos a través de enredaderas, troncos, lianas y ciénagas. Al desnaturalizarse las instituciones hemos perdido los argentinos las garantías que concibieron Alberdi, Hamilton, Montesquieu , Tocqueville y otros pensadores.

Si los habitantes de Mendoza gozaran de la elemental libertad para efectuar y disponer libremente sus ahorros en el transcurso de sus treinta o más años de vida productiva, no sufrirían la decepción irreparable de sentir el peso o la decepción de la estafa, a los sesenta o sesenta y cinco años de edad. Cuesta demasiado hacer entender a los jóvenes que un sistema previsional de reparto administrado por la burocracia federal -o cualquier burocracia pública- conlleva inevitablemente a la malversación de los ahorros.  Porque han envenenado a la sociedad con dosis calculada de desconfianza hacia todo lo que es privado y en el colmo de la ignorancia han denostado al sagrado derecho de propiedad considerándolo  como un vicio egoísta, abusador y desalmado. La propiedad sí se transforma en un robo cuando la confisca el colectivismo.  Nada tan “propio” como los aportes que en el transcurso de la vida el ser humano destina para garantizarse dignidad y elementales comodidades en su vejez.  Sin embargo, su inmaculado derecho absoluto y exclusivo del dominio de sus ahorros es extraviado entre los menesteres que  acumulan los infinitos gastos asignados en la Ley de Presupuesto de la Nación. El maldito y desmesurado gasto público.

El sistema mal llamado federal, extremadamente centralizado, complicado, incontrolable y pesado, se ha transformado en una entelequia perversa. No permite producir a través de la maraña de regulaciones, reglamentos, impuestos, cargas laborales, trámites dilatorios y prepotencia administrativa.  Descuida y maltrata las inversiones de capitales en industrias, servicios, energía y demás actividades mediante una intromisión estatal torpe y obstructiva.  Torna paralítico el sistema multiplicador bancario manteniendo el impuesto al cheque hasta el año 2009 y sus  consuetudinarias prórrogas.  Las exportaciones continuarán  meticulosamente perseguidas -por las retenciones-  sabiendo que de esa manera nos excluímos deliberadamente del mundo civilizado, cuando desde la más remota antigüedad la peor condena consistía en la expulsión de la aldea.  Las familias pobres e indigentes prolongarán su pesadilla a perpetuidad desde el momento que se las aleja de la cultura del trabajo con los miserables planes de dádivas eternas, último invento opresivo de la perversa entelequia y el frustrante populismo.  Las provincias han sido desalentadas de gozar  un mínimo de la autonomía que les garantiza la Constitución.  Esa falta absoluta de libertad para desenvolverse  paraliza las potencias que se generarían en cualquier clima de  libertad, máxime cuando el verdadero país está integrado por los veinticuatro distritos esparcidos por el inmenso territorio, todavía en gran parte desértico. 

La entelequia perversa y enferma que ha pasado a ser la administración del Estado Federal merece una reconsideración profunda.  La Argentina se ha constituído en una monarquía absoluta, ortodoxamente centralizada.  Lo trágico es que aún conociendo bien esta embrollada patología, seguimos convencidos que sólo un gran líder puede encontrarle remedio.  Pareciera que los argentinos no logramos desprendernos de ciertos atavismos anacrónicos. En el fondo, no deseamos convencernos de que lo único que nos puede salvar es el respeto de las instituciones creadas por Alberdi y la observancia estricta de los derechos individuales instaurados en la Constitución Nacional de 1853.  Yrigoyen y Perón, aún reconociéndoseles su cálida ascendencia sobre las mayorías populares y sus largas décadas de vigencia en el pensamiento del pueblo, no lograron preservar a la Argentina de su catastrófica historia durante el transcurso del siglo XX.  En cambio con respecto a las instituciones, derechos y garantías -que para nosotros proclamara Juan Bautista Alberdi-  es fácil demostrar que llevaron al desarrollo a todos los países que han triunfado en ese mismo siglo XX.

Las siguientes no son instituciones de 1853:  gremios prepotentes; militares planteístas o golpistas; asambleas caóticas y patoteriles; poder judicial aquiescente, alineado y lento en su mayoría;  poder legislativo notarial y refrendatario; burla atroz de la voluntad popular; piquetes delictivos y al mismo tiempo protegidos; política exterior guiada por sempiternos tiranos; corrupción desembozada; nepotismo, clientelismo y prebendismo; gasto estatal asfixiante y como contrapartida la exacción tributaria demoledora de la producción y el progreso.  Y sin que termine aquí esta lista de oprobios, cabe señalar la incidencia de la demagogia como desvergonzada impostora de la genuína democracia.

El autor es abogado, profesor universitario e historiador.

E. Mail: epoblet@arnet.com.ar

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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