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21/01/2013 | Argentina - El gobierno en su laberinto

La Nueva Provincia Staff

Es menester volver a los orígenes para entender las razones de un gobierno que evidentemente ha perdido la brújula, un escenario que se agiganta si todo ocurre a las puertas de un año electoral crucial como el que acaba de empezar.

 

Hay hombres del propio oficialismo que insisten en señalar que con Néstor Kirchner nada de esto hubiese pasado. Que el expresidente nunca se hubiera atado peligrosamente a un cepo cambiario del que ya nadie sabe cómo ni cuándo salir. Que jamás hubiese permitido que el sindicalismo se dividiera, y que para peor se le venga encima con pedidos de aumentos salariales y otros extras que compiten directamente con la escalada inflacionaria. Y que llevaron por estas horas al titular de la Unión Industrial Argentina, Ignacio de Mendiguren, de quien nadie puede suponer que se trate de un "loquito", a advertir que, de seguir por este camino, podríamos ir derecho a un nuevo "rodrigazo".

Dicen también que Néstor Kirchner era tan bravo como lo es ahora su esposa a la hora de sacudir enemigos. Pero nunca dejaba que la pasión o el rencor le nublasen el pensamiento. Con Kirchner, por caso, los empresarios no hubiesen dejado de invertir, como ocurre ahora, por temor al imprevisible futuro de la economía. Para Kirchner los superávits gemelos eran casi tan sagrados como la Biblia, y de ningún modo hubiese permitido, por un manejo nefasto de la economía en manos de inexpertos ideólogos que destiñen, que se perdiera esa herramienta vital de la economía que se puso en marcha en 2003. En suma, Kichner no hubiese usado las redes sociales para entretenerse horas enteras en contestar nimiedades, en desafiar al que se le cruce enfrente. Y mucho menos, dato crucial si los hay, el expresidente hubiese cometido el gravísimo error que comete su viuda, que es creerse que aun con ministros y secretarios ineptos o inoperantes, ella por sí sola, encerrada en su despacho de la Casa Rosada o en el chalet de la residencia de Olivos, apenas rodeada de tres secretarios que tiemblan ante la sola posibilidad de contradecirla en algo, por mínimo que sea, es capaz de sacar la nave adelante. Lo pinta uno de esos quejosos: "El Flaco tenía la famosa libretita negra: ahí anotaba todo lo que consultaba a sus funcionarios, los llamaba hasta diez veces por día si le quedaba alguna duda".

Hasta aquí lo que dicen --no sin amargura, en un gesto que se repite desde hace un año largo-- unos cuantos funcionarios y allegados que estuvieron desde la primera hora junto al expresidente, algunos incluso desde la etapa política santacruceña, y que hoy siguen resignados en el gobierno de su esposa, espantados de comprobar que la única obsesión que la anima a ella y al resto al levantarse y cuando se acuestan, es ganarle la guerra a Clarín.

Hecho ese necesario ramalazo al pasado reciente, se puede sostener ahora el argumento que impera fuera del gobierno, pero también en algunos de sus despachos. La administración de Cristina Fernández ha cometido un yerro tras otro, para peor en medio de un clima de autismo y soberbia que admite cero rectificaciones. Ese panorama se potenció en el último año. Y con la llegada de 2013, donde el modelo se juega nada menos que la posibilidad de supervivencia más allá de 2015 mediante una cada vez más utópica reforma constitucional con re-reelección, campea la impresión de que el gobierno ha quedado atrapado en su laberinto.

El problema --no menor, según admiten algunos observadores independientes-- es que, del modo en que el gobierno intente salir de esa encerrona, y antes que eso si primero está dispuesto a reconocer que va por el camino equivocado, suposición también ilusoria, dependerán en mas o en menos probables etapas de turbulencia social y política que podrían estar esperándole al país.

Apenas se mira la escena, se puede apreciar a un gobierno enceguecido en lo político y profundamente trabado en lo económico. Hay en este caso varios testimonios de los últimos meses, por lo general basados en fuentes del oficialismo, que reflejan malos manejos de variables vitales para sostener la inversión y alentar la producción, o la incierta prolongación del cepo cambiario. Y que se conozca, nunca la presidenta intervino para corregir. O llegado el caso, como hubiese sido de esperar, para echar al funcionario inoperante. ¿Cómo corregir, si las directivas las imparte ella, y nadie se anima a decirle en ningún caso que está equivocada? Es la pregunta que responde, por ejemplo, a los enormes desaguisados que se han cometido en la petrolera YPF desde que le fue confiscada a la española Repsol. Hoy las peleas entre el directorio que conduce Miguel Gallucio y funcionarios de Economía y Planificación, Axel Kicillof, Roberto Baratta, Daniel Cameron, por citar algunos, son de un nivel furioso. YPF no logra captar inversiones pese a los road shows realizados por el ingeniero; y desde que fue estatizada, si en algo ha trascendido, es por haberle aumentado un dieciséis por ciento en promedio los combustibles a los usuarios.

