Un turista curioso se preguntará cómo, si nuestro país crece a tasas chinas, hay todavía gente durmiendo en la calle y revolviendo los tachos de basura para comer.
Un economista científico tiene que preguntarse, además, el porqué. Una respuesta por demás obvia es que todos los precios internacionales crecieron al doble y algunos, como el del petróleo y el de la soja, que la Argentina exporta, a más del triple.
De suerte que nuestras exportaciones se duplicaron, pero en cantidad apenas más que el 10%; en verdad, hemos vuelto a los niveles de producción del año 98, que por cierto fue uno de los mejores de la década pasada, no más. Miscelánea de la semana: si los chinos continúan comiendo soja, hay Kirchner para rato.
Otros se preguntarán cómo es que esa velocidad de crecimiento puede mantenerse sin crédito. Incidentalmente, el novelesco robo de una sucursal del Banco Río, en el suburbio porteño de Acassuso, le dará la respuesta: si en una sola sucursal había, por lo menos, 10 millones de dólares en las cajas de seguridad, el auge salió de los colchones, gente que se apuró a sacar el dinero del sistema al ver a la convertibilidad derrumbándose, más gente que vive instalada en la economía informal, la misma que dio su fabuloso dinamismo a la economía italiana en los '60 y cuyo ocaso, al crearse los rígidos controles de la Unión Europea, arroja el estancamiento actual.
En la Argentina se calcula que la mitad de la economía funciona en negro, y eso es lo que la dinamiza, mientras los más débiles sucumben.