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27/09/2006 | El círculo vicioso de la energía

Ernesto Poblet

La producción de energía ha entrado en un "círculo vicioso" y en un espiral descendente. Al mantenerse el congelamiento de las tarifas del gas y la electricidad la disponibilidad de ambos elementos empieza a ponerse en riesgo y no se observa vocación lúcida para buscar el remedio.

 

Nadie puede resolver un problema si no sabe o no asume que lo tiene. Esa es la primera e indispensable condición para comenzar a solucionarlo. 

Hay una ley que no se puede eludir: Todo congelamiento de precios termina matando el producto. Sea la electricidad, los alquileres, la harina, las prepagas, la carne, etc. El congelamiento siempre ha sido nocivo y antinatural. Por más que se lo disfrace con el eufemismo de los “acuerdos de precios” este procedimiento -por forzado- nunca puede ser funcional. Algún día estalla por ineficaz, por inflación o se vacía de contenido como el efecto de la pinchadura de una aguja en una bolsa de nylon llena de agua. La energía en el mundo ha dejado de ser un bien “de disponibilidad eterna a precios adecuados”. No obstante ello los argentinos parecemos querer acostumbrarnos a vivir dentro de una campana de sándwiches.

En otros tiempos tuvimos energía barata y abundante en la Argentina. Si en términos relativos ya era de las más baratas del mundo hasta enero de 2002 -cuando se formalizó la devaluación de Duhalde- a ese mismo precio muy bajo se lo redujo al tercio. Se lo rebajó tres veces por la pesificación. Siguió alegremente adelante el gas y la electricidad vendiéndose con ese importe vil, disminuido y congelado. 

El primer efecto resultante fue que nadie aportó más plata para la expansión del suministro y el mantenimiento de las instalaciones del gas y la electricidad, salvo los que tenían obligación de invertir por compromisos contractuales anteriores a la medida de Duhalde. Con insufribles pérdidas y aún así reproches insólitos del gobierno.

Al no explorarse más yacimientos de gas en territorio argentino por la falta de incentivo debido a la tarifa tan baja, se necesitó rogar a Bolivia por la importación, pero este país -en el mejor de los casos- sólo nos puede abastecer en un principio el 5% del consumo de la Argentina y a un precio mucho más caro del producido en nuestro territorio. Más conveniente desde todo punto de vista hubiese sido sincerar las tarifas y así inducir las inversiones hacia las exploraciones en nuestro subsuelo. Por otra parte las importaciones de Bolivia adolecen de varias incertidumbres: no hay claridad acerca del verdadero volumen de reservas en ese país para suministrar gas durante veinte años; el peligroso repago de las inversiones en un gasoducto originado en territorio extranjero; la inseguridad social, política, económica y jurídica del régimen del altiplano; la inestabilidad revelada entre piquetes y cierres de válvulas y su real participación en el faraónico gasoducto de Venezuela. 

Se ha operado otro efecto lamentable en nuestro país. El sistema implementado para promover el uso racional del gas y la electricidad por medio de los premios y castigos fracasó absolutamente por omisión, cayó en el olvido y la indiferencia ¿porqué? por una razón previsible en el comportamiento de la población: al transformarse el precio del gas y la electricidad en "demasiado" barato y encima manteniéndoselo congelado, el consumidor doméstico y el industrial pasaron a consumir ambos elementos en forma dilapidatoria e irracional. Ya a nadie le importa dejar una o varias hornallas encendidas todo el día en el invierno. Ni cuidarse del consumo excesivo o inútil de los aparatos eléctricos en el verano. Al contar con el gas y la electricidad -casi regalados- los distintos usuarios no atienden la prestación del servicio pues su utilización excedida no les hace mella en el presupuesto. Hay personas e industrias que se anotan en nuevos tipos de consumos de calor y electricidad sin importarles el efecto pernicioso que eso puede significar para la pronta escasez del producto y el futuro inevitable del colapso de la energía. Se compran aparatos domésticos a rolete y las fábricas pasan a usar preferentemente maquinarias a gas o electricidad sin considerar otras alternativas. ¡A caballo regalado no se le miran los dientes!. Y ni siquiera aparecen políticas con señales de precios que orienten a la toma de decisiones racionales por parte de los consumidores.