Otro tanto ocurre con las restricciones a la compra de dólares y otras monedas, que según algunos funcionarios del Palacio de Hacienda "llegaron para quedarse por mucho tiempo", y en boca del todopoderoso Guillermo Moreno al menos habría que perder las esperanzas de alguna modificación hasta bien pasadas las elecciones de octubre. "La verdad, aquí nadie sabe cómo se sale del cepo, o cómo se sale sin dólar a 4,50 para responder a todos, y en ese caso sin provocar un descalabro, (pero) nadie quiere arriesgar nada si ella no lo ordena", se escucha otra vez a uno de aquellos cultores de la memoria del santacruceño.

La presidenta, por otra parte, no quiere ver el enorme frente de conflicto que se abre por estas horas con los sindicatos por las discusiones salariales en paritarias. Y el potencial peligro que encierra el inicio de una escalada entre precios y salarios, como parece verlo por ahora en soledad el titular de la UIA. Hay gremios como bancarios y alimentación que ya arrancaron sus discusiones con un piso del 25 por ciento. Y las discusiones con el gobierno y los empresarios se van a extender hasta junio, a cuatro meses de las elecciones de octubre. El problema, advierten en la Casa Rosada, es que la puja por los sueldos ha puesto a la tropa oficialista de gremios cada vez más cerca, otra vez, del camionero Hugo Moyano o del gastronómico Luis Barrionuevo. Con la CTA opositora de Pablo Michelli que puede convertir en un problema aún mayor a las discusiones de los ingresos de los estatales. Sin olvidar que el gremio docente amaga con llevar sus reclamos a un incremento del 50 por ciento a partir de febrero. Es decir que el arranque de las clases a fines de ese mes otra vez pende de un hilo. Cristina Fernández confía en Antonio Caló y los ex "gordos" menemistas que lo acompañan en la CGT oficial. O en todo caso jamás dará un paso atrás para no reconocer que se equivocó con esa alianza y con esa división que los nostálgicos del nestorismo dicen que jamás debió haber sucedido. La presidenta podría llevarse una sorpresa no más allá del fin del verano, si no escucha a quienes aseguran que la reunificación sindical está al caer, con todo lo que ello implica, si antes de marzo no se modifica sustancialmente el piso del impuesto a las ganancias.

Desde las políticas las cosas no están mejores. Y podría afirmarse que los problemas se agigantan, por todo lo que está en juego. Ya se había advertido a comienzos de año un dato que fue reflejado en general por analistas y observadores, que la presidenta había arrancado 2013 envuelta en un ataque de furia. Reconcentrada como pocas veces antes en atacar a sus enemigos predilectos desde el atril o desde las redes sociales, directamente a Mauricio Macri, por caso, pero también a Daniel Scioli, aunque al gobernador lo regó de ironías y sutilezas, nunca de manera directa. Embistió de manera peligrosa contra la Corte Suprema y los jueces, y permitió que a su lado se dijesen barbaridades de los magistrados. Más que nunca asumida y desafiante en la postura de gobernante infalible. Y con el tuit de todos los día en contra del odiado multimedios, claro.

Hay una interpretación para entender esa pérdida del rumbo y esa ira sin freno que sobrevuela algunos despachos del oficialismo y no pocos cuarteles de la oposición. También en al menos dos importantes consultoras y medidoras de opinión. Sostiene que apenas arrancado el año, la presidenta recibió un informe lapidario sobre sus nulas posibilidades de alcanzar en las elecciones parlamentarias de octubre los tan ansiados dos tercios de las bancas del Congreso que le permitirían reformar la Constitución y le abran paso a una nueva reelección. A eso se sumó que varios sondeos que le acercaron la muestran ahora mismo con más imagen negativa que positiva, una tendencia que se consolidó desde mediados del año pasado, y una intención de voto apenas por encima del 30 por ciento, debajo de Scioli y Macri, en ese orden. También la habría atosigado el hecho de comprobar en los papeles que se le complica el panorama en la provincia de Buenos Aires, donde necesitaría hacer una elección impecable, aun por encima del mítico 54 por ciento, para compensar seguros traspiés en otros distritos claves como Córdoba, Santa Fe y la Ciudad Autónoma. Cristina insistiría en postular a la cabeza de las listas bonaerenses a su cuñada, Alicia Kirchner, que decididamente no mide bien. Por eso ensaya de apuro con Florencio Randazzo o Julián Domínguez. Aunque tampoco da para festejar. Y observa con furia los amagos independentistas de Scioli o del intendente de Tigre, Sergio Massa, otro de los bendecidos en las encuestas, de jugar "por afuera", lo que en un plan de mínima significa obligarla a compartir con ellos el armado de las listas.

El clamor por un vuelco, por el regreso a formas más racionales de gobernar, no es por estas horas sólo patrimonio de la oposición o del ciudadano de a pie.

La Nueva Provincia (Argentina)

 


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