Intuimos que se nos viene encima un grave problema con este círculo vicioso que se agrava. Para facilitar las inversiones no existe un clima favorable por la carencia de seguridad jurídica y la no actualización de los precios. En estos momentos poner las tarifas al día implica un temor al impacto inflacionario. El único camino posible sería la rebaja de la carga impositiva que sufren el gas y la electricidad, pero esas medidas se tornan impensables antes de las elecciones del 2007. Cualquier medida que signifique una disminución del superávit fiscal será prolijamente descartada, excepto las decisiones del príncipe en torno a sus arbitrarios y sospechosos subsidios. La rebaja de impuestos debería implementarse para favorecer a los productores y distribuidores de gas y electricidad con el fin de obtener urgentes y oportunas inversiones, pero ese remedio tampoco sería suficiente pues el precio mantenido tan barato y fuera de la realidad no provoca en la gente su vuelta al uso racional. Por eso revalidamos la encerrona del "círculo vicioso" al cual sólo vale cortarlo con el histórico hachazo sobre el nudo gordiano. 

Al no encontrarse soluciones ante el círculo vicioso, se hace necesario acceder al círculo virtuoso mediante el coraje de adoptar dos medidas simultáneas. Por un lado actualizar las tarifas para atraer inversiones urgentes en exploración y por el otro reducir impuestos para lograr compensar la llegada al precio real y permitir a los inversores interesarse por encontrar nuevos yacimientos con la premura del caso, mediante reglas de juego serias y garantizando no volver a cometer los errores del fatídico enero de 2002 y los tiempos que siguieron. 

El círculo vicioso no beneficia a nadie y perjudica a todos. Ni siquiera favorece al presidente y sus proyectos políticos. Las patas cortas del autoengaño se van a notar a los pocos meses de las elecciones del 2007. Un país sin energía no resulta viable. La energía es y será siempre la base fundamental de todo desarrollo. Máxime en estos tiempos que paralizan de vértigo por el sólo pensar en las computadoras paradas o destruídas. La era del combustible fósil barato se terminó para el mundo entero, incluídos nosotros los argentinos aún permaneciendo adentro de la campana de sándwiches. Se hace evidente la “negación” del gobierno respecto al problema con la energía y la falta de información real de los sobrecostos que estamos pagando por la compra de combustibles líquidos a Venezuela para abastecer las centrales de generación de electricidad vía térmica. Se le hace creer al pueblo que no se le aumenta el gas pero se le trae petróleo más caro de Venezuela para suplir la falta de ese mismo gas. Lo paradojal es que los montos que hubieran salido de los bolsillos de los inversores para encontrar más yacimientos en la Argentina son parte de los mismos que le entregamos al hombre fuerte de Caracas por una importación absurda. Lo terrible es que se quiere sistematizar este mal negocio importador mediante el proyecto del gasoducto faraónico. Hoy significa importar el sucio fuel oil transportado en barcos y mañana proveerán el mismo fuel oil más el gas natural por medio de dos controvertibles gasoductos que nos harán seguir dependiendo de cualquier gobernante venezolano o boliviano.

Para salir del encadenamiento del círculo vicioso nada mejor que iniciar un procedimiento irreversible de sinceramiento de los precios de la energía hasta alcanzar un nivel adecuado a la necesaria competitividad en el ámbito internacional. No es correcto pagar un precio vil a los productores que confiaron en el país y admitir jubilosamente el precio internacional para los vendedores de afuera. Los principales perjudicados terminan siendo los propios consumidores argentinos, tanto los ricos aunque la incidencia peor la sufran los pobres. Nada obsta para que se prevea un sistema de tarifa social entre los sectores carenciados pero tendiente a erradicar los “hurtos” de energía. Tiene importancia evitar estos ilícitos pues la gratuidad conlleva a los tremendos desfasajes que implican los consumos desbordados e irracionales en perjuicio de la comunidad toda. También alimentan el círculo vicioso algunos procedimientos poco transparentes que constituyen verdaderos aumentos encubiertos de tarifas como ciertos misteriosos fideicomisos escasamente controlados y la permanencia de fondos específicos eternos creados para obras de transmisión que nunca se realizan, como el asombroso caso de la Provincia de Santa Cruz.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